MAMBISERIAS EPISODIOS DE LA GUERRA - - DE INDEPENDENCIA - - 1895 - 1898 POR EL CAPITÁN ISRAEL CONSUEGRA Y GUZMAN CON UN PROLOGO DEL TENIENTE DEL EJERCITO NACIONAL ALBERTO CASTILLA DEL BUSTO SECRETARIO DEL DEPARTAH*ENTO DE .DIRECCIÓN 1 9 3 HABANA IMPRENTA DEL EJERCITO 1 9 3 O MAMBISERIAS EPISODIOS DE LA GUERRA - - DE INDEPENDENCIA - - 1895 - 1898 POR EL CAPITÁN ISRAEL CONSUEGRA Y GUZMAN CON UN PROLOGO DEL TENIENTE DEL EJERCITO NACIONAL ALBERTO CASTILLA DEJ_ BUSTO SECRETARIO DEL DEPARTAMENTO DE .DIRECCIÓN 1 9 3 HABANA Imprenta del Ejercito 1 93 O ,D DEDICA TORIA :=D Al Mayor General Alberto Herrera y Eranch, M. M. Jefe de Estado Mayor del Ejército. A multe mejor que a Vd. General Herrera, mi compañero de glorias y de vicisitudes durante la nula a heroica campaña d nues- tras libertado;, y mi coitsecuenU y bum amigo y Jefe actualwiente, le puedo dedicar mu;/ respetuosa y cariñosamente estas "MAMBI- 8EEIAS" qw he escrito, exclusivamente, para dejárselas como úni- ca herencia a mis dos hijas cjw ridísimas Jema y Oristela. ron el pro- pósito de que sepan siempre la participación que tomó su podrí en la libertad de Cuba. Xo es el mió ningún trabajo d, gran valor literario, sino sencilla y pobremente narrativo, en <1 que lie procurado pintar con l-as mejores pinceladas del recuerdo a mudo, edyunos cuadros que sean el más fiel y exacto reflejo de lo que eran aquellos gloriosos tiempos de miserias y de heroísmos inenarrables, en los que Vd. como yo, y todos los demás compañeros queridísimos del EJERCITO LI- BERTADOR, luchábamos denodadamente en los montes y en los llanos magníficos de Cuba, para arrancarlo del yugo a que venía uncida por más de cuatrocientos años. Con la aceptación que Vd. le preste a este humiJdísimo y grande esfuerzo que he realizado, se sentirá sobradamente satisfecho y le vivirá eternamente agradecido, su viejo .compañero y amigo. ISRAEL CONSUEGRA. cA CUANTOS ME LEYEREN Yo no soy escritor ni jamás soñé que de mi cerebro se produjera un libro; y mucho menos de las condiciones de éste que lie ido confeccionando a memoria limpia, echando mano de la mina de recuerdos que como sagra- das reliquias guardo ambiciosamente en mi tanque de pensar. Lo he querido titular EPISODIOS DE LA GUE- RRA, porque sus páginas son muchos de los hechos efec- tivamente verídicos, ocurridos en la manigua insurrecta, y como consecuencia del ideal que allá se perseguía. Viven aún, afortunadamente, algunos de mis queridos compañeros que hago figurar como protagonistas en los episodios que describo, que pueden dar fé de su exactitud: principalísimamente el General Gerardo Machado y Mo- rales de quien tuve la alta honra de ser Ayudante de Carn- eo en Cuba Libre. Yo no he dado a la publicidad este libro con ambi- ciones de gloria. ¿Cuáles mayores puedo alcanzar, en lo poco que me queda de existencia, que la de poderme contar en el número de los Libertadores de Cuba? Lo he escrito, con todos sus defectos, porque toda- vía gozo sintiéndome MAMBÍ. En cada uno de los relatos de mi libro hay un epi- sodio hermoso de la epopeya heroica, que marca, por decirlo así, el carácter del cubano abierto a todas las expansiones y dispuesto siempre a mirar por encima del hombro todas las calamidades, cuando de la defensa de la Patria queridísima se trata. No hay aviesa intención en ninguno de los pasa- jes que pinto. Búsquese. sólo en ellos, la comicidad, 6 MAMBISERIAS aún en medio de los lances más serios y peligrosos, ya que en mí qo puede existir doble sentido tratándose de mis hermanos de armas, a todos los cuales sigo conside- rando todavía bajo el mismo punto de vista que en los campos que alionamos con nuestra sangre generosa, y que fuel'oli mudos testigos de tantos sacrificios .... Creo y estimo, que he sido bastante exacto en mis narraciones, y me figuro que los compañeros a quienes comprendo en las mismas, se alegrarán de encontrarse envueltos en ellas. EL c^UTOR. PROLOGO Plática de insurrecto es este libro; plática impresa, para difundirse más allá del pequeño círculo de las ter- tulias íntimas, en que los viejos veteranos suelen vibrar tocados por sus recuerdos a- ra que salieran triunfantes en sus empeños durante* las horas del día; pero en cuanto llegaban las de la noche, "aparejaba" su jaca dorada y se marchaba muy tranqui- lamente, yerido a pernoctar en parajes que él únicamen- te conocía. De ahí, su táctica sabichosa de hombre prác- ISRAEL CONSUEGRA 37 tico, con la experiencia de diez años de batallar incesante, sin abandonar nunca los alrededores de Villaclara. Por eso pudo terminar gloriosamente la jornada que constituyó el mayor ideal de su existencia, y desempeñar con tanta capacidad los dificilísimos cargos que se le con- fiaron en la campaña de Independencia: por eso vivió tranquilo y se sintió satisfecho del bien que hizo, y tuvo la complacencia de verse respetado querido y admirado hasta el día de su muerte. Su recuerdo vive y perdura en el corazón de sus compañeros de armas y de cuantos tuvieron la dicha in- mensa de tratarlo. Ah! ¿Entonces Ud. es Gerardito . . . . ? En el mes de abril del año 1896, regresaron de Oc- cidente las fuerzas de las Villas que, al mando del Bri- gadier Juan Bruno Zayas, acompañaron al General An- tonio Maceo en la gloriosa jornada de la Invasión, y en ellas venía el Escuadrón al mando del Teniente Coronel José de J. Monteagudo, donde yo figuraba en calidad de Sargento. Acabábamos de rendir una campaña de victorias consecutivas, que dio principio en "Mal Tiempo", lle- vando la guerra con todos sus horrores a las provincias occidentales, y nos sentíamos orgullosos de la partici- pación que cada uno había tomado en aquella épica con- tienda, en la que nos ganamos el honroso título de IN- VASORES, que era, por sí sólo suficiente para que nos creyéramos superiores a todos los demás ''insurrectos" que no tuvieron la oportunidad de batirse a las órdenes del Titán Maceo. Nuestra pequeña columna llevó a cabo sus marchas de regreso, atravesando tres provincias sin haber libra- do ningún combate de importancia, tal vez porque toda la atención de los españoles estuviera fija en Pinar del Río, donde quedaba el General Mcaeo batiéndose dia- riamente como un león y triunfando siempre de las múl- tiples " combinaciones" que los generales de Weyler le preparaban, ansiosos de derrotarlo definitivamente. Las tres de la tarde de un día espléndido serían, cuando llegábamos a "Manajanabo" o a "La Minerva", no lo recuerdo bien, y no se me olvida que marchando mi fuerza a la vanguardia, divisamos sobre una lometi- ca un grupo de hombres armados, al que dimos el ¡Ato!, ¿quién va? respondiéndonos ¡Cuba!. Al escuchar yo 40 MAMBISERIAS aquella palabra, do se lo que pagó por mi, ni qué fuerza me impulsó; pero Lo cierto es que le "metí" Las espuelas a mi caballo y me Lancé a todo galope hacia aquella gen- te, lleno de la más grande alegría, porque regresaba a la "zona", y desde esc momento iba estar constantemen- te entre los ni ios. Al acercarme al grupo oí una voz imperativa, " "" y yo nos fuimos para nuestro rancho segurísimos de que habíamos puesto fin a las fechorías del célebre Cabo Ocaña. ¿í Echa pa un lao, Teniente, que tú no sabe camina a pié Vamos a retroceder :!1 años dé existencia, para si- tuarnos en "Yaguanabo", que es un lugar muy pinto- resco de la "zona" de Trinidad, de verdor infinitamente hermoso, rodeado por agrestes y empinadas lomas casi en semicírculo y con vista al mar espléndido, cuyo olea- je incesante choca frenético contra la rocosa orilla, don- de se rompe y forma espumantes espirales que después se pierden mansamente, tranquilamente en interminables reflujos. En aquellos parajes magníficos de belleza y de ve- getación se encontraban acampadas en los primeros días del mes de junio del año 1898, algunas fuerzas pertene- cientes a la Segunda División del Cuarto Cuerpo del Ejército Libertador, al mando del General José de J. Monteagudo, correspondientes a la Brigada de Yilla- clara, que mandaba el General Gerardo Machado, a la de Cienf uegos, cuyo jefe era el General Higinio Esque- rra y a la de Sagua, a las órdenes del General José Luis Robau. Por las costas trinitarias debía desembarcar una ex- pedición que viniera a sacarnos del estado de penuria en que nos encontrábamos, lo mismo con respecto a co- mestibles que en lo referente a las armas y municiones y al vestuario para cubrir nuestros enflaquecidos cuer- pos. Llevábamos como diez días de espera, saltando de un campamento para el otro, en contorno de dos o tres leguas, careciendo de alimentos y hasta de palto para la caballería. Cangregos "ciguatos", algunas pomarrosas 62 MAMBISERIAS y mangos tiernos, era lo único que teníamos para soste- nernos; y hasta los caballos, en gran abundancia, habían caído a golpes de cuchillo, víctimas de nuestra desespera- ción1. Una farde lloviznosa me salí del campamento en bus- ca de algo que comer, montado en mi caballito "moro azul", el mismo que me había acompañado durante más de dos años de campaña, y al que ya le tenía puesto mí carino y mi confianza. Marché por derriscaderos y bre- ñales cerca de media hora, y me encontré, escondida en- tre unos maniguazos, una matica de mangos, de cuyas ramas pendían los apetitosos frutos, aún fuera de sazón, pero que para mí representaban el manjar de los dioses. Eché pie a tierra, y principié a tratar de cogerlos a to- letazos y a pedradas, con la desesperación que