MAMBISERIAS

EPISODIOS DE LA GUERRA - - DE INDEPENDENCIA - -

1895 - 1898

POR EL

CAPITÁN ISRAEL CONSUEGRA Y GUZMAN

CON UN PROLOGO DEL TENIENTE DEL EJERCITO NACIONAL

ALBERTO CASTILLA DEL BUSTO

SECRETARIO DEL DEPARTAH*ENTO DE .DIRECCIÓN

1 9 3

HABANA

IMPRENTA DEL EJERCITO

1 9 3 O

MAMBISERIAS

EPISODIOS DE LA GUERRA - - DE INDEPENDENCIA - -

1895 - 1898

POR EL

CAPITÁN ISRAEL CONSUEGRA Y GUZMAN

CON UN PROLOGO DEL TENIENTE DEL EJERCITO NACIONAL

ALBERTO CASTILLA DEJ_ BUSTO

SECRETARIO DEL DEPARTAMENTO DE .DIRECCIÓN

1 9 3

HABANA

Imprenta del Ejercito

1 93 O

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DEDICA TORIA

:=D

Al Mayor General Alberto Herrera y Eranch, M. M. Jefe de Estado Mayor del Ejército.

A multe mejor que a Vd. General Herrera, mi compañero de glorias y de vicisitudes durante la nula a heroica campaña d nues- tras libertado;, y mi coitsecuenU y bum amigo y Jefe actualwiente, le puedo dedicar mu;/ respetuosa y cariñosamente estas "MAMBI-

8EEIAS" qw he escrito, exclusivamente, para dejárselas como úni- ca herencia a mis dos hijas cjw ridísimas Jema y Oristela. ron el pro- pósito de que sepan siempre la participación que tomó su podrí en la libertad de Cuba.

Xo es el mió ningún trabajo d, gran valor literario, sino sencilla y pobremente narrativo, en <1 que lie procurado pintar con l-as mejores pinceladas del recuerdo a mudo, edyunos cuadros que sean el más fiel y exacto reflejo de lo que eran aquellos gloriosos tiempos de miserias y de heroísmos inenarrables, en los que Vd. como yo, y todos los demás compañeros queridísimos del EJERCITO LI- BERTADOR, luchábamos denodadamente en los montes y en los llanos magníficos de Cuba, para arrancarlo del yugo a que venía uncida por más de cuatrocientos años.

Con la aceptación que Vd. le preste a este humiJdísimo y grande esfuerzo que he realizado, se sentirá sobradamente satisfecho y le vivirá eternamente agradecido, su viejo .compañero y amigo.

ISRAEL CONSUEGRA.

cA CUANTOS ME LEYEREN

Yo no soy escritor ni jamás soñé que de mi cerebro se produjera un libro; y mucho menos de las condiciones de éste que lie ido confeccionando a memoria limpia, echando mano de la mina de recuerdos que como sagra- das reliquias guardo ambiciosamente en mi tanque de pensar.

Lo he querido titular EPISODIOS DE LA GUE- RRA, porque sus páginas son muchos de los hechos efec- tivamente verídicos, ocurridos en la manigua insurrecta, y como consecuencia del ideal que allá se perseguía. Viven aún, afortunadamente, algunos de mis queridos compañeros que hago figurar como protagonistas en los episodios que describo, que pueden dar de su exactitud: principalísimamente el General Gerardo Machado y Mo- rales de quien tuve la alta honra de ser Ayudante de Carn- eo en Cuba Libre.

Yo no he dado a la publicidad este libro con ambi- ciones de gloria. ¿Cuáles mayores puedo alcanzar, en lo poco que me queda de existencia, que la de poderme contar en el número de los Libertadores de Cuba?

Lo he escrito, con todos sus defectos, porque toda- vía gozo sintiéndome MAMBÍ.

En cada uno de los relatos de mi libro hay un epi- sodio hermoso de la epopeya heroica, que marca, por decirlo así, el carácter del cubano abierto a todas las expansiones y dispuesto siempre a mirar por encima del hombro todas las calamidades, cuando de la defensa de la Patria queridísima se trata.

No hay aviesa intención en ninguno de los pasa- jes que pinto. Búsquese. sólo en ellos, la comicidad,

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aún en medio de los lances más serios y peligrosos, ya que en qo puede existir doble sentido tratándose de mis hermanos de armas, a todos los cuales sigo conside- rando todavía bajo el mismo punto de vista que en los campos que alionamos con nuestra sangre generosa, y

que fuel'oli mudos testigos de tantos sacrificios ....

Creo y estimo, que he sido bastante exacto en mis narraciones, y me figuro que los compañeros a quienes comprendo en las mismas, se alegrarán de encontrarse

envueltos en ellas.

EL c^UTOR.

PROLOGO

Plática de insurrecto es este libro; plática impresa, para difundirse más allá del pequeño círculo de las ter- tulias íntimas, en que los viejos veteranos suelen vibrar tocados por sus recuerdos <!<' la guerra.

Viene, pues, a mudar en la imaginación la faz hoy apacible de nuestro suelo; esparce resplandores rojizos por los horizontes, tiende negruzcas manchas en los caña- verales; recoge los brutos de las haciendas, muestra los árboles sin frutos, los graneros vacíos, las rústicas vi- viendas sin pobladores; cierra con trincheras las entra- das de los pueblos;, llena de gente armada los caminos y consagra los más ignorados y agrestes parajes con la apoteosis del liéroe.

Más no se crea que lia querido el autor ensordecer con marciales estruendos ni consternar con desfiles di- visiones crueles; sus senderos de acudir a la justa y su vía crucis se tornan a trechos en caminos de alegres ro- meros.

Tampoco nos lleva en excursión a lo pretérito con ánimo de hacernos comprender una compleja exposición de planes, efectivos, situaciones tácticas y hechos o cir- cunstancias transcendentales. Se propone otro objeto: describir la vida insurrecta a través de sus diarios in- cidentes en pequeño. En suma, no avalora sus noticias con cifras apreciabas en l°s balances de la guerra.

De rareza sus páginas nos presentan el ejército en visión de conjunto. Diríase que son casi todas como lentes para observar de cerca a los hombres, hasta ima- ginarse entre ellos y distinguirles la fisonomía, y des- cubrir, en fin, al individuo, y conocer las peripecias de su

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existencia guerrera, cosas que la historia apenas deja ver en sus englobamientos <!<• héroes o patriotas y en sus citas de hechos resonantes.

Al presentarnos sus hermanos de la guerra, se con- duce Consuegra con tal llaneza y espontáneas maneras que su naturalidad nos hace sentir la agradable sorpre- sa que experimentaba Pasca] cuando " preparándose a encontrar un autor le salía al paso un hombre".

Cada personaje habla en el libro con su propia boca, de ordinario ingenua y ruda, y nunca embarazada de re- milgos, sin que se le interrumpa con explicaciones o co- mentarios doctos, ni se le disfrace con piadosos retoques. Se ve que Consuegra respeta sobre todo el realismo sin adulteraciones de sus bellísimos cuadros, (pie en tres cuartillas y a veces menos sintetizan el relato con bre- vedad anecdótica.