es de su- poner; y cuando más entusiasmado me encontraba en aquella tarea, oí detrás de mi una voz que me dijo: — Mira. Teniente: tu no sabe coge mango y te va a cansa tirando tolete; mejó tu subí en mata, menea gajo y yo me pone recoge mango en suelo toitico (pie caiga. Acepté" la oferta (pie me hacía mi interlocutor, que era un moreno viejo de la infantería, y me subí ;i la ma- ta, deslazándome por los gajos, fija mi atención en aque- llas frutas que iba cogiendo y dejando caer paulatina- mente. Pasados algunos momentos, sentí debajo de la mata algo así como el lamento de quien se encuentra a las puertas de la muerte, y al dirigir la vista hacia el suelo, presencié el espectáculo (pie más dolorosa impresión me produjo en toda la campaña: aquel moreno de los demo- nios, se aproveché) de que yo estaba entretenido sobre el árbol, para darle una tremenda puñalada a mi pobre ca- ballito "moro azul", dejándolo muerto instantáneamen- te. Me tiré de la mata convertido en una fiera, y al caer, saqué el revólver enfilándolo contra la cabeza del negro, a quien increpé duramente, casi saltándoseme las lágrimas, mientras que él, por toda respuesta, me decía. ISRAEL CONSUEGRA 63 —Mata, si quiere, negro viejo, Teniente: manda fu- tu compañero. Yo tenía mucha I ya caba- llo tuyo i;i morío. .Mira: coge pa tí filete sabroso, que ya negocio no tien remedio, y yo me (juedá con otra (tar- to caballo, pa que coma gente mi Compañía. Después de oírlo no piale replicar una palabra, y re- gresé a pié para el campamento, llevando al hombro el filete de mi pobre caballito, al que le dimos diente peco después, convenientemente asado. A la mañana siguiente me propuse resarcirme de la pérdida, y concebí el proyecto de apoderarme de otro caballo, lo (pie hice rápidamente. La Escolta del General Esquerra estaba acampada cérea de nosotros, y sus caballos pastaban tranquilamen- te por una lometica cercana. Allá me dirigí, viendo una pareja de bestias sujetas por la misma soga, de la que pude apoderarme sin que nadie me viera. Uno de los caballos lo cogí para mi monta, y el otro lo sacrificamos para la Escolta del General Monteagudo, quien comió de él. sin saber su procedencia. No sé cómo se enteró, más tarde, de lo que yo había hecho y me llamó a su pre- sencia diciéndome: — Ca . . . nallita: yo te voy a enseñar a ti a robar caballos. Y sin otra frase más. me mandó para la infantería del Teniente Coronel Bonifacio Sterling, en una de cuyas compañías ocupé mi puesto de oficial. Pasaron los días sin que la expedición llegara, y sa- limos de marcha rumbo a la zona de Villaclara. Me (pie- dé rezagado en el camino, porque andaba descalzo y no podía marchar con la libertad y prontitud que lo hacían aquellos hombres ya acostumbrados a esa faena, cuando cruzó por mi lado el General Monteagudo, quien al ver- me sentado en la orilla del camino, se sonrió, preguntán- dome que si me gustaba mucho la infantería, sin que yo me tomara el trabajo de contestarle; más aún: viré la cara para el otro lado. rx\ 64 MAMBISERIAS La marcha continuaba incesante, y yo me sentía desfallecer en los desesperados esfuerzos que hacía para no quedarme rezagado; pero tuve la suerte de ser visto en aquellas condiciones por el General Gerardo Macha- do, quien aún debe acordarse de la buena obra que ilizo conmigo. Detuvo su caballo, y, acercándose, me «lijo: — ;Y tú, qué haces en la infantería, muchacho? — Pues ya usted lo vé. General. Aquí estoy desde hace unos días, por orden del General Monteagudo, que me castigó por haberme cogido un caballo, después que me comieron el mío. Y el General Machado me mandó a montar a la gru- pa de uno de los hombres de su escolta, asegurándome que él hablaría con "Chucho" para resolver mi situa- ción. Desde aquel día, quedé incorporado al Estado Ma- yor del General Machado, en calidad de Ayudante de Campo, hasta el 31 de diciembre de 1898, que entramos en nuestra querida Villaclara, mandando yo la vanuuar- diá de todas las fuerzas de la Brigada, en atención a qué, como hijo de la Ciudad capireña, la conocía perfecta- mente. lían transcurrido 31 años desde entonces, y no so me olvida aquella escena de la inatiea de mangos, donde perdió la vida mi pobre caballito moro-azul, ni las frases del moreno viejo de la infantería. — ECHA PA CX LAO, TENIENTE, QUE TU X<> SABE CAMINA A PIE. Hazme aunque sea un picadillo de Yerba de Guinea Aunque ya me he referido anteriormente a las peri- pecias que pasaron las fuerzas insurrectas de las Villas, cuando las brigadas de Villaclara, Sagua y Cienfuegos es- peraron inútilmente la expedición que debía desembar- car por las costas trinitarias a mediados del año 1898, tengo necesidad de volver a ocuparme de aquella jorna- da del hambre, para hacer la narración de un suceso muy chistoso y extraordinario del que fué protagonista nada menos que el Coronel José Miguel Tarafa, hoy millona- rio y dueño de los Ferro-carriles del Norte de Cuba. Tantos días llevábamos acampados en aquellos lu- gares, que ya los teníamos convertidos en verdaderos "peladeros", a tal extremo que se podía contar por muy dichoso el "mambí" que lograba "engullirse" alguna sustancia caliente y alimenticia. Ni donde "amarrar la yegua" habíamos dejado en muchas leguas a la redonda, y ya puede suponerse el lector en que condiciones se en- contrarían las fuerzas que aguardaban la ansiada expe- dición. Únicamente se encontraban muy contados cangre- jos, casi todos "ciguatos", que produjeron múltiples in- toxicaciones, y algunas jutías cimarronas que lograban atrapar solamente los que fueran expertos en cogerlas, pues las tales estaban tan " juyuyas" que va hasta por el olor nos conocían y se lanzaban desde lo más alto de los árboles al suelo, apenas nos oían decir: "mira una jutía". 66 MAMBISERIAS Lo único bueno que tenía aquel período de neeesida. des era que el hambre existía por parejo, desde el Gene- ral hasta el soldado y que todos a una sentíanlos sus agui- jonazos. Había, en ese sentido, verdadero 'Vomunisnio'í de ideas y de pensamientos, ya que éstos estaban fijos en un solo punto: LA COMIDA. En el Estado Mayor del General Monteagudo se en- contraba, de paso, el Coronel José Miguel Tarafa. que s de qué resortes que él empleaba sabiamente. Este mismo individuo se incorporó a las fuerzas de la Brigada de Villaclara, cuando ya la campaña liber- tadora estaba tocando a su fin en el año 1898, montado en magnífico caballo perfectamente equipado, y portan- do una excelente carabina con mucho parque, así como un cortante máchete, (pie fueron la envidia de cuantos lo veían. Y como en la manigua uo se le preguntaba a nadie de dónde venía, y el (pie ingresaba en las filas in- surrectas era recibido con los brazos abiertos. Pairol si- nos incorporó como cualquier otro individuo y fué a for- mar parte de la unidad a que lo destinaron. Los días y algunos meses pasaron desde su incorpo- ración, sin (pie nada digno de mencionarse ocurriera al- rededor del hombre que había servido en las "guerri- llas españolas", hasta que llegó el momento culminante, o sea el que determinó, por decirlo así, el desenlace. Pa- rece que Pairol ya estaba cansado de la vida "insurrec- ta" o no podía llevar a cabo quien sabe, el propósito oculto que lo condujo a la manigua; lo cierto fué que, en una hermosa mañana, el hombre tomó una resolución definitiva, y mientras ensillaba tranquilamente su ca- ballo, creyendo de seguro que nadie lo escuchaba, dijo: — ¡AY, CUBA, QUE LINDA ERES: PERO QUE TE LIBERTE OTRO! Aquel día no pudo realizar Pairol el proyecto que bullía en su cerebro, porque al enterarse su Jefe de lo que había dicho, por haberlo oído uno de los soldados, hizo que lo acompañara en una "comisión" a la "Con- fidencia", cerca de Villaclara, de donde esperaba sacar algunos efectos. Allá se fueron, y entre los efectos traí- dos apareció un periódico (pie el Jefe se puso a leer tran- ISRAEL CONSUEGRA 71 quilamente. Pagados unos minutos, llamó a Pairol y le dijo: — Mira, Serafín, lo que dice "La Lucha". Pairol se ié acercó, y el Jefe entonces extendió su diestra mostrando la hoja impresa, para (pie Serafín le- yera, en tanto que Lacia la señal convenida a un moreni- to de su absoluta confianza, (pie estaba situado a corta distancia, para que cumpliera la orden que le había da- do: sonando inmediatamente un disparo (pie derribó a Pairol, dejándolo sin vida. Allí quedó el cadáver, y aún no sé si lo recogiéronlos españoles o se lo comieron las auras tinosas. Fué un enemigo menos que tuvo la libertad de Cuba. Oye, Cubano: ¿Poquería de Jutía no hace daño, Chico? John Caldwell, "El Inglés", o "Yack", prestó sus servicios en el Regimiento de Caballería "ViUadara" del que fué 2do. Jefe, sin embargo de que se alzó en Matan- zas, marchando a las Villas donde inmediatamente se dio a conocer por su valentía, serenidad y arrojo. Se con- quistó las simpatías generales y allí se quedó definitiva- mente. Mandó primeramente uno de los escuadrones del Re- gimiento siendo Comandante, y después ascendió a Te- niente Coronel. Sus mejores amigos en la campaña fueron los gene- rales Machado y Monteagudo, el Coronel Roberto Mén- dez, el Capitán Delgado "El Cubano", y otros oficiales cuyos nombres ahora no recuerdo. "Yack" y "El Cubano", con sus asistentes, salieron un día del año 1897 rumbo a Cruces, de donde debían mandarle al primero una tienda de campaña; llegaron cerca del ingenio "San Francisco" y acamparon a ori- llas del río "Arimao" por Barajaguas, donde comieron y se prepararon para pasar la noche. El "Cubano" de- jó a "Yack" en el campamento y salió con su asistente Simón "Guaneche" a la finca "El Vizcaíno", en cuyo lugar existía un "Hospital de Sangre" dirigido por el Comandante Médico Carlos Trujillo, para buscar un "chinchorro" de pescar; y una vez que lo consiguió hi- zo el regreso al lugar donde había dejado al "Inglés. En el camino sintió "El Cubano" un vivo fuego de fusi- lería rumbo al campamento y apresuró la marcha. Al 74 MAMBISERIAS llegar no viendo a nadie allí, se Fué a buscar por los al- rededores, encontrando a " Yack" acompañad»» de su asis- tente, sobre una loma, desde la cual le había entrado a tiros a Los españoles con el mauser que siempre portaba, en unión de las fuerzas dé] Comandante Bellico Leal. Después que se reunieron "Yack" y " Kl Cubano", fueron los asistentes a buscar algo que comer, y Simón logró matar una jutía. dándole un balazo en el vientre que le perforó los intestinos, dejándole el escremento adherido a la piel. Ca jutía fué asada en una parrilla, y cuando estuvo a punto, "El Cubano", cómo más vivo. Be apoden'» de la parte del lomo, dejándole lo demás al "Inglés", que le fué arriba a la barricada, con tuda la sangre fría sajona (pie corría por sus venas. ('uando ya la digestión estaba en funcione- y se pre- paraban para tirarse a dormir en las hamacas, "Yack" se le acerca al "Cubano" y le pregunta: —OYE, CUBANO: ; POQÜERIA DE JUTIA NO HACE DAÑO, CHICO? .... C o li n c he Si los lectores rio conocen a "Colinehe", yo voy a tener el gusto de hacerles su presentación, y con ello se ganarán, seguramente, un amigo más, pues el hombre es de los que saben roñarse las simpatías generales. Procedente de uno de los pueblecitos de las Islas Ca- narias, donde por primera vez vio la luz del Sol, llegó a las playas cubanas cuando era un "rapaeín", acompa- ñado desde luego, por algún familiar o amigo que lo con- dujo ¿asta el pueblo de Camajuaní, en las Villas, que es un lugar famosísimo por el cúmulo de isleños que allí se estacionan. Desde entonces, figuró "Colinche" en el padrón vecinal con el nombre de MANUEL RODRÍ- GUEZ BATISTA. Él muchacho se adaptó prontamente a las costum- bres criollas, y adquirió celebridad por sus avanzadas ideas liberales. Al estallar la Guerra de Independencia el 24 de fe- brero de 1895, ya hacía algunos años que residía en Cu- ba el pichón de canario, y se había transformado en un mocetoncito arrogante, que no podía ocultar sus entu- siasmos, y que hacía alardes de sus simpatías por los insurrectos. Tanto se familiarizó con ellos, que un día decidió unírseles y se lanzó a la manigua, perfectamente montado, y equipado con soberbios arreos de guerra. Durante los primeros momentos de su vida guerre- ra, pasaba como uno de tantos y se le consideraba como un muchacho entresacado; pero se fué espigando y hubo que ponerle atención, porque sus hazañas no podían pa- sar desapercibidas. Se convirtió en una especie de "pi- tirre" detrás de las tinosas, pues siempre andaba bus- cando a los españoles para tirotearlos. 76 MAMBISERIAS El Teniente Coronel Gerardo Machado y Morales operaba, con las fuerzas de su mando, por las cercanías de Camajuaní, y un día en que el Comandante español Altolaguirre salió de recorrido por la zona, trabó com- bate con él; y las armas de ambos bandos contendieron denodadamente. "Colincho" se portó en aquella jorna- da como un bravo y fué objeto de la atención que le pres- tara el Teniente Coronel Machado, que lo vio pelear en las líneas más avanzadas. Desde aquel momento lo eli- gió como uno de sus hombres de confianza, y nunca más se separó de su lado. . En el combate de "Cerro Pelado", sostenido el 15 de diciembre de 1896 por el Teniente Coronel Gerardo Machado, siendo Jefe del Regimiento de Caballería kk Vi- Uaclara", resultó herido de un balazo en una pierna, después de rudo batallar; y al ser conducido en camilla al lugar destinado para su curación, "Colinche" fué uno de los designados para acompañarlo. Los españoles se enteraron del punto donde el Te- niente Coronel se estaba curando, y allá se fueron direc- tamente, dispuestos a llevárselo vivo o muerto para el pueblo; pero no contaron con la resistencia que se les iba a oponer. Allí estaban "Colinche", el negro Do- mingo Gómez, que era el fiel asistente del herido, y un pelotón de hombres que se jugaban la vida muy gustosos en la defensa de su querido Jefe. Avanzaron los "pan- chos" cautelosamente por dentro del monte, y ya estaban cerca del rancho, cuando fueron sentidos por uno de los hombres, y vistos seguidamente. Domingo, que era un hombre fuerte, se echó a cuestas el cuerpo del Teniente Coronel Machado y se lo llevó, monte a monte, mientras que Manuel Rodríguez, al frente del puñado de valientes que lo acompañaban, se batía como un león, allí, junto al mismo rancho que los españoles pensaban tomar por asalto. La lucha fué encarnizada y no cesó hasta que "Colinche" dedujo, por el tiempo transcurrido, que ya Domingo se encontraba en lugar seguro. Cuando el General Gerardo Machado mandaba la Brigada de Villaclara, fué "Colinche" el Jefe de su Es- ISRAEL CONSUEGRA 77 colta, ya ascendido a Teniente por sus méritos de guerra; y al terminarse la contienda, convertido en Capitán, con- tinuó al lado de su Jefe, de quien ha seguido siendo el hombre de mayor confianza y por el cual está dispuesto a jugarse la vida en cualquier momento. En los tiempos malos y en los buenos del Gene- ral Machado, hoy dignísimo Presidente do la República, el CAPITÁN MANUEL RODRÍGUEZ BATISTA fué siempre su hombre leal y de confianza. Y de aquel "rapacín", que de Canarias vino a Cuba como tantos otros ''emigrantes", en busca de fortuna, tenemos ahora a un valeroso Capitán del Ejército Liber- tador, amante padre de familia e incondicional del Ge- neral Machado, a quien, para estar aún más unido e identificado, se parece en éstas cosas: en que, como él, está blanco en canas, viste siempre de blanco y cubre su nivea cabellera con flamante "jipis", típicamente crio- llo y de escogida calidad. El Teniente " Brisquilla ' comía con los muertos Uno de los primeros en marcharse a la Guerra de 1895, desde la ciudad de Santa Clara, fué Manuel To- rres, conocido por ik Brisquilla", nacido en Islas Cana- rias, desde donde vino a Cuba con sus padres cuando empezaba a dar los primeros pasos en la vida. En Vi- llaclara se crió y se hizo hombre, y en ella murió algunos años desames de haber contribuido valientemente a la Independencia de la Patria. Hizo su ingreso como soldado en el Escuadrón que mandaba el Comandante Ignacio Pérez y en el fué as- sendiendo por méritos de guerra hasta conquistar el grado de Teniente. Conocedor y práctico de la zona en (pie operaba su fuerza, casi siempre estaba encargado de operaciones di- fíciles contra el enemigo, a quien no dejaba momentos de tranquilidad mientras pudiera estarlo hostilizando. "'Brisquilla" era un tipo verdaderamente simpático; de esos que saben hacerse populares y que como quiera es- tán bien, porque se adaptan a todo y nunca se quejan de nada. Su mayor alegría era andar por las orillas del pueblo aciéndole maldades a los españoles. Les sacaba los ca- ballos y las reses de las mismas narices: y en muchas ocasiones hasta les arrebató a sus paisanos los isleños al- gunas carabinas de las que ellos colocaban en el yugo de los bueyes mientras araban la tierra en la "zona de cul- tivo". De ahí, que continuamente desapareciera del 80 MAMBISERIAS campamento p<>)- espacio «le muchos «lías y no fuera ex- trañada su ausencia. Pero una vez permaneció más de quince «lías fuera, y licuaron a darlo por muerto, ya que todo el mundo te- nía la seguridad de que " Brisquilla" no se " presentaba" a Los españoles. Cuando va sus compañeros se iban acostumbrando a la idea de su muerte, hizo "Brisquilla" acto de presencia en el campamento, dirigiéndose inme- diatamente a la tienda del Comandante, a quien 1(' dio cuenta de su ausencia en la siguiente forma: — Comandante Ignacjp; le voy a contar 1 « >» 1 < » 1<> que ha ocurrido desde que me separé de \'d. hace cerca de veinte días. — Vamos a ver. cuéntame, que ya te escucho, pues tu sabes. "BrisquOla", que a mi me interesa todo lo tuyo. — Pues, usted verá. Comandante: — Yo tuve confidencias de que en el pueblo me es- taban haciendo a mi, ciertas cosas que ningún hombre de honor puede consentir, y me dijeron que en el nego- cio estaba mezclado un guerrillero a quien conozco desde haee muchos años; y en seguida pensé averiguarlo va- liéndome de los medios que ahora le he de contar. — Como yo soy muy práctico en los alrededores de Villaelara, fui y me metí una noche en el Cementerio, dispuesto a no salir de él hasta que no averiguara lo que andaba buscando. De día me eolaba en una bé>veda, junto con los muertos, y allí dormía mis siestas a piernas sueltas, seguro de que nadie me encontraría, y cuanto ] »asaban las seis de la tarde en que se acababan los en- terramientos, salía de mi escondrijo y me iba derecho a las tumbas de los chinos, donde me alimentaba con la comida que les ponían los parientes y amigos a los di- funtos, para que se fueran bien gorditos para la China. Salía después que ya calculaba que fueran las nueve o las diez de la noche y me dirigía, tranquilamente al ba- rrio del Condado, poniéndome a observar los movimien- ISRAEL