Hasta al referirse a propio, no al hombre que es hoy, sino al adolescente de hace seis lustros, deja el au- tor que libremente se proyecte su alma de entonces. El mismo, sin vanidoso alarde, desde luego, parece contem- plarla ufano, como algo suyo que ya no está en él, a la manera que el padre entrado en años se enorgullece ante el alma del hijo que pasea por la vida un penacho de gallardas locuras.

Chispea en el curso de las narraciones la gracia dicharachera y pintoresca de nuestro pueblo, capaz en alto grado de hacer buena la exactísima observación de Dumarsais, para quien los corrillos populares eran más fecundos en figuras que las sesiones académicas. Y esa jocosidad que los dieciocho años de Consuegra atisbaban por los escenarios de la tragedia, a falta de aula escolar en que urdir travesuras de estudiantes, es lo que el gusto a este libro, lo que nos sabe en él como a picante mojo.

Desde el inquietante Generalísimo, a quien el autor, ya Teniente aguerrido en la estupenda Invasión, se pre- senta vestido de paisano y lo chasquea, haciéndolo pro- rrumpir en regañosa andanada, contra los petimetres no

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fogueados c incapaces de "••lavar el jan", hasta el jíbaro "Mocho", renuente a dejarse atrapar como tímida bes- tezuela por su perseguidor que le acaricia los oídos con esta añagaza de su ingenio simple: "Date, mocho, que tu eres de la Reina y no te pasará nada", desfila en mul- titud de pasos cómicos, dentro de sus jornadas de gloria, la familia insurrecta.

Alguien tildará en ella el harapo y la piel desnuda, o el habla rústica o bozalona de algún jefe u oficial, como aquel que en cierto pasaje dice: "Yo está corta un ca- ñas", o como los que al ser tratados por sus jerarquías, a presencia de un tozudo Capitán prisionero, asombraron a éste y le movieron a proferir graciosísimos desatinos contra la catadura de tales oficiales. Pero cuidado al observar, que a menudo la abigarrada tropa mezcla con los jefes ignorantes y de abajo, como al cabo lo fueron Pizarro y Murat, y tantos grandes de retrato a toda pá- gina en las historias, al intelectual que aspira a ciuda- dano.

Vamos de combate en combate, de campamento en campamento, enterándonos de mil incidentes y mil di- chos que mueven a risa.

Trabajo costaría aceptar la verosimilitud de tanto buen humor en semejante medio a quien juzgara con el alma un tanto sibarítica que nos forma esta vida fácil como un deslizamiento sobre rieles. Hay que adentrar- se en aquellos soldados que ayunaban los más de los días y cicatrizaban sus heridas al sol, y salían de los letargos de la fiebre despertados por el trajín de la pelea; que careciendo casi siempre de todo, todo habían de disputar. lo como un bien superior a lo único que poseían : la asende- reada vida. Así se comprenderá que si resistían año tras año tal cúmulo de males era, precisamente, porque, aferradas al ideal sus almas, aún podían desdeñar los agobios del dolor y hasta oponerles, la risa, la heroica risa, que era tal vez el más alto espolíente de la fuerza interior de cada hombre frente a la adversidad que lo rodeaba.

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Y con las remembranzas jocosas alternan otras que imponen recogimiento. ¡Que bella enseñanza ofrece a los conductores de hombres, la regeneración del soldado confundido por el perdón de su jefe cuando se disponía a traicionarlo, y trocado por tal acción en hombre fiel para toda la vida y aún en salvador providencia] del su- perior magnánimo!

Cautiva el lance en que un oficial cubano derriba a otro español en dudo singular, Iras reñida porfía, sin que los jefes y compañeros del vencedor, que lian segui- do anhelosos el chocar de aceros, ofrezcan auxilios que empañen el lustro de la hidalga hazaña.

Asistimos a la agonía del farmacéutico, lentamente unido por la fiebre, pero no desmayado en el ánimo, que rechaza las compasivas insinuaciones de presenta- ción, y así le vemos morir, en aquella manigua ingrata

para su naturaleza débil y pacífica, pero buscada, ya que i!" como palenque prometedor de trofeos, al menos

COmO refugio de sus rebeldías.

Espeluzna, sin que pueda mover a repugnancia, la transformación en fiera de un hércules inofensivo "Ca- lentura", que ante la muerte del hermano, famoso pala- dín, resuelve desagraviarlo estrangulando enemigos con sus terribles manos.

Toda el hambre de la guerra se hace sentir en la contemplación de una de estas escenas:

Con inocente ardid logra un viejo soldado que Con- iSaegra suba a un árbol, buscando frutas con que enga- ñar al vientre, y así se eleje breves instantes de su caba- llo, para entonces matárselo de una puñalada. Al que- jido desciende a tierra nuestro amigo, y lloroso empuña su revólver para vengar al bruto; pero el sacrificador, lleno de mansedumbre, y con lógica certera como su puñal, exclama: "Teniente, manda a fusila tu compa- ñero; yo tenía mucha hambre, negocio no tiene remedio". Con los miembros sangrantes, parece el animal ofrecerse al amo en último tributo; la necesidad de vivir dice lo demás; los dos hombres se entienden en un gesto cordial,.

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y el cuchillo de Consuegra también saja los generosos íomos.

No rehuye, pues, el autpr los parajes de evocación dplorosa, con el pueril empeño de fingir una Arcadia feliz, en la tierra desolada y exhausta. Prescinde de amplificaciones patéticas, que tan mal se avendrían con su temple de mambí a quien el bregar continuo creó el hábito de rio malgastar el tiempo en lloros inútiles; pero apunta Los niales suficientemente para que sintamos to- do el rigor del medio cu que vivieron nuestros liberta- dores.

Obras como esta ofrecen una información valiosísi- ma de que estamos harto necesitados.

Suerte sería que las letras patrias se enriquecieran con la contribución frecuente de escritores como Consue- gra, que habiendo sido actores en la demanda de este pueblo por su libertad tuvieron sagaz penetración para observarla en sus aspectos menos conocidos.

El breve relampaguear de los combates ya nos ha

dejado ver. aunque no precisar, cómo se forjaba la ha- zaña, y cómo se moría. Aún queda en la penumbra algo no menos hermoso: cómo se vivía día a día, minuto a minuto en las cumbres del monte, en las ciénagas, en los bosques sin trillos .... en cuanto era tierra de alima- ñas; cómo cualquier cosa que le brotaba al árbol se acep- taba por fruto apetecible; cómo cuando la codiciada ju- tía ''conocía ya al insurrecto por el olor", a falta de subs- tancia, se echaba un nombre pomposo al estómago: "el picadillo de hierba de guinea". Reuniendo todos esos fragmentos dispersos, podríamos admirar y salvar del olvido lo más grande que hubo en la epopeya redentora: el alma del mambí.

ALBERTO CASTILLA DEL BUSTO.

Habana, enero de 1930.

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EL AUTOR AÑO 1899.

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Capitán Roqueta: Esto Es Una Madriguera de "Soldaos"

El General Manuel Suárez Delgado, que fué un jefe valiente en la Guerra de los Diez Años, no quiso ''ma- lograrse" en la del 9ó, como al fin lo consigió poniendo

en práctica todos los recursos que conocía y la experien- cia adquirida en aquella larga contienda, consistente en saber acampar en lugares estratégicos, retirarse a tiem- po y safarle el cuerpo al enemigo siempre que tenía una buena oportunidad de hacerlo, sin embargo de (pie sabía portarse como un bravo en los momentos difíciles y apu- rados.