CONSUEGRA 81 tos de la casa donde vivía la persona que vigilaba. Fui al fin descubierto, y si no es que ando tan listo y echo mano del revólver, ahí mismo se queda "BrisquiÜa", y hubiera ido a hacerle compañía a la gente del Cemente- rio donde he permanecido tantos días. — De todas maneras estoy contento, porque me he pasado muchas noches dentro de Yillaclara, codeándome con los "pacíficos"; he engordado con la comida de los chinos muertos y me he puesto más blanco, por estar tanto tiempo a la sombra. Por poco se come un Tiburón a Cordero Largio Cordero y Calvo, de profesión dentista, fué, sin embargo, el Jefe de Sanidad que tuvo el General Mon- teagudo en los dos últimos años de guerra, y terminó la campaña con el grado de Comandante. Sus servicios fueron eficientes y nunca dejó de curar a los heridos con el mismo arte profesional que pudiera hacerlo un Doctor en Medicina. Pasó hambres y miserias sin cuen- to y tembló más que una pluma movida por el viento, con las "calenturas de frío" (el paludismo) que a los "mambises" nos atacó con furias propias de un huracán. Acampados en "San Juan de Boullúa", en las costas trinitarias, esperando la expedición que nunca vino, n ni- chos insurrectos construyeron "nazas", "chinchorros" y otros aparatos de pesca, con bejucos, y Cordero se consi- guió uno de ellos, valiéndose de su asistente que se lo te- jió pacientemente. Más contento que "veguero con tasajo de puerco" marchó Cordero hacia la playa llevando orgullosamente su artefacto de pescar y se metió mar adentro con la es- peranza de hacer un buen aprovisionamiento de pescado. Tiraba el "jamo" con maestría y lo retiraba con algunos animalitos dentro, que brincaban ansiosos de salirse de la prisión, los que iba lanzando hacia la orilla sin fijarse en que, apenas caían en tierra desaparecían al momento al echarles mano los insurrectos que tenía detrás. Pero el Comandante Cordero estaba muy entretenido en su faena y no se fijaba más que en el "jamo" y en los pes- cados que caían en él. Así estuvo en esa operación más 84 MAMBISERIAS de media hora y cada vez caminando mar adentro, has- ta que el agua le Llegaba casi a los hombros. De pronto, ano de 1<>s insurrectos «pie estaba obser- vando la operación de pesca, vio nadando hacia Cordero a un tiburón de regular tamaño, por Lo que sin poderse contener dio un grito de alarma; pero un compañero le puso la mano en la boca, al mismo tiempo que Le decía: — Cállate pedazo de animal. ¡Tu no ves que si Cor- dero se fija en el tiburón se nos acaba a nosotros la co- mida, pues sale del agua inmediatamente! Estaba ya tan cerca de Cordero el escualo, que el hombre volvió a gritar: — ¡Huiga, Comandante Cordero y salga pronto del agua! Mire que se lo come un tiburón que tiene a dos pasos! Y Cordero más blanco que un papel se puso a nadar para la orilla, saliendo del agua con los ojos que casi (pie- rían salírsele de las órbitas. Y lo más bonito del caso fué que no encontró un solo pescado. or un hueso de jamón Ya puede imaginarse el leetor lo que significaría para cualquier insurrecto en el año 1898, el tener al al- cance de la boca un hueso de jamón nadando dentro de un caldo, en el qnje hubieren además, algunas malangas de las llamadas "cimarronas", que se dan en las orillas de los ríos en no muy abundante cantidad por cierto. El General Gerardo Machado y Morales, Jefe de la Brigada de "Villaelara", tenía establecida la costumbre en su Estado Mayor, de que todos los oficiales que lo componían comieran con él, alrededor de un caldero grande, donde se cocinaba lo que pudieran conseguir los asistentes. Todo el mundo se sentaba en el suelo, y ha- ciendo uso de cucharas que se fabricaban de lomos de yaguas, comía mientras encontraba algo en el caldero. Una ocasión, yo no sé cual de los asistentes se apa- reció en el Cuartel General, portando un hueso de ja- món que se había encontrado en el camino real, dejado allí por alguna columna enemiga en marcha, y cuya sola presencia — la del hueso — produjo hasta dolores de ba- rriga y palpitaciones en el corazón de muchos. Aquel día hubo banquete, pues la servidumbre multiplicó sus esfuerzos de "raqueo" y consiguió algunas malanguitas de las "cimarronas" y distintas hierbas y raices de las que usábamos los mambises para confeccionar nuestros ajiacos "sirugénicos" (sin carne). Cuando el caldero acabó de dar los últimos hervo- res fué colocado debajo de una mata de güira que pro- yectaba herniosísima sombra, y todos nos sentamos al- rededor de él. Estaba en el campamento eí Comandan- te Enrique Machado, Delegado de Hacienda, en compa- 86 MAMBISERIAS nía de su Secretario él Teniente Enrique Qitiñoni fueron invitados a comer. Entre los Ayudantes de Campo del General Macha- do, figuraba el ('apilan José Delgado, más conocido por el Capitán "Cubano", que era, y es todavía, uno de • hombres verdaderamente "léperos!' y prácticos en todos los resortes de la vida, a quien no había Dios que 1»* diera en el sudo, ni Le pasara una bola buena por el frente sin que él le tirara. La faena alimenticia principió en seguida que el Ge- neral Machado dio la voz de cargarle al "enemigo", y cada cual metió su cuchara en el caldero y se la Qevó a la boca las veces <|ue pudo hacerlo. Por cierto que, en- tre los Comensales, se encontraba también un muchacho que acababa de salir del pueblo, y el pobre, como no te- nía cuchara, no hacía más que abrir los ojos viendo co- mer a los demás. Y aquel hueso de jamón permanecía en el fondo del caldero, y sobre él se fijaron todas las miradas, sin que nadie se atreviera a echarle mano. Don Enrique inten- tó hacerlo en distintas ocasiones, y siempre tropezó con los hombros del Capitán "Cubano", (pie se interponían para impedirlo; hasta que don Enrique se puso bravo y se levantó, quedándose en ayunas. Aquel acto llamó la atención de los comensales, y de ello se aprovechó el "Cubano" para sacar el hueso y chuparlo con ansias, hasta que le dolieron las quijadas, pues estaba comple- tamente pelado. Cuando la comida terminó, aquel pobre muchacho que no tenía cuchara, se le acercó al ''Cubano" pidién- dole que le proporcionara una, y éste, que no le quitaba la vista de encima a una flamante capa de agua que ha- nía traído del pueblo su interlocutor, se la neo-oció por una cuchara que hizo del lomo de una yagua. Y diee "Colinche, que el "Cubano" continúa siendo lo mismo que en la manigua : una fiera. Las travesuras de Edelmira Miguel Antonio Torren*, Farmacéutico y "Medico" en la manigua insurrecta, y Serafín López, su auxiliar y ''practicante", llegaron una mañana del mes de junio del año 1895 a una casa de "Vegas Nuevas", donde re- sidía la familia Áralos, precisamente cuando en ella, en la casa, había depositado un buen cargamento dé armas, que el "confidente", moreno Pedro Castillo, sacara de Villaelara unos días antes. Fueron recibidos con la alegría consiguiente, y se sentaron muy tranquilos y confiados, en "par" de tabu- retes que colocaron donde pudieran explorar el camino real que estaba cerca de la casa. Tomaron café y fuma- ron buenos tabacos. En la familia Avalos no hubo nadie que no le pres- tara sus valiosísimos servicios a la Independencia de Cuba; los hombres con las armas en la mano y las muje- res en la medida de sus fuerzas. Edelmira que era una muchacha amiga de hacer mal- dades y que conocía el carácter pacífico de Don Miguel Antonio y de su compañero Serafín, se propuso darles un susto aquel día y concibió el proyecto, que llevó a cabo, de vestirse de hombre y armarse hasta los dientes, de modo que pudiera ser confundida con un "guerrille- ro". Cogió una carabina, un machete y cartucheras para balas, y así uniformada salió cautelosamente por detrás de la casa y se metió en un platanal cercano, des- de el cual hizo dos disparos al aire, a la vez que daba gri- tos de ¡Viva España! Al escuchar los tiros y los gritos, saltaron Don Mi- guel Antonio y Serafín de los taburetes y cayeron como 88 MAMBISERIAS un rayo sobre sus caballos, emprendiendo precipitada huida, sin que pudieran oír las risotadas de la propia Edelmira que salía del platanal llamándolos, para decir- les que no se trataba del enemigo, sino que era ella. Y aquellos dos casi ''pacíficos" ciudadanos no vol- vieron a aparecer por la casa de las Avalos hasta que hubo pasado algún tiempo, y cuando lo hicieron, no se olvidaron de pedir informes relativos a lo que ocurrió después que ellos abandonaron los taburetes, al presen- tarse los españoles, pues calculaban que estos tenían que haber hecho pasar un mal rato a la familia; y cuando la misma Edelmira les contó el " episodio", con cara pica- resca y un tanto medrosa, aquellos dos "mambises" sin- tieron algo así como la sensación que produce en el or- ganismo el contacto rápido de una corriente eléctrica; apoderándose de ellos tal nerviosismo que sin poderse contener, y con mayor precipitación aún que la que em- plearon el día del "susto" saltaron sobre los "jamel- gos" y se marcharon sin despedirse siquiera, para rea- parecer a los dos o tres meses, cuando consideraron que nadie se acordaba del asunto. Lo que a mí me fastidia son los dientecitos Yo no puedo, sin ser un ingrato, dejar de dedicarle unas cuantas líneas en estas narraciones positivamente históricas, al recuerdo de un viejo " mambí" a cuyas in- mediatas órdenes presté mis servicios en la Guerra de Independencia, y que allá en la manigua redentora me trataba con muchísimo cariño, al que yo supe correspon- der lealmente. Me refiero al Coronel Severiano Gar- cía, ya fallecido, Jefe del Regimiento de Caballería "Vi* Hadara" desde que tomó el mando de la Brigada de este nombre el General Gerardo Machado y Morales. _ Severiano, era un hombre alto, de fuerte constitu- ción y de hablar lento y "parsimonioso"; de carácter bondadoso y dulce aún en los momentos de dar una or- den; pero enérgico y duro en el cumplimiento de los de- beres del soldado. Tranquilo y sereno en los combates, nadie lo aventajaba en bravura. Era de la raza de color y salió a la campaña cuando lo hizo, de Placetas, el General Monteagudo, en calidad de segundo jefe del Escuadrón, v a sus órdenes estuvo hasta que Cuba conquistó su libertad. Su característica era la pulcritud y el aseo en su persona, sin embargo de que en la guerra hubiera que andar 'cochino" a la brava. El Coronel Severiano ca- si siempre se encontraba en posesión de ropa limpia y nunca le faltaba una muda de repuesto en las alforjas. ' Montaba a caballo y las piernas de lo largas que eran le sobresalían de la barriga del animal; y cuando em- 90 MAMBISERIAS prendía la marcha su primer movimiento sobre La mon- tura era inclinar a un mismo tiempo e] busto hacia ade- lante y las piernas para atrás, levantando los pies a fin de hacer USO de las espuelas. Nunca pudo decirle al Genera] Monteagudo, cuando hablaba eon él, de otra manera que "Don Chucho", y fué de sus mejores y más consecuentes amigos. Como el ( oronel Severiano era un hombre muy aseado y meticuloso, nosotros, en la manigua, le hacía- mos algunas maldades para gozar viendo 1<> apurado que se ponía. Recuerdo que una ocasión que estábamos acampados en "Jagüeyes", por donde corre el río de ote nombre, después que se había dado un espléndido baño, se me ocurrió la idea que llevé a la práctica, de sacarme algunos '•caránganos" de mi ropa y echárselos al ( '<>- ronel en la hamaca. Y para que fué aquello; se acostó a dormir la siesta y el "bicho" principió a operar inme- diatamente en aquélla carne aún fresca y limpia, des- pertando al durmiente que saltó convertido en una fu- ria para mandar a su asistente a descalabro insurrecto; no olvidándose minea de poner algún comentario en contra de los "mambises", para hacerse más español todavía, [ba montado sobre un caballo de mmdia resistencia, para que Boportara además de su cuerpo, el peso del serón, el aparejo y las botijas, dentro de los cuales siempre saca- ba para el campo las armas y municiones, ropa, zapatos y otros efectos que los clubs patrióticos le entregaban»' No fumaba, y sin embargo era su costumbre no quitarse un gran tabaco de la boca cuando cruzaba las trincheras, porque dentro del mismo iba la correspondencia. Eran tan frecuentes sus entradas y salidas, que una ocasión se le acercó un sargento, jefe de un fuerte, y le dijo: — Mi Teniente, con su permiso y dispense que lo interrumpa en su marcha; pero es el «-aso que yo qui- siera saber si Yd. no teme encontrarse él mejor día con los "mambises" por esos campos, no llevando a nadie que lo acompañe. Y Quintín le respondió jactanciosamente: — Conque "mambisitos a mi eli! . . . . ; Y ésto para que me lo ha confiado a mi la Madre Patria ? . . . . Y se llevaba la mano derecha al revólver. Un día salió Quintín de Yillaelara cargado de pertre- chos de guerra hasta la boca, y estuvo a punto de ser descubierto cuando cruzaba por las mismas trincheras, a consecuencias de haber dado un tropezón el caballo, que cayó arrodillado, lanzando al suelo el jinete y regan- do algunas municiones y una carabina que se salió del aparejo donde iba oculta. Solamente la sangre fría y la astucia desplegada por Quintín en aquellos instantes lo pudo salvar de la hecatombe. Aseguró que todo era para su uso personal y continuó la marcha tranquilamen- te. Si lo hubieran registrado, allí mismo lo fusilan, por- que aquel día llevaba un arsenal escondido. Xo había andado media legua de camino, cuando fué sorprendido por el ¡Alto! ,; Quien va \ "mambí" y dos disparos que le hicieron casi a boca de jarro. Una pa- ISRAEL CONSUEGRA 103 reja de exploradores lo tomó por lo que era y le entró a tiro?, salvándose milagrosamente de ser herido o muer- to por los disparos; pero Quintín pudo darse a conocer inmediatamente y aquellos insurrectos lo condujeron has- ta el campamento donde fué recibido cariñosamente por el General Monteagudo, a quien hizo entrega de todo lo que llevaba encima. Después regresó tranquilamente a Villaclara, para seguir exponiendo su vida en la difícil misión de CON- FIDENTE y de hacerse pasar por español cuando toda su alma estaba puesta en la INDEPENDENCIA DE CUBA. No tiren que soy yo, el Corneta " Tatica Miguel Oses y Hernández, "Tatica" es de los hom- bres que nacieron a la vida para tirarlo todo al choteo, porque a ello los impulsa una fuerza superior me voy a to- mar la libertad de dar un salto en las alturas y caer en la isla de Puerto Rieo, precisamente en el año 1887 (man- do era gobernado aquel territorio por el General español Don Romualdo Palacios. Aquella era una época terrorífica en la que el com- ponte de la Guardia Civil andaba a la "aleta de la albar- da", para los nativos que no le brindaban mucha con- fianza a los gobernantes peninsulares. Entre los com- ponteados, según me cuenta el Brigadier José Semidey que es puertorriqueño y fué actor en el episodio que na- rro, figuraba un obrero llamado Eusebio Bonilla, hombre valiente y exaltado, y que, por eso mismo, estaba muy mal visto por la Guardia Civil. Un día lo compontearon bár- baramente, y estando amarrado hubo de tratar de co- bardes a los guardias que lo castigaban, entre los cuales figuraba uno nombrado José Ferrería, quien al conside- rarse ofendido, le dijo: — Para probarte, miserable, que no soy ningún co- barde estoy dispuesto a batirme lealmente contigo en cualquier momento. El duelo fué concertado y meses después se iba a llevar a cabo con la intervención de los señores José Se- midey y José María Pietriantoni en calidad de nadrinos de Bonilla,y dos guardias civiles representando a Fe- rrería. La noche en que el lance debía verificarse, fueron Semidey y Pietrantoni en busca de su representado a 126 MAMBISERIAS la casa en que vivía, y allí no pudieron encontrarlo, «•<»- nio tampoco en los distintos Lugares que frecuentaron. El cadáver de Bonilla apareció a la mañana siguien- te en la puerta del Cementerio, donde se constituyó el Juzgado por mera fórmula, sin llevar a cabo Las inves- tigaciones del caso. Semidey las practicó por su cuenta y supo que Bonilla había sido asesinado por la Guardia Civil; hizo la correspondiente denuncia y dejó en el .Juz- gado su declaración escrita, sin (pie tampoco se esclare- cieran los hechos. Años después, en 1892, se trasladó Semidey a la Re- pública de Santo Domingo, afiliándose al Partido Revo- lucionario Cubano, hasta que salió para Cuba en mayo de 1895, a las órdenes del General "Mayía" Rodríguez, en una expedición que no pudo desembarcar en las costas cubanas. Pudo lograrlo, más tarde, en otra expedición mandada por los generales Carlos Roloff y Serafín Sán- chez, que desembarcó por Sanctí Spíritus el 24 de julio del mismo año. Aquel puertorriqueño expedicionario era Teniente Coronel en el año 1897, y prestaba sus servicios en la Brigada de Sagua, al mando de un Regimiento de In- fantería. El General José Luis Robau que era su jefe le dio la comisión de trasladarse a Camagüey en busca de armas- y municiones, y al llegar al campamento del General Javier Vega, que era quien debía entregarle los pertrechos de guerra, se fijó en un individuo con insig- nias de Cabo y le dijo: — Me parece que lo conozco á usted, Cabo, desde ha- ce mucho tiempo. — Y yo a usted también. Teniente Coronel. — ; Xo es usted, Ferrería el Guardia Civil de Ya neo, en Puerto Rico? — Si. señor, el mismo; me licencié del Cuerpo a que pertenecía y me vine para Cuba a pelear por su libertad; pertenezco a la Escolta del General José Maceo a quien me incorporé desde mi llegada a la manigua. ISRAEL CONSUEGRA 127 Cuando terminó la campaña supo el Coronel Seini- dey por boca de un oriental que había sido compañero de Ferrería en la Escolta del General José Maceo, que aquel había muerto peleando bravamente por la Indepen- dencia de Cuba. Y el hoy brigadier José Semidey y Rodríguez, Jefe del Departamento de Administración del Ejército de la República, todavía se siente conmovido al recordar aque- llos episodios de la contienda libertadora en la que él par- ticipó de manera muy sobresaliente. Y Cástulo sigue en "El Laurel de Pendas Cástulo Martínez nació bace más de ochenta años, en una finca perteneciente al Término Municipal de San- ta ( 'lava, donde se crió y aún vive todavía Labrando la tie- rra y entregado a todas las labores del campo. Mocetón de 18 ó 20 años se lanzó a la manigua el año 1868, cuando lo hicieron desde Villaclara JVÍiguel Geró- nimo Gutiérrez, Guillermo Lorda, Gerardo, Eduardo y Enrique Machado y tantos otros "pilongos" que presti- giaron las filas del Ejército Libertador. Terminó aque- lla larga jornada de diez años de constante batallar con el grado de Comandante. Cuando el General Carlos Roloff operaba en los úl- timos tiempos de aquella campaña por la zona de Villa- clara. Cástulo fué su compañero. La persecución era tan encarnizada que se internaron en la "Sierra del Es- eambray", por