Fué de los ] trímeros en lanzarse a la manigua en el territorio villareño, arrastrando detrás de él. con sus prestigios revolucionarios a infinidad de "veteranos" y a distinguidísimos jóvenes de la mejor sociedad villacla- reña. como los Machado, los Esparza, ios Oropesa, los Rojas, los Consuegra, los Rodríguez, los Avalos, los Gó- mez y tantísimos otros que le dieron gloria y prestigio a las armas libertadoras.

Yo estuve en sus fuerzas hasta que marché con las del Brigadier Juan Bruno Zayas a la Campaña de Inva- sión, y soy testigo de algunos "hechos de armas" que lo acreditan como "gran estratega" y hombre práctico y conoeedor de los resortes que los insurrectos empleaban con bastante frecuencia.

Sus campamentos los hacía, regularmente, entre lo- mas y en lugares que tuvieran una retirada que no ofre- ciera peligros; porque pensaba, lógicamente, que mien- tras menos hombres perdiera, había mayor cantidad de

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enemigos que oponerle a España, a la que resultaba más fácil rendir, huyendo, que peleando, pues el "gringo* se cansaba y se exponía a insolaciones, tabardillos, <•! vómito y lanía.- enfermedades que mermaban sus filas.

"El Cordobonal", "El Quirro", "Él Sumidero", "Becerra", "Ranchuelito", "Kl Maguey", etc. etc., eran los campamentos que por su situación geográfica resulta- ban para el General Suárez los mejores puntos de acan- tonamiento, y de ellos no salía ni a cañonazos.

Por el mes «le octubre o a principios de noviembre de 1895, salimos de marcha, un día muy lluvioso, rumbo al "limpio"; y no por cual circunstancia acampamos en "Las Nueces", potrero de yerba de guinea, abierto, muy llano y por el cual corren mansamente algunos arro- yuelos de agua cristalina. A es*1 lugar primoroso, donde el ganado vacuno y de cerda existía en grandísima abun- dancia, nos condujo el Capitán Pablo Roqueta, hombre astuto, muy práctico y conocedor de todos aquellos con- tornos.

Acampamos y acto seguido el General llamó a su asistente Antonio Agustín CJgarte, "Buchinche" y le dijo:

¡Uga . . . tiéndeme la hamaca! a la ve/ que, admirando el hermoso panorama que tenía ante su vista, se entusiasmó extraordinariamente, felicitando al Capi- tán Roqueta y gritándole:

¡Ya ve; ésto que es un campamento espléndido! Aquí me voy a estar unos cuantos días echándome fres- co en la pa .... } Por (pié no me trajo antes a estos parajes, Capitán Roqueta? ¡Que campamento más es- pléndido!

No habían trascurrido aún diez minutos de aquella

simpática escena, cuando se sintieron algunos tiros -líci- tos (pie fueron tomados en el primer momento como do insurrectos matando puercos: pero seguidamente el rui- do atronador de las descargas cerradas nos dio la evi- dencia de que el "soldao" estaba en puerta, y fué el de- lirio lo que se formó en el campamento, pues la gente

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poco acostumbrada a entrar en pelea, principió a correr 'en todas direcciones en busca de sus caballos, mientras tanto las cornetas dejaban oir sus aires a los vientos.

Dos columnas en combinación nos estaban atacando por distintas guardias y ya puede calcularse cómo sería el negocio. Se pusieron algunas líneas de fuego para que fueran entreteniendo al enemigo, en tanto que se preparaba la retirada. Y en medio de aquella baraúnda y de los tiros que cruzaban por sobre nuestras cabe- zas, se oía la voz del General Suarez ,diciéndole al Capi- tán "Roqueta.

¡Capitán Roqueta! ¿Donde me ha metido usted? ¡Esto es una madriguera de "soldaos"! ¡Sáqueme de aquí o lo mando a fusilar! ¡El práctico! ¡Que venga el práctico! ¡ Donde está el práctico? Y sin esperarlo sa- lió dis] (arado, hasta que encontró las fuerzas preparán- dose para marchar.

Afortunadamente, no tuvimos que lamentar pérdi- das de consideración, pues las únicas que experimenta- mos consistieron en algunos heridos leves, además de las hamacas y otros "cachivaches" que no pudimos re- coger en la huida.

A los pocos días de este episodio guerrero, yo tuve la suerte de incorporarme a la Columna Invasora y no volví a ver al General Suárez hasta después de termina- da la campaña, de la que él salió "ileso" operando por tierras camagüeyanas y empleando allí seguramente, la misma táctica que usaba en las Villas cuando acampaba en "El Quirro" "El Cordobonal" etc.

El Bueno de Don oársenio

Por las llanuras espléndidas y magníficas que exis- ten en la provincia de .Matanzas, entre Colón y Jovella- nos precisamente, marchaba triunfalmente la Columna Invasora en el mes de diciembre de 1895 llevando la van- guardia el Escuadrón del Comandante Montea'gudo, de la Brigada de Zayas, al que yo pertenecía con el grado de Cabo.

El avance por aquellos territorios colmados de ene- migos se iba haciendo lentamente y rodeado de toda cla- se de precauciones, en atención al inmenso número de tropas españolas que traíamos a retaguardia sobre el rastro que dejábamos, además de las que el General Mar- tínez Campos tenía preparadas "estratégicamente" en i uga res apropiados, para impedir la marcha victoriosa

¡a el extremo occidental de la Isla al glorioso e invic- to caudillo oriental. Mayor General Antonio Maceo, a i ] tensaba derrotar definitivamente, para vengars- <le I mgos de B; " 7 de Peralejos ....

Nos habíamos separado el día antes del General en Jefe Máximo Gómez al partirse en dos la columna cuan- do cruzaba, en horas de la noche, la línea férrea entre Retamal y Altamisa!, en medio del mayor silencio, sin no de los dos paladines se diera cuenta del rumbo opuesto ene cada uno tomaba, pues la oscuridad no lo permitía, y, además no eran aquéllos momentos muy ::¡ propósito porque llevábamos a media España detrás. Así continuamos el avance en los días sucesivos, oyen1

;onstantemente el pito de las locomotoras conducien- do carros y más carros de tropas es] tañólas, y las sirenas

os ingenios defendidos y guarnecidos por el enemigo.

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Las "comisiones de candela" do cesaban en su mi- sión «Ir aplicarle la tea incendiaria a los verdes cañave- rales, qué al convertirse en pavesas ennegrecían el fir- mamento entre llamaradas terribles y grandes espirales de negro humo que todo lo envolvían.

Las tres de La tarde serían próximamente, cuando dimos vista al pueblo de Coliseo, cuyo destacamento nos rompió nutrido fuego al intimarle la rendición; por Lo que, ordenó inmediatamente el General Maceo La orga- nización del ataque, que llevó a cabo la caballería orien- tal; incendiando el caserío después de la resistencia ofre- cida por sus defensores.