las faldas de la loma "El Mogote", y en ellas sembraron unas cuantas matas de mangos. Desde allí mismo salió Cástulo un día del año 1878, para reali- zar su "capitulación" en Villaclara. "Pacífico" ya, regresó a su "Laurel" para entre- garse a la vida de calma y tranquilidad que tanto nece- sitaba, y así vivió esperando siempre que el grito de gue- rra volviera a vibrar en los campos de Cuba, para regre- sar a ellos a pelear por la libertad e independencia de la Patria. Tan pronto sonó en Baire la corneta llamando a los patriotas, y Cástulo escuebó sus vibraciones, fué de los primeros en empuñar nuevamente las armas y lanzarse 130 MAMBÍ SERIAS a la manigua insurrecta, arrastrando a un grupo de hom- bres como él resueltos a jugarse la vida. A los pocos días el Teniente Coronel rástulo Martínez se hacía sentir en el territorio villareño que recorría victoriosamente, estre- chando combates con el enemigo cuantas veces se lo en- contraba en su camino. Su fuerte eran las cargas al ma- chete y las peleas en guerrilla. Conocía palmo a palmo la zona en que operaban las fuer/as de Yillaclara, y una ocasión se lo demostró al < le- ñera! Monteagudo, sacándolo monte a monte, cuando éste con las fuerzas de su mando se encontraba casi copado por los españoles. Subiendo por lomas empinadas y por entre breñales de sabanas, existía un caminito conocido únicamente por el Teniente Coronel Martínez, y por él burló al enemigo, llevando sin novedad a la columna in- surrecta hasta "La Solapa". Muchos fueron los hechos de armas en (pie participó ( ¡ástulo durante la Querrá del 95, primeramente al frente de un Escuadrón de Caballería y últimamente mandando un Batallón de Infantería del Regimiento "Libertad". Tuvo la satisfacción y la gloria de comer de los mis- mos mangos por él sembrados en compañía del General Roloff en las faldas de la loma "El Mogote" en 1 año 1 s 7 7 . que boy son conocidos por los "Mangos de I y que de ellos comiedan sus compañeros de arm Y aquel vie.jito de hierro, largo y flaco como un be- juco, todo nervios y astucia mambisa, montado siempre sobre su jaca alazana, parecía un centauro al frente de sus hombres, y llegó a convertirse en el terror de b>< gue- rrilleros al servicio de España. Y allá en el "Laurel de Pendas" a cuya sombra pro- tectora acampé, dormí y me alimenté muchas s compañía del Tenienl onel < la friolera de treinta y tantos años, vive tranquilamente el heroico mambí entregado a las faenas agrícolas y re- memorando diariamente, continuamente, sus épicas ha- zañas, sari- de su ol querid< tado por cuantos lo rodean. Se le Pasó el Susto a los Tres Días El Teniente Coronel Cástulo Martínez recibió la or- den del General José de J. Monteagudo, de marchar a la Provincia de Matanzas a recojer unas armas y muni- ciones procedentes de la expedición que había desem- barcado por Cárdenas el General Collazo, y salió para dicho lugar acompañado de unos treinta hombres, entre los cuales iban el Capitán Pedro Valdés Fuentes y un individuo conocido por "Uga" o "Buchinche". Fueron tantos los contratiempos esperimentados en la travesía, por la tenaz persecusión de las guerrillas y columnas españolas, que se hizo imposible al Teniente Coronel Martínez cumplimentar la orden recibida. Los continuos fuegos sostenidos con el enemigo le produjeron muchas bajas en sus filas y se vio obligado a regresar al lugar de partida. La última hecatombe ocurrió entre Amarillas y Me- lones mientras almorzaban y daban descanso a la caballe- ría. Una guerrilla los atacó brutalmente, dispersándo- los en distintos grupos. Fué tan bárbaro el empuje de los guerrilleros, que resultaron infructuosas las líneas de fuego (pie se les pusieron: el pánico se había apoderado de todos los ánimos y se impuso el sálvese el que pueda. Hubo insurrectos, y "TTga" entre ellos, que no paró su carrera hasta el pueblo, donde hicieron su presentación. En este hecho de armas se salvó el Capitán Valdés Fuentes por habérsele reventado la correa de la bando- lera.pues un guerrillero quiso hacerlo prisionero y se la 132 MAM BISERIAS arrebató, mientras que él continuaba dándole espurias al caballo. Y como en la cartera iba su diario de opera- ciones !<• dieron por muerto, y en el periódico "La Lu- cha'' salió publicada la noticia. El Hambre no Respeta Nada De marcha por unos desfiladeros profundos, y sobre las empinadas lomas de Trinidad, marchaba un día de lluvia la Brigada de Villaclara rumbo a la zona de sus operaciones, anhelantes las fuerzas que la componían de hacer rápidamente el viaje de regreso, para reponerse un tanto de las miserias y necesidades pasadas es] (erando la ex] >edición que debía desembarcar por las costas trinita- rias. Una compañía de infantería al mando del Capitán Pedro Valdés Fuentes iba cubriendo la retaguardia, y éste oficial tuvo necesidad, muchas veces, de poner en práctica hasta procedimientos violentos, para que la gen- te no se le insubordinara, pues se resistía a continuar marchando, a consecuencia de los aguijonazos del ham- bre. En un recodo del camino que seguían, vio el Capi- tán Valdés Fuentes a un grupo de hombres, y entre ellos al Teniente Pedro Mariani, entregados a la faena de en- tresacar de un mulo muerto y apestoso, picado ya por las auras, los trozos de carne que podían aprovechar. El Capitán llamó a un lado al Teniente para reprenderlo por el mal ejemplo que estaba dando con aquel acto que realizaba; y el Teniente le respondió, que solamente el hambre lo obligaba a ello. Dos días después, y cuando las fuerzas estaban acam- padas en el potrero "Alberieh" cerca de Maniearagua, el Capitán Valdés Fuentes se estaba muriendo de ham- bre, y buscando comida llegó hasta el pabellón del Te- niente Mariani, viendo a éste atracado con un trozo de carne humeante y olorosa. Se le hacía la boca agua y se le salían los ojos detrás de aquel espectáculo. 134 MAMBISERIAS Al verlo, Mariani, le dijo: Capitán; yo qo lo convido porque ésta ea la carne de aquel mulo muerto y apestoso que me encontré en el camino y yo me supongo que usted rio se atreverá a meterle el diente. A' el Capitán Valdés Fuentes sintiéndose enterne- cido le respondió al Teniente Mariani: — Aquello fué en el camino, por causa de la discipli- na, pero ahora la escena cambia uegro, y en él le depositaron aquel conglomerado de papas, caldo y garbanz< Como era lógico que sucediera, el caldo se filtró por el "panza de burro", quedándose en el fondo las papas y los garbanzo», que Juan se disparó, imaginándose «pie aquello era un arroz con pollos a la valenciana. Así. en esas condiciones, permaneció el "prisionero de guerra" doce mol-tales días, hasta que lo remitieron a la Cárcel a la disposición del Sr. .Juez Militar instructor, que lo fué el Teniente Coronel Don Pascual Herrera, el cual cayó más tarde, morlalmente herido, cuando las tropas cuba- nas y americanas tomaron a Santiago de Cuba. Convertido en un verdadero adefesio, sucio y an- drajoso y llevando, en la cabeza su "panza de burro" famoso, (pie ya parecía un colador de café, y amarrado codo ron codo fué trasladado Juan a la Cárcel de la Ha- bana en unión de otros companeros de prisión, y desde allí, pasado un mes. lo encerraron en el ('astillo del Mo- rro para ser juzgado en Consejo de Guerra formado por treintidos oficiales del Ejército Español, y condenado a la pena de VEINTE AÑOS DE PRESIDIO, por el de- lito de REBTCLIOX, cuando no contaba más que quince años de edad. Afortunadamente cumplió solamente dos años y medio de condena, porque fué puesto en libertad al cesar en Cuba la soberanía española. Han transcurrido desde entonces a la fecha treinti- tres años, y Juan López se lamenta todavía de su pri- sión, no precisamente por el tiempo y las calamidades que pasó encerrado en las mazmorras de la fortaleza su- friendo las mayores calamidades: oue eso él lo dá por muy bien servido, porque fué por la libertad de Cuba, sino por el pesar que experimenta en su alma, de no haber podido contribuir personalmente y arma al brazo en la manigua heroica, a hacer la Independencia. ISRAEL CONSUEGRA 149 Le queda, sin embargo, una gran satisfacción y un recuerdo de aquellos tiempos inolvidables: su famoso sombrero de "panza de burro"¡ donde comía la asquero- sa "iia/ofia" del rancho, que él conserva aún como sa- crosanta reliquia, encerrado cuidadosamente, amorosa- mente, dentro de una vitrina de cristal. Allí está la jus- tificación de sus penalidades: y en esc sombrero vé, .luán, cada un día que transcurre, su contribución a la LIBER- TAD DE LA PATRIA ADORADA. Celeste CHAMfAGNAT BIBLIOTECA SECUNDARIA, VÍBORA Los Efectos de un Pedazo de Trapo Azul de Rayadillo Una columna española que salió a operaciones des- de la ciudad de Santa Clara el 16 de noviembre de 1897, dejó rezagado al pasar por "Arroyo Blanco", en las ar- boledas de Agustín Alonso, al soldado Francisco Sal- gueiro, y a los tres días de andar vagando éste, por aque- llos lugares, fué encontrado por las fuerzas del Coman- dante Bonifacio Sterling. Estaba Salgueiro completa- mente descalzo y se le conocía en la cara que había pasa- do mucha hambre. Después de haberlo interrogado le preguntaron que si quería quedarse en la manigua, y él respondió que lo liaría con mucho gusto si le daban un par de zapatos, pues de esa única manera se incorpora- ría a los "mambises". Pasados algunos meses estaban acampadas las mis- mas fuerzas del Comandante Sterling