Cuando se estaba verificando esta operación Llega- ron las fuerzas del General Gómez, aumentándose el nú- mero de combatientes. Los dos caudillos se abrazaron, \ conferenciaron Largamente, porque tenían confidencias de (pie grandes múdeos de fuerzas enemigas, mandadas personalmente por el (¡ral. en Jefe del Ejército Español Don Arsenio Martínez Campos, marchaban sobre Coli- seo; y la noticia al extenderse entre los "mambises" causó inmenso regocijo, porque íbamos a medir nuestras armas con el "Pacificador" como pomposamente era llamado y conocido Don Arsenio.

Yo. particularmente, me sentí un "héroe" y un gi- gante capaz de darle machete a diez "panchos", sin embargo de (pie era un chiquitín de 18 años, y me pre- paré para entrar en pelea con todos los ardores de mi juventud, ante la perspectiva magnífica de que comba- tiríamos contra las fuerzas del General en Jefe del Ejér- cito contrario.

Afortunada o desgraciadamente para nosotros, la jornada no fué muy sangrienta, pues todo el aparato se redujo a pequeñas escaramuzas en las que no jugó nin- gún papel (d "paraguayo mambí", ni tuvimos (pie la- mentar pérdidas dolorosas.

El genio guerrero del "Pacificador" se evaporó aque- lla tarde memorable como lo hacían las columnas de hu- mo que salían de los verdes cañaverales, pues su táctica no le dié» ningún resultado favorable.

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Puede asegurarse, que en Coliseo casi no se peleó, sin embargo de que "Martinete" fué bochornosamente derrotado; a tal extremo que desde allí mismo salió dis- parado rumbo a la Península y fué relevado del mando supremo de la Isla de Cuba.

Ganamos los cubanos aquella jornada; pero la per- dimos, dolorosísimamente, porque Weyler sustituyó a Martínez Campos; y ya sabemos lo que significó para los cubanos de las poblaciones el período de mando de Don Valeriano, por lo que tuvo de sanguinario.

Hecho Heroico del Capitán Carlos cTWachado

No retengo en la memoria el nombre del lugar don- de ocurrieron los hechos que voy a relatar, aunque recuerdo que fué en los primeros días del mes de enero de 1896, encontrándose la Columna Invasora en la Pro- vincia de la Habana.

Era una hermosa mañana de cielo azul purísimo, cuando los rayos del Sol apenas dejaban sentir las fuer- zas de sus ardores, a consecuencia del frío intenso de aquel invierno inolvidable, tan fecundo en proezas bé- licas entre españoles y cubanos.

Las cornetas ya habían dejado oír sus notas alegres, tocando diana y formación, y en el campamento reinaba completa alegría, originada por los continuos triunfos de nuestras armas, conducidas siempre a la victoria por el invicto caudillo General Antonio Maceo.

El "Congo", que era el cornetín de órdenes del Cuar- tel General hizo vibrar las notas de su instrumento to- cando marcha, y seguidamente, se escucharon también las clarinadas de todas las unidades combatientes; po- niéndose en movimiento la columna rumbo al extremo occidental.

Aquel día correspondió a la Brigada de Zayas, mar- char a vanguardia, con el Escuadrón del Comandante Carlos Aguilar en la punta, haciendo el servicio de ex- ploración. No habíamos andado media legua todavía, cuando al ;Alto! ¿Quién va? de nuestros exploradores respondió el grito de ¡España!, dado por el enemigo, so- nando inmediatamente algunos tiros graneados de los

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cubanos, en tanto que los españoles avanzaban resuel- tamente, a descargas cerradas, como si quisieran barrer con su granizadas de proyectiles la pequeña resistencia que encontraban.

El Brigadier Juan Bruno Záyas, impasible y sereno como siempre, cursó las ordenes a SUS ayudantes, (pie corrieron presurosos a trasmitirlas a los jefes de fuer- zas; y a<-t<» continuo las unidades se desplegaron en lí- neas de batalla, rompiendo fuego mortífero contra el enemigo, que no cesaba de avanzar valerosa y resuelta- mente.

Las balas de Máuser silbaban sobre nuestras cabe- zas, y las de plomo y parque amarillo, maullando como gatos, se sentían al chocar contra la tierra o al perforar los cuerpos, que caían examines. Nuestras filas iban clareándose por momentos, porque la pelea era a corta distancia y no estaban hechos de algodón los proyectiles de los enemigos: pero, a pesar de todo, nos sosteníamos valientes en las posiciones que defendíamos.

A nuestra espalda sentimos, de pronto, un tremento trepidar de caballería que avanzaba; y vimos, a la cabe- za de aquella falange magnífica la figura arrogante y simbólica del " Titán", que empuñaba en su diestra for- midable el paraguayo invencible, mientras que el toque de a degüello se dejaba oír belicosamente. Había llega- do el momento culminante y era preciso poner a prueba nuestra condición de hombres.

La Brigada de Zayas partió como un rayo detrás de su amado Jefe, que fué el primero en el avance, y de- cididos fuimos sobre el enemigo, al aire los machetes, los cuerpos inclinados hacia delante y colgando de sus cordones los sombreros. El Brigadier había seguido una ruta diferente a la que llevaba el General Maceo, al em- prender la carga, y llegó con sus fuerzas frente al cua- dro que había formado el enemigo, embistiéndolo sin respetar las bayonetas que se le oponían. Aquello fué inenarrable. Los españoles al ser atacados por la masa de nuestros jinetes disparaban sin cesar y resistían he- roicamente; pero el empuje "insurrecto" se impuso, y

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aquel cuadro formidable se abrió como compuerta em- pujada por la fuerza del agua, entrando los nuestros en él, dando machetazos a derecha e izquierda, en medio de la algazara y de los ayes de dolor. Las bayonetas pe- netraban en nuestras carnes y en la de los caballos, y el chac, chac, de los aceros, al herir los cuerpos enemigos, se escuchaba perfectamente, así como los gritos de dolor que lanzaban los "panchos" al recibir "el golpe que los hacía caer en tierra.

Y en medio de aquella jornada de sangre y de heroís- mos, se desarrolló una escena pavorosa entre dos con- trincantes que medían sus armas caballerosamente.

Un Oficial del Ejército Español y otro del Ejército Libertador, luchaban desesperada y heroicamente al ar- ma blanca. Eran dos jóvenes al servicio de sus respec- tivas Patrias, que defendían sus ideales y sus vidas. El último, era el Capitán Carlos Machado y Morales, predilecto Ayudante de Campo del Brigadier Zayas, y quien, por su arrojo y valentía supo conquistarse la con- fianza de su Jefe y la admiración y el respeto de sus su- periores y subalternos. El otro, un valeroso Capitán de Infantería.^ La lucha a brazo partido entre ambos ofi- ciales, hacíase cada vez más violenta e interesante, sin que ninguno de los dos lograra dejar fuera a su adversa- rio; hasta que al fin, con un tajo irresistible, el cubano logró abrir brecha con su machete en el hombro del es- pañol, haciendo que la sangre brotara copiosamente de profunda herida, mientras que otro a la cabeza puso tér- mino a la lucha, cayendo a tierra el oficial hispano, para no levantarse más.

El Capitán Machado, piadosamente, ordenó enton- ces que se le diera sepultura al cadáver de su enemi- go, y fué felicitado por el Brigadier Zayas y por cuantos presenciamos el combate.

Nuestras bajas fueron muy sensibles y dolorosas en aquella jornada.

Jovencito: Ese Caballo es Propio Para un General

Güira de Melena está unida a la Provincia de la Ha- bana por una espléndida carretera, que era frecuentada constantemente por las tropas españolas en el período de la Guerra de 1895.

La Columna Invasora al mando de los generales Má- ximo Gómez y Antonio Maceo llegó a las cercanías del mencionado pueblo el día 4 de enero de 1896, entre una y dos de la tarde, y acto seguido el General Maceo conci- bió el plan de ataque, aunque .el General Gómez se opo- nía a ello, por estimarlo de difícil realización.

Fueron divididas en varios grupos las fuerzas que debían combatir en aquella operación, con la orden de abrir el fuego por tres rumbos distintos y marchar sobre la población hasta penetrar en su recinto. Güira de Melena no estaba defendida por tropas regulares, sino por unos trescientos voluntarios, y contaba con muy buenos reductos y gran abundancia de armas y muni- ciones.

El avance se realizó simultáneamente en la forma ordenada, sin respetar el incesante y mortífero fuego que se nos hacía, primeramente desde los fuertes y ca- sas particulares, y después del recinto de la Iglesia don- de se refugiaron los voluntarios, y se mantuvieron du- rante más de media hora de duro combatir; hasta que tuvieron necesidad de rendirse al estar cercados por las llamas que se produjeron al arder los edificios cercanos.

La rendición la hicieron al entonces Capitán Manuel Aranda, que era un hombre de verdadero empuje, quien

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entregó los trescientos prisioneros al General Maceo, que los puso en libertad.

Sacamos un rico y abundante botín, consistente en

trescientas armas, unos cien mil tiros, mucho dinero, ro- pa, comida y cuanto los insurrectos pudimos cargar.

Después del ataque acampamos a la orilla de la po- blación, y permanecimos en el lugar hasta el día siguien- te, sin que los españoles dieran señales de vida, no obs- tante el crecido número de columnas que teníamos alre- dedor, a menos de tres leguas de distancia.

En lo que a particularmente se refiere, puedo asegurar que supe aprovecharme muy bien en la jorna- da, pues me " apertreché" de cuanto necesitaba, inclu- sive de un soberbio caballo dorado retinto de más de siete cuartas de alzada que saqué de un establo, donde el noble bruto estaba "ancho" y relinchaba impaciente, precisamente cuando yo pasaba de él a unas cuatro o cinco varas de distancia.

Al verme en posesión de tan bello ejemplar me puse más contento que unas Pascuas y llegué a creerme que era un hombre importante.

Salimos de marcha, y cuando habíamos caminado un cuarto de legua, recibí la orden de hacer una pequeña exploración acompañado de dos parejas, y partí inme- diatamente hacia el rumbo que se me señalaba. Al cru- zar un portillo abierto en una cerca de piedras, me en- contré de manos a boca nada menos que con el General Maceo que venía a toda marcha seguido de su Estado Mayor y Escolta, quien, al vernos preguntó en seguida que para donde íbamos, y al responderle que en cumpli- miento de una orden superior, nos mandó incorporarnos a las fuerzas, agregando seguidamente:

Oiga, jovencito: ese caballo que usted monta es propio para un General y yo quisiera cambiárselo por otro.

Me quedé sin saber que contestarle; pero me repuse al momento j" le dije a Maceo:

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General: este caballo lo encontré ayer dentro del pueblo, en un establo y me apoderé de él, después de haber pasado muchísimo trabajo, y ahora me alegro y me felicito, porque me la oportunidad de ponerlo en sus manos.

El General me dio las gracias y dispuso que se me entregara otro caballo en el que monté y salí disparado a incorporarme a mis compañeros, todavía impresionado, porque el Titán me había dirigido la palabra, a mi que era un humilde Cabo de 18 años de edad.

Confieso que aquella escena me produjo un efecto tan extraño, que permanecí un buen tiempo creyendo que escuchaba aquellas palabras de Maceo: "Jovencito: ese caballo que usted monta es propio para un General".

Yo Esta Corta Un Cañas

Aunque aún muchos se imaginen que el estado de " rebeldía" en que se encontraban las fuerzas cubanas que se batían bravamente en la manigua redentora lu- chando por la Independencia de la Patria, era hecho suficiente para que se desconocieran las reglas más ele- mentales de la disciplina en las filas del Ejército Liber- tador, éste estaba sujeto a normas seyerísimas que se cumplían al pié de la letra y eran aplicadas rigurosamen- te en todos los casos que se presentaban. De ahí. que las armas cubanas desempeñaran gloriosamente su sa- grado ministerio.

Diariamente era nombrado un Jefe de Día que tenía a su cargo todo lo que con las fuerzas ya acampadas o en marcha se relacionaba, a fin de que el orden y la dis- ciplina se mantuvieran intangibles. El, organizaba las marchas y estaba pendiente de que éstas se verificaran ordenadamente; no permitiendo, bajo penas severísimas, que nadie se saliera de las filas sin la correspondiente au- torización.

Sabido es, que la Columna Invasora, por el propósi- to que la guiaba, era de importancia capital y de gran responsabilidad para el plan que desarrollaba su jefe invencible, el General Maceo.

Cómo las marchas se hacían rápidas y nunca se sa- bía el tiempo que podríamos permanecer en -los campa- mentos, no siempre teníamos buena oportunidad de "jun- tar candela" para hacer la comida; y, de ahí, natural- mente, que los estómagos se "estragaran" y se hiciera forzoso llenarlos de lo primero que se encontrara, que era la caña por regla general.

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Los "mambises" nos olvidábamos entonces <1« disciplinados, y nos salíamos de las füas.durante las marchas, metiéndonos en los cañaverales, <!<• dond< liamos cargados con una abundante provisión «le la azu- carada planta.

Muchísimas veces sufríamos Las consecuencias de

esas salidas de fila, y nos veíamos obligados a dar mu- idla "cureña" para salvarnos del plan de machete con- que nos amenazaban los jefe- y oficiales encargados de la difícil misión de conservar el orden cuando el hambre no podía aguantarse.

Y como nunca, ni aún en los lances más serios y comprometidos faltan los eternos contentos, para quie- nes la vida no es más que un relajo, muchas yocc< se le ocurría a cualquier gracioso echárselas de jefe, y desen- vainaba el machete, esgrimiéndolo amenazador contra los soldados que en los cañaverales se entregaban a la "dulce" tarea de alimentarse, dando voces estentóreas de: ¡Vamos! "pa" las filas; cubran las filas o los eoje el plan de machete.

A mi también se me ocurrió un día convertirme en "jefecito" y quise demostrarlo prácticamente, echán- domele encima a un moreno viejo que muy tranquila- mente estaba sentado en medio de una "guardarraya" dándose un soberano atracón, sin importarle un pepino, seguramente en aquellos momentos, ni el propio ideal que lo llevó a la manigua, pues toda su alma la tenía puesta en el sabroso zumo de la caña.

Al verlo en esas condiciones, me dirigí a él, emplean- do la forma más autoritaria: y dándole a mi voz la en- tonación de "hombre grande" le dije:

, ;Eh. ciudadano! ; Que hace ahí sentado? ¡Vaya para las filas inmediatamente o le voy a entrar a plana- zos!