en "Las Parti- ciones", y allí sostuvieron un violento combate con el enemigo que se presentó resuelto a abrirse paso a des- cargas" cerradas, como era su costumbre hacerlo. En esa acción de guerra murió peleando en las primeras lí- neas, el bravo Teniente Coronel José Mauricio Arseno, dominicano, compañero de expedición y Ayudante de Campo del General Antonio Maceo. Cerca del lugar de la acción se encuentra la loma de "Barrabás", que está cubierta de monte por una parte, y de yerba de guinea por la otra, y atravesada, enton- ces, en su cúspide, por una cerca de alambres, corriendo por sus faldas un camino carretero, precisamente por el cual marchaba la fuerza española que combatía con los 152 MAMBÍS E RÍAS insurrectos, a la vez que iba tirando descargas cerradas sobre e] monte que después quemó, suponiendo que en «'I estuvieran los mambises. Cuando las maniguas em- pezaron a arder, se acercó al Capitán [smael Avalos que era jefe de una < 'ompañía de Infantería, el Sargento ( rardo Zabala, diciéndole: — Capitán: la loma está ardiendo y hay que andar muy pronto, porque ya casi n<> queda por donde retirar- nos. El soldado Salgueiro, aquel mismo de los zapol que aún conservaba su uniforme de rayadillo azul, no esperó la orden de retirada al oír lo que decía el Sargen- to Zal>ala, y emprendió la huida, dejando enganchado entre los pelos de alambres de la cerca, un peda/o de sus pantalones azules: y como el Sargento Zabala estaba te- meroso de ser copado, porque los españoles le podían "echar un flanco" por la loma, hizo lo mismo que Sal- gueiro y siguió detrás de éste, desfilando también el Ca- pitán Avalos con su gente. De pronto, se paró el Sar- gento Zabala y mirando para el frente dijo: — Mire, Capitán, ahí los tiene. Por aquí están los "gringos". Y sin hacer más averiguaciones salió d< pedido loma abajo. Lo que había visto era el pedazo de tela de rayadi- llo azul dejado por el soldado Salgúéiro entre los pelos de alambres. Cuando hizo su incorporación como a las dos horas, todavía estaba azorado, y llevaba impreso en el rostro el efecto que le produjo el pedazo de tela de rayadillo azul. A Alberto Boix le Sobraron. Piezas . . , . . En una finca llamada "El Roble", en Pinar del Río, se encontraba acampado el General Maceo descansando de sus estupendas faenas guerreras, y había establecido su Cuartel General en un viejo ranchón medio destarta- lado y cayéndose a pedazos. Con él estaban su Jefe de Estado Mayor General José Miró Argenter, los Ayudan- tes y la Escolta. Llovía bárbaramente y cada uno esta- ba entregado a sus ocupaciones habituales en los campa- mentos. El Ayudante Alberto Boix limpiaba su Rifle Win- chester que desarmó convenientemente, v engranó* ar- mándolo de nuevo. Cuando hubo terminado aquella me- cánica operación quedó muy satisfecho de su trabajo y movió rápidamente el mecanismo del arma que funcionó a la campana. Se sonrió, y ruando ya se disponía ;i co- locar su flamante rifle en el mismo lugar donde tenía colgados su cintraron, machete y revólver, se fijó sorpren- dido en dos piezas de acero que se encontraban precisa- mente en el lugar donde antes había estado practicando la operación de limpieza y que pertenecían al rifle: no explicándose que éste funcionara sin ellas. (Eran las correderas laterales del Winchester). Un tanto confuso y sorprendido, se dijo: ¡Caramba! Se me quedaron estas dos piezas sin colocar y no me explico como puede funcionar tan bien el mecanismo del armamento. 154 MAMBISERIAS El Coronel Peña que estaba cerca y lo observaba con atención, le preguntó: — ¿Que te pasa, Alberto, te sobran? — Si, Coronel, se me quedaron sin colocar. — ¡Ab! Chico, no las emplees en ese rifle; guárda- las para otro. El Teniente Dosisteo ascendió a " Tresisteo ' Las "Lomas de Tapia" están enclavadas en San Diego de Núñez, en la Provincia de Pinar del Río, y en ellas libró el General Maceo durante el año 1896 los combates más rudos y sangrientos de aquella jornada inmortal. El heroico caudillo bautizó esos campos tan famosos por sus proezas guerreras, con el bélico nombre de "EL PELE ADERO", que aún conservan. En el mes de mayo de ese año 1896, todavía queda- ban por allí algunas casas abandonadas por los pacífi- cos que las habitaron, y que se "metieron monte aden- tro" a prestarle sus valiosísimos servicios a la Revolu- ción. En esas casas se acamparon un día las fuerzas del General Maceo, ocupando él, una, con su Estado Mayor y la Escolta, y otra contigua, los músicos de la "Banda Tnvasora" con su Jefe y Director el Teniente Manuel Dosisteo Aguilera, muerto recientemente y nacido en el pueblo de Holguín. Este Teniente Dosisteo no tenía otra ambición en la manigua que la de acabar la guerra con el grado de Capitán, en tanto que el que más y el que menos ambicionaba entrar en el pueblo con las es- trellas de General. Por aquellos días y después de muy duro combatir, el General Maceo se estacionó en "La Lechuza", para despachar correspondencia, órdenes y diplomas, y, na- turalmente, en el Cuartel General se hablaba de ascen- sos. El Coronel Adolfo Peña Rodríguez que fué expedi- cionario con el General Maceo, colombiano y hombre de 156 MAMBISERIAS valor temerario, además dé ser muy culto y que estaba a la cande- la era un hermoso boniato y sobre él fijaron la vista, al mismo tiempo que observaron una jicara con miel de abe- jas qué se encontraba cerca del rogón. E] Corone] le hizo una seña al Capitán y le habló muy bajito: — ¡V'erás! .... Dosisteo, (pie descansaba tirado en su hamaca, se levanto rápidamente y dirigiéndose a los visitantes, pre- guntó: —¿Que hay de nuevo por ese Cuartel General ? Pa- rece que boy no tendremos fiesta. (Se refería al cons- tante combatir con los "panchos"). — Pties, nada de particular. Únicamente que el Ge- neral se encuentra en extremo atareado en el despacho de la correspondencia y los diplomas. Por cierto que .tu has ascendido, Dosisteo. — Vamos, Coronel; no juegue con eso. — No, yo no juego, y si te lo digo es porque de ello estaban hablando ayer de tarde: no sé si fué el General Miró o algnno de los Ayudantes. El Teniente Dosisteo se sintió tan halagado con el notición ([lie hasta se puso medio tembloroso; y al ver que Peña y Bernal se preparaban para marcharse, los detuvo, diciéndoles : ISRAEL CONSUEGRA 157 — Espérense, caballeros, que 70 tengo aquí un bo- niato asado y un poco de miel de abejas y quiero obse- quiarlos; pero no vayan a figurarse que ésto lo hago por ío de] aséense, pues de hinguña manera 1<>s hubiera de- jado marchar sin Tener el placer de compartir' con lisíe- lo único «pie pose... Kl Corone] Peña le- susurró a Berna] al oído: -¡Cayó! ..■.*.. Se comieron el boniato con míe] y hasta le tomaron el cafó a Dosisteo. Y cuando se levantaron para mar- charse, éste se dirigió al Corone] Peña, preguntándole : — ¿Y, dígame Coronel, cuando podré saber si es cierto lo de mi ascenso. — Pues, en seguida, chico. — ¡ Como en seguida, Coronel? — Si hombre. ¿Tu no eres Dosisteo?- Pues ahora eres Tresisteo. El Muchacho del Chaquetón Prieto Procedente de una expedición que hizo su desem- barco por las costas matanceras llegó a los campos de la Revolución a principios del año 1896, el joven José Vicente Adot y Rabell, de familia distinguida y acomo- dada, que se hallaba en el extranjero al sonar en Cuba el grito de Independencia o muerte. Por aquellos limpios estuvo operando varios meses en distintas fuerzas, con el pensamiento fijo en Oriente, donde tenía el propósito de unirse al General José Maceo, cuya fama de hombre valeroso y temerario lo tenía verdaderamente sugestio- nado. Cuando el joven Adot obtuvo su pase, inmediata- mente salió de marcha rumbo a Oriente, completamente solo, sobre un mal caballejo, aunque perfectamente ar- mado de rifle, revólver y machete y cubriendo su cuer- po por un grueso chaquetón prieto, sin embargo de en- contrarnos en el mes de junio en que ya ha entrado en Cuba la época de los calores. Casi al salir de la Provin- cia de Matanzas se encontró con fuerzas insurrectas acampadas en una colonia de caña, presentándose al je- fe que las mandaba, a quien enseñó el pase que lo auto- rizaba para dirigirse hacia Oriente. Era el entonces Teniente Coronel José de J. Monteagudo que regresaba del extremo occidental ya restablecido de la herida que recibió en el combate de "Tirado". Lo primero que hizo el Teniente Coronel Montea- gudo al enfrentársele el joven Adot, fué preguntarle: — ¡ Y tu, quien eres y que has venido a buscar a la manigua, tan joven? 