Y aquel hombre, con su santísima calma se volvió tranquilamente hacia mi. respondiéndome con gran par- simonia:

ISRAEL CONSUEGRA 33

—YO ESTA CORTA UN CAÑAS ....

Era nada menos que un Coronel, según lo eviden- ciaban las tres estrellas en triángulo' que llevaba en la " bandolera' ', y yo fui quien se marchó para las filas, dispuesto a no volverme a meter en camisas de once va- ras, temeroso de tropezarme en cualquiera' otra ocasión, con otro moreno "cabeciduro'' y con estrellas, que me las hiciera ver a mi a fuerza de plan de machete.

El Viejo Gerardo

Para todos los que tuvimos la satisfacción de militar en las filas gloriosas del Ejército Libertador de Cuba, y operar en la Brigada de "Villaclara", que mandaba el General Gerardo JMachado y Morales, era una costumbre ya arraigada llamar al Coronel Gerardo Machado y Cas- tellón, padre del General, cariñosamente por el "Viejo Gerardo" o "Don Gerardo". Diciéndolo de cualquiera de las dos maneras, todo el mundo sabía de quién se tra- taba.

El "Viejo Gerardo" o "Don Gerardo", hizo la Gue- rra de los Diez Años operando en la zona de Villaclara, sin que en ninguna ocasión fuera sorprendido por los es- pañoles que perseguían a los insurrectos encarnizada- mente y hasta con perros. El se mantuvo invicto en la campaña, y fué su mayor galardón burlarse frecuente- mente de sus perseguidores; y eso que el campo de sus operaciones no era muy extenso que digamos y se en- contraba a dos o tres leguas de distancia de Villaclara, de Camajuaní, de Placetas, de la Esperanza, etc. donde las guerrillas españolas se distinguían por su fiereza y ansias de exterminio. "Don Gerardo" terminó aquella heroica campaña, luciendo las estrellas de Comandante, que se ganó muy valerosamente por cierto.

Al estallar la Guerra de 1895, fué el "Viejo Gerar- do" uno de los primeros "mambises" de las Villas, y esta vez, llevando consigo a sus dos únicos hijos varones, "Gerardito" y "Carlitos". Lo ascendieron a Coronel.

Su zona de operaciones fué la misma que en la dé- cada pasada, y su misión, desde los comienzos de la lu- cha hasta que hubo terminado, fué de carácter civil, por ser Delegado de Hacienda y Gobernador, sin embargo de

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que .le gustaba tirotear encarnizadamente a las tropas, acompañado de las parejas a sus órdeíles, porque él de- cía (¡iie a los "panchos" había (Jue traerles siempre al trote, para (pie sudaran mucho y fueran atacados del vó- mito después (pie gomaran auna en los arroyos, " Don Ge- rardo" era un verdadero filósofo en cuestiones guerre- ras y sabía más de ellas que muchísimos deles <pie man- daban fuerzas.

Cada vez (pie alo-una "comisión" cruzaba de Orien- te a Occidente o vice versa, tenía (pie tropezarse con el "Viejo Gerardo", porque todas venían con la recomen- dación de verlo, por la. fama que gozaba de hombre prác- tico y sabedor de los resortes mejores para pasar sin ser visto por entre los españoles.

Ponerse en. contacto con "Don Gerardo" y entre- garse en 'sus manos para que él sacara de apuros a los in- surrectos, era algo que todos envidiábamos en la zona de Villaclara, porque sabíamos que desde ese momento es- tábamos fuera de peligro, pues a, él no había español que lo sorprendiera, aunque se tratara de guerrilleros cuba- nos al servicio de España, prácticos y conocedores del terreno./ 'Don Gerardo"- decía, entre muchísimas frases que en él habían tomado carta de naturaleza:

—Yo soy un hombre tan. conocedor de la guerra de Cuba y tengo tanta experiencia de la vida "mambisa", (pie a mi es muy difícil que los españoles me sorprendan fácilmente ; y uno de los cuidados grandes que- pongo en práctica cuando voy de marcha, es, que por donde quie- ra que paso tranco el portillo o cierro la puerta, para no dejárselos nunca abiertos al enemigo.

Era muy raro que ''Don Gertaltb" se quedara a dor- mir con otros insurrectos en un mismo lugar. El los acompañaba hasta el último momento, y los ayudaba ]~>a- ra que salieran triunfantes en sus empeños durante* las horas del día; pero en cuanto llegaban las de la noche, "aparejaba" su jaca dorada y se marchaba muy tranqui- lamente, yerido a pernoctar en parajes que él únicamen- te conocía. De ahí, su táctica sabichosa de hombre prác-

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tico, con la experiencia de diez años de batallar incesante, sin abandonar nunca los alrededores de Villaclara.

Por eso pudo terminar gloriosamente la jornada que constituyó el mayor ideal de su existencia, y desempeñar con tanta capacidad los dificilísimos cargos que se le con- fiaron en la campaña de Independencia: por eso vivió tranquilo y se sintió satisfecho del bien que hizo, y tuvo la complacencia de verse respetado querido y admirado hasta el día de su muerte.

Su recuerdo vive y perdura en el corazón de sus compañeros de armas y de cuantos tuvieron la dicha in- mensa de tratarlo.

Ah! ¿Entonces Ud. es Gerardito . . . . ?

En el mes de abril del año 1896, regresaron de Oc- cidente las fuerzas de las Villas que, al mando del Bri- gadier Juan Bruno Zayas, acompañaron al General An- tonio Maceo en la gloriosa jornada de la Invasión, y en ellas venía el Escuadrón al mando del Teniente Coronel José de J. Monteagudo, donde yo figuraba en calidad de Sargento.

Acabábamos de rendir una campaña de victorias consecutivas, que dio principio en "Mal Tiempo", lle- vando la guerra con todos sus horrores a las provincias occidentales, y nos sentíamos orgullosos de la partici- pación que cada uno había tomado en aquella épica con- tienda, en la que nos ganamos el honroso título de IN- VASORES, que era, por sólo suficiente para que nos creyéramos superiores a todos los demás ''insurrectos" que no tuvieron la oportunidad de batirse a las órdenes del Titán Maceo.

Nuestra pequeña columna llevó a cabo sus marchas de regreso, atravesando tres provincias sin haber libra- do ningún combate de importancia, tal vez porque toda la atención de los españoles estuviera fija en Pinar del Río, donde quedaba el General Mcaeo batiéndose dia- riamente como un león y triunfando siempre de las múl- tiples " combinaciones" que los generales de Weyler le preparaban, ansiosos de derrotarlo definitivamente.

Las tres de la tarde de un día espléndido serían, cuando llegábamos a "Manajanabo" o a "La Minerva", no lo recuerdo bien, y no se me olvida que marchando mi fuerza a la vanguardia, divisamos sobre una lometi- ca un grupo de hombres armados, al que dimos el ¡Ato!, ¿quién va? respondiéndonos ¡Cuba!. Al escuchar yo

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aquella palabra, do se lo que pagó por mi, ni qué fuerza me impulsó; pero Lo cierto es que le "metí" Las espuelas a mi caballo y me Lancé a todo galope hacia aquella gen- te, lleno de la más grande alegría, porque regresaba a la "zona", y desde esc momento iba estar constantemen- te entre los ni ios.

Al acercarme al grupo una voz imperativa, <!<' mando, que me «lijo:

Oiga, joven; ; tiene usted muchos caballos como ése, para4 que acabe con dios dándoles esas carreras sin utilidad ninguna?

No pude contenerme al escuchar aquellas palabras; y sin fijarme siquiera en quién las pronunciaba, le res- pondí altaneramente quién sabe si hasta engreído porque venía de Vuelta Abajo, diciéndole:

Este caballo lo traigo yo desde Pinar del Río, don- de he peleado muy duro a las órdenes del General Maceo, y lo corro así, porque es de mi gusto hacerlo.

Quien me hablaba era un joven alto, de espeso bi- gote negro, de rostro expresivo y unos ojos en cuya mi- rada encontré algo que me hizo sentir su superioridad.

¿Sabe usted con quien está tratando? me repitió secamente.

Pues no, señor, lo ignoro, y quisiera que me lo di- jera para saberlo.

Soy el Teniente Coronel Gerardo Machado, y lo voy a enseñar a ser respetuoso con sus superiores.

Al decirme su nombre, me olvidé del incidente y le pregunté: ¡Ah! ¿Entonces usted es Gerardito?

¿Y tú, quién eres, que me conoces !

Yo soy Israel Consuegra. ; No se acuerda de mi?

Pues ya lo creo que me acuerdo, muchacho. Pero escucha: seguramente que tú, sin darte cuenta de lo que hacías, me has respondido en una forma contraria a la disciplina y al mismo tiempo irrespetuosa, que yo atri- buyo a tu inexperiencia y a tus cortos años (tenía 18). Que te sirva de lección para lo sucesivo; y, fíjate en que no te impongo ningún castigo por lo que acabas de hacer.

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Desde entonces, lie tenido siempre presente aquella escena, que he recordado frecuentemente, y que me sir- vió de mucho en todo el tiempo de la Guerra.

¡Quien me hubiera dicho aquel día del mes de abril de 1896, que el joven gallardo, simpático y de grandes bigotes, de quien fui Ayudante de Campo cuando ascen- dió a General y mandó la Brigada de Villaclara, iba a ser nada menos que Presidente de la República de Cuba!

De habérmelo imaginado siquiera, no me habría se- parado nunca más de su lado, y ni "Colinche" me hubiera hecho nada, que es mucho decir; pues hasta en la sopa me iba e encontrar.

El Escudo pintado por "Conchita"

Hallábase acampado en " El Roble ' ' el General Juan Bruno Zayas, en uno de los días del mes d abril de 1896, después de su regreso de Occidente, cuando en la casa de José de los Angeles García, donde precisamente se encon- traban las hermanas del Capitán Ismael Avalos, una de éstas, Conchita, le mostró al Brigadier un escudo cubano que ella había pintado, diciéndole que ese era el regalo que le tenía guardado para cuando volviera triunfante de la Invasión.

Zayas tomó el escudo y, después de contemplarlo un buen rato, dijo a Conchita :

Parece una cucaracha

el mal pintado diseño ....

El Comandante Médico Manuel Velasco, que se en- contraba echado sobre unas tablas, agregó:

Y yo tengo mucho sueño

y no entiendo de guaracha".

Entonces, el Brigadier, viendo a Margarita que es- taba cerca de su caballo, expuesta a coger una patada del noble bruto, dijo asi:

Quiten de allí a esa muchacha

porque la mata el caballo ....

Conchita también se inspiró y compuso estos dps versos:

Oigan como canta el gallo

sobre la mata de güira,

A lo que repuso Velasco, al tiempo que se ponía de pié por haber sentido unos tiros:

Y allá cuelgo yo mi lira

a ver si la parte un rayo.

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Mientras los "poetas" se entretenían improvisando versos, los "panchos" tocaban sn música en la guardia del rastro, y lo hacían en tal forma, que entre bus com- pases y el eco lejano de las descargas, establecióse un maravilloso conjunto armónico. Y al Lien eral i /¿irse el fuego, cuando el Máuser empezó a cantar y sus balas cruzaban por encima de nuestras cabezas, sus silbidos simulaban ya lamentos de una cuerda de violín al rozar- la la ballestilla, ora estridencias de clarín, según fuera de plomo o de acero el proyectil que atravesara el espa- cio.

El Brigadier había acudido inmediatamente al lu- gar del peligro, llevando en su diestra el escudo pintado por Conchita, que colocó en el ala de su jipijapa, sin acor- darse seguramente de que, pocos momentos antes, lo había comparado en son de guasa, con una cucaracha.

La pelea de aquel día, fué otro nuevo escalón con- quistado por el General Juan Bruno Zayas para llegar al pináculo de sus glorias inmarcesibles. El machete in- surrecto abrió brecha en las filas españolas, y el escudo pintado por Conchita no pudo tener mejor bautismo, pues fué ungido con sangre enemiga y laureado por la victoria insurrecta.

Date, Mocho, que eres de la Reina y no te pasa nada

La Columna Invasora al mando del Mayor General Antonio Maceo, en su marcha triunfal por las Provincias occidentales, burlando. diariamente los esfuerzos que rea- lizaba el Ejército Español para contener su avance, pe- netraba frecuentemente en los pueblos que encontraba a su paso, unas veces a sangre y fuego y otras a "tambor batiente-", sin disparar un solo tiro.*

Los "insurrectos" gozábamos infinitamente cuando la función se realizaba "cantando el guariao", que era. a los acordes de la música producida por el ruido de las descargas de fusilería, porque sabíamos que entonces teníamos manga ancha para echarle mano a todo lo que encontráramos. Si, por el contrario se entraba en el pueblo en correcta formación, o sea con carácter pa- cífico, no había nadie que pudiera salirse de las filas ni para tomar agua, pues el que lo hiciera exponía a recibir sobre las espaldas el efecto del plan de machete; y había que oír los comentarios y las maldiciones de los mambises contra los voluntarios y los soldados que se rendían sin disparar un tiro.

Por cierto, que en uno de esos pueblos, no se si fué ' en el de Cabanas o en el de (luanes, en la 'Provincia de Pinar del Río, le dimos libertad a los presos de la Cár- cel no condenados por delitos graves, los cuales se nos incorporaron en su casi totalidad; haciéndolo en el Es- cuadrón a que yo pertenecía un negrito llamado Isidro Pimienta, al que le faltaba el brazo izquierdo que tenía cortado por debajo del codo, que se hizo muy amigo niio y fué mi buen compañero durante toda la campaña.

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Pimienta era muy valiente y desde los primeros mo- mentos se destacó por su conocimiento de la vida del campo. Para él no existían dificultades ni momentos difíciles, pues s,-»lía de ellos fácilmente. Peleábamos siempre uno al lado del otro en las líneas de fuego y nos cuidábamos mutuamente.

Después de la Invasión regresamos a las Villas con el Brigadier Juan Bruno Zayas, y con él volvimos a la Habana, operando a sus órdenes hasta que ocurrió su muerte en julio de 1896.