166 MAMBISERIAS — Pues yo soy un cubano 1<» mismo que lo es Vd. y que persigue su mismo ideal. Desembarqué en una ex- pedición hace poco tiempo y ahora me dirijo, convenien- temente autorizado, hacia Oriente para incorporarme al 'General José Maceo. Conocedor como era el Teniente Coronel Mónteagu- dq de los hombres, se dio perfecta cuenta, eu seguida, «lo lo «pío valía aquel muchacho que tan resueltamente lo contestaba y le replicó:. — Mira, muchacho; mucho me ha gustado esa forma qué tu has tenido do responderme^ sin saber quien soy, y me. alegraría bastante de poder contarte entre los sol- dados a mis órdenes: g, Quieres quedarte conmigo?. A mi'lado té harás un hombre do provecho. Tu no me co- noces, pero investiga por ahí quien os el Teniente Coro- nel José de J. MonteagTldo, y cuando lo hayas hecho no te olvides do volver a verme, para que me digas 1<» que lias resuelto sobre lo qué te lie propuesto. El joven Adot hizo las averiguaciones necesarias y se presentó de nuevo al Teniente Coronel Monteagudo, .muy acongojado y pidiéndolo. ara sanar la gue- rra y acabar con la dominación española en Ouba. ISRAEL CONSUEGRA 191 - El General en* Jefe salió dé marcha a la mañana si- guiente, dejando al Delegado de Hacienda Capitán Bar- celó y al Prefecto Pérez en el campamento, con el" encar- go de vigilar por el camino del rastro que él había traído, y ordenándoles que no se movieran de allí hasta que no consideraran que ya había marchado algunas leguas. Cuando hubo trascurrido el tiempo prudencial, Bar- celó también levantó el campamento, marchando a su lado el Capitán Prefecto, al que le dijo: — Pues, de buena se ha escapado Yd. "Prefecto; si el General se lo llega a. llevar se salva, porque él no tran- sige con los civiles, y mucho menos con los que están tan gordos y flamantes como nosotros dos. — Lo que yo siento, Capitán Barceló, es haberme quedado ; pues si la cosa continúa mucho tiempo como está ahora, dentro de poco se nos va a paralizar también la quijada de abajo, por la falta de ejercicios. Y Rafael (El Aura) Vive Todavía Todas las tuerzas de la Brigada de "VjHaclara" es- tán hambrientas y casi desnudas. En el Cuartel Gene- ral se hacen preparativos para una próxima operación de guerra, sin que se conozca el lugar escojido por el General Montea gudo paira realizarla; aunque se murmu- ra que vamos a emprender marcha esta misma noche del mes de julio de 1897, para atacar algún pueblo donde podamos proveernos de ropa, comida y algunas armas. Nos encontramos acampados en el hermoso y limpio potrero "Alcantarilla", debajo de añosas y corpulentas matas de mamey amarillo, o de Santo Domingo, entre Placetas y Guaracabulla. y no se tienen noticias de la presencia' del enemigo en algunas leguas en contorno. Las sombras de la noche han principiado a envol- verlo todo y el corneta de órdenes del Cuartel General lanza al aire las notas de su instrumento tocando forma- ción. Se ponen en- movimiento los soldados corriendo de un lugar para el otro, en busca de sus caballos los que pertenecen al arma de caballería, y de sus armas y " jo- longos " los infantes. Forman correctamente las uni- dades con sus oficiales al frente; se pasa lista y las cor- netas vibran ardorosas al toque de marcha. Van delante los exploradores en número de nueve, con un oficial valeroso y conocedor de la zona, al frente; detrás, la columna de hambrientos, silenciosamente, con la esperanza puesta en el final de aquella jornada en la que debemos encontrar, o la muerte que todo lo finaliza. o los recursos indispensables para continuar viviendo unos días más. 194 MAMBISERIAS Transcurren dos o tres horas de camino y nadie ha dado señales de agotamiento, porque el pensamiento per- manece fijo en lo que lodos llevamos impreso en la men- te: atacar algún pueblo de la comarca. Desde manguar- dia va circulando hasta retaguardia la voz de "hagan silencio" y esa orden pone lisonjeras esperan/as en las filas, porque tenemos la seguridad de encontrarnos a la vista del peligro. Ha hecho alto la fuerza, en medio del camino, y en voz baja se trasmiten rápidas órdenes que se cumplen al pie de la letra; nadie conoce todavía, más que el Ge- neral y algunos jefes, la operación que hemos de llevar a cabo; pero nos imaginamos cual habrá de ser. Al fin, nos hemos enterado de lo que se propone rea- lizar el General Monteagudo, porque la noticia lia sido dada a conocer. Estamos a un cuarto de legua escasa- mente del poblado de Vega Alta, perteneciente a la ju- risdicción de Remedios, y dentro de pocos momentos nos lanzaremos sobre el, como buitres hambrientos so- bre su presa. Re ha realizado el asalto al poblado en medio de fu- riosas descargas de fusilería que sus defensores nos ha- cen desde los fuertes y trincheras que 16 defienden. Nuestros hombres responden resuelta y valerosamente a aquella agresión y caen aquí y allá, como la caña al golpe del machete de trabajo; pero el avance continúa hacia el corazón de aquel recinto tan bravamente defen- dido. Yo soy oficial, joven y entusiasta, y me regocijan las funciones bélicas de ésta índole, sencillamente por (pie, en ellas se expansiona el espíritu y se vive durante unas horas otra vida distinta a la de la manigua, eternamente verde, y sin más alicientes que los que producen las ba- las al silbar sobre nuestras cabezas. En las entradas a los pueblos, aunque expone uno la vida con mayores pro- babilidades de perderla, se reciben otras sensaciones y se consigue, aparte el ideal por el que se pelea, lo que ISRAEL CONSUEGRA 195 después es provechosamente utilizado para sobrellevar la existencia. . . Por un portillo que abrimos en una eerca de alam- bres de "púas" nos colamos en Las calles de Vega Alta, y allá adentro nos desquitamos a entera satisfacción de los peligros de la jornada, "raqueando" los estableci- mientos y algunas casas particulares de las señaladas como habitadas por enemigos de la Independencia de Cuba. Dos o tres horas estuvimos saqueando a Vega Alta y combatiendo contra sus defensores; costándonos aque- lla operación, dolorosas bajas entre muertos y heridos. La gente se vistió, se hartó a reventar y pudo cargar sus "jolongos" de abundantes pertrechos de boca. Sa- limos del poblado pasadas las dos de la madrugada, al darse la orden de retirada por el Jefe de las fuerzas ata- cantes. Cuando regresábamos al lugar de partida, donde ha- bían quedado los caballos y el Cuartel General, lo hici- mos por los mismos lugares de la entrada, muy precipi- tadamente, huyéndole al nutridísimo fuego que se nos hacía de distintos lugares; y al cruzar el portillo abierto en la cerca, mis pies tropezaron con un pelo de alambre que había quedado junto a la tierra, y me fui de bruces contra la misma, saliéndoseme de las manos toda la car- ga que llevaba, la cual recogí inmediatamente, tan pron- to me levanté, para continuar la huida. Tuve que permanecer en aquel lugar de peligro, sin embargo, al escuchar unos quejidos cercanos, de alguien que pedía auxilio; hacia ellos encaminé mis pasos y me encontré con un compañero herido, que me decía. — ¡ Será posible, que me vayan a dejar aquí, para que me acaben de matar los españoles ? Quien así hablaba era Rafael Crespo, (El Aura) un valiente muchacho de la infantería que había recibido un balazo de pierna a pierna, y que le atravesaba ambos tes- tíeulos, dejándolo imposibilitado de andar. 196 MAMBISERIAS — Ordené a dos hombres que se detuvieran, y entre los tres sacamos aJ pobre compañero herido, llevándolo en bra/os hasta "> 16. — L,-i Confidente de los españoles 57 216 MAMBISERIAS Páginas. 11. — Echa pa un lao, Teniente, que tu no sabe camina a pié <>l 18. — Hazme, aunque sen. un picadillo de yerba de guinea 65 19. — Mira, Serafín, lo que dice "La Lucha" y . . I puní -... <>!) 20. — Oye. Cubano. ¿Poquería de jutía no bace daño, chico'? 73 21.— Colincho 75 22. — El Teniente "Brisquillá" comía con los muertos . 79 23. — Por poco se come un tiburón a Cordero . . 83 24. — Por un hueso de jamón 85 25. — Las travesuras de Edelnlira 87 2íi. — Lo que a mi me fastidia son los dientecitos. >s9 27. — Estos galones me los gané yo,por mis . . . condiciones 93 28. — Una invitación con desconfianza 95 29. — A mi hay llevarme muerto para el pueblo . 97 30. — Calentura ahorcaba con las manos .... 99 31. — Quintín era Teniente de . . . Volunta- rios (?) 101 32. — No tiren, que soy yo, Tatica: el corneta . . 105 33. — Bien sabía yo que eran juegos de ustedes . 107 34. — Los Majases 111 35. — Y es verdad que es el burro. 115 36. — Yo quiere mete pinchacito tenedó dentro carne sabrosa 117 ISRAEL CONSUEGRA 217 Páginas. 37.— ¿Comandante y Capitán de quéf ¡P . . . ! Comandante y Capitán de Mambises. Hi- jos de mono y aura 121 38.— Desde Puerto Rico hasta Cuba 125 39. — Y Cástulo sigue en el "Laurel de Pendas" 129 40. — Se le ]>asó el susto a los tres días 131 41. — El hambre no respeta na^da 133 42. — La muerte de su caballo le salvó la vida al Coronel Roberto Méndez Péñate 135 43. — Un buen regaño a tiempo 137 44. — El Vocabulario de Solano Romero 139 45. — Las sardinas del General Esquerra .... 143 46. — Coronel: su ('aballo camina como un Magis- trado 145 47.— -Un sombrero para varios usos 147 48. — Los efectos de un pedazo de trapo azul de rayadillo 151 49. — A Alberto Boix le sobraron piezas .... 153 50. — El Teniente Dosisteo ascendió a . . . Tre- sisteo 155 51. — El muchacho del chaquetón prieto .... 159 52. — Un Oficial chino que no suelta el rifle . . 163 53. — Yo creí honrar a su hija, bailando con ella . 165 54.— ¡A caballo! ¡A caballo! 167 55. — Xo me tiren, que yo soy Luisito 169 56. — Aquí están los "panchos" ¡Fuego! .... 173 57. — Una novatada 177 58. — La soga quiebra siempre por lo más delgado 179 2i8 MAMBISERIAS \y* Paginas. 59. — El primor muerto de la campana del 95 . . 181 60. — Espectacular evasión de un insurrecto . . 183 61. — Ahora si que la lias heeho buena; José . . . 185 -El gran balazo de la vida 187 -El Prefecto de Jobabos 189 04.— Y Rafael (El Aura ) vive todavía 193 65. — ¿El mulato Soutí e? guerrillero? 19t 66. — Muy bueno, pero muy lejos 201 67. — En este cementerio no mjfcentieíran a mí . . 203 68. — Pues, si esto es mulo, venga mulo aunque me entre a patadas 205 69.— La ''Comisión" de los ''Duelistas" .... 209 70. — No me maten que soy el médico 213