A principios del citado mes de julio, estando acam- pados en las lomas de "Santa Bárbara", fuimos ataca- dos bárbaramente por el Regimiento de Caballería "Pi- zarro", a las órdenes del Coronel Figueroa, en forma tan estupenda, que aún me parece que suenan en mis oídos los gritos de Viva España y mueran los " mambí ses" conque aquellos diablos azules se nos echaron encima sin respetar las granizadas de balas que les disparábamos a "boca de jarro".

Fué tan descomunal aquella arremetida, que nuestra fuerza no tuvo tiempo ni para organizarse, pues las lí- neas de fuego que se pusieron resultaron débiles obstácu- los que arrollaron fácilmente. Pimienta y yo íbamos apareados en la huida que emprendimos, disparando nues_ tras carabinas incesantemente, a la vez que le metíamos con furia las espuelas a los caballos, para que corrieran más todavía y nos pusieran fuera del alcance de los "gringos".

Al cruzar una cerca de piedras nos separamos un poco, seguidos por un grupo enemigo empeñado en echar- nos mano de cualquier manera, y yo oía claramente cuando un soldadote muy grande y muy colorado que iba detrás de Pimienta, le decía:

Date, Mocho, que tu eres de la Reina y no te pasa nada.

Y el mocho le respondía, al propio tiempo que dis- paraba puesta la carabina sobre el muñón.

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V en a cogerme si puedes "gringo gediondo", que yo seré de tu Reina cuando ella venga a pedírmelo.

En uno de sus disparos logró Pimienta derribar a su enemigo, y aprovechamos que nuestros perseguidores se detuvieron al caer su compañero, para escaparnos ilesos, de aquel desastre insurrecto.

Lo que me pasó con el Viejo Gómez

Como yo fui uno de los muchísimos "insurrectos"

que no se tomaron la molestia de llevar "Diario de Ope- raciones" y no conservo otra cosa de la Guerra de Inde- pendencia, que el recuerdo del hambre y las ealamidades ¡tasadas, no estoy muy cierto si fué a principios o a fi- nes de 1897 cuando ocurrieron los hechos a (pie voy a referirme en este relato positivamente histórico. De lo (pie si estoy segurísimo es de (pie en esa época estábamos {tasando más hambre y más miserias (pie un Maestro de Escuelas al servicio de la "Madre Patria" y de (pie los "gringos" nos traían a "mecha saca", sin dejarnos tiem- po ni para rapiñar alguna rabuja de boniato silvestre, o darle un toletazo a una jutía cimarrona. Válganos, cpie de cuando en ve/ nos colábamos en algún pueblo y sacábamos de él, a tiro limpio, cuanto nos hacía falta. para ir tirando.

En esa fecha a que me refiero, fué Placetas, preci- samente, la población escogida por el General Montea- gudo para irle arriba; y allá nos fuimos con la alegría en el alma, esperanzados de darnos un buen atracón de "laterías" y pertrecharnos de ropa, zapatos, armas y municiones.

Llegamos de noche a los alrededores de la población, y después de hechas las correspondientes exploraciones y distribuidas las fuerzas para el asalto, lo verificamos en número de unos trescientos hombres, cortando las alambradas y penetrando en el pueblo por distintos lu- gares.

Yo lo hice en compañía de un pelotón de gente re- suelta, del que era jefe, y llegamos, efebaio de las balas, frente a un establecimiento, al que asaltamos como bui-

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tres hambrientos, apoderándonos de todo 1" que pudimos cargar, que íbamos metiendo eu los "jólo que lle-

vábamos a la espalda. Bicimos, aquella noche, una bue- na cosecha dentro de Placeti lia después de pasadas algunas horas, aunque con bajas muy sensi- bles, satisfechos del'botín que llevábamos y del efecto moral que produciría el golpe que acabábamos de darle a los españoles, en sus mismas uarice

Cuando al día siguiente hicimos el inventario de lo

que habíamos sacado, me di cuenta de (pie en mis efectos estaba un flus completo de ' ' cordellate ' ' saco, pantalón y chaleco a cúadritos negros y blancos, además de un es- pléndido sombrero de jipijapa y un par de zapatos ne- gros de los llamados de "elásticos" con lo que estaba ha- bilitado para una buena temporada. Me vestí inmedia- tamente y llamé la atención en el campamento por lo elegante y lo majo que me encontraba.

Y aquí viene ahora lo más interesante de mi cuento; la parte cómica, pudiéramos decir.

El General Monteagudo, a cuyo Estado Mayor per- tenecía yo. me dio la orden de que cogiera el "Archivo" y lo acompañara al Cuartel General del General en Jefe, Máximo Gómez, que estaba acampado cerca, y acto con- tinuo me puse en condiciones de marcha, no sin decirle al General, de quien era primo hermano, lo siguiente:

Yo tengo miedo de ir a presencia del General <¡ó- mez vestido en esta forma, porque que me va a echar una rociada, creyéndome un "pacífico" acabado de sa- lir del pueblo.

El General Monteagudo se sonrió al oirme, obligán- dome a que lo acompañara.

Llegamos al Cuartel General, y Monteagudo se diri- gió a la tienda del "Viejo" donde penetró, mientras que yo me quedaba afuera, encogido y temeroso, con más miedo que vergüenza, esperando a que "Chucho" me lla- mara.

Pasada media hora, oigo la voz de vMe, que me lla- ma, dieiéndome.

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Entra, [srael, y tráeme el archivo.

Penetró en la rasa de ¿ampanga dil "Viejo", y jpara que fué aquello! Apenas me vislumbra el General (Jó- me/ se vuelve hacia Monteagudo y le grita con aquella entonación que él ponía en sus palabras y que hacía tem- blar hasta a los generales más "toros**.

Pero oye, Monteagudo; parece mentira que un hombre tan guapo como tú, que te has ganado esas estre- llas que llevas al cuello peleando todos los días, tenga de Secretario a un " literato" acabado de salir del pueblo, y tan lindo que parece un muñeco llorón. ¿Es que no tienes algún hombre de verdad, que sepa leer y escribir0?

Yo escuchaba aquella "filípica" del "Viejo" sin res- pirar siquiera; hasta que sin poder contenerme di un pa- so al frente y le dije:

Perdóneme, General. Yo no soy ningún "pací- fico" como usted se figura, pues esta ropa la cogí anoche mismo, debajo de las balas, en Placetas, donde entramos victoriosamente; y aquí donde me ve, soy todo un "ve- terano"; hice la Invasión en las fuerzas del Brigadier Zayas, y el grado de Teniente que tengo me lo gané pe- leando.

El General Gómez se pasó la mano por el chivo y lo único que contestó fué, dirigiéndose a "Chucho".

¡Ya sabía yo, Monteagudo, que tu no podías tener de Secretario a un "pacífico". Te lo dije nada más que para jaranear contigo!

Cucha cómo etá cañón Viejo Quintín

El General Quintín Bandera no acompañó a la Co- lumna Invasora en su marcha triunfal hacia Occidente, porque se quedó "rezagado" con la infantería a sus ór- denes por las lomas de Trinidad, entreteniendo a las fuerzas enemigas, para quitárselas de encima al Gene- ral en Jefe Máximo Gómez y al Lugarteniente General Antonio Maceo.

Esas fuerzas del General Bandera gozaban fama de "fajarse muy duro" cuando la cosa se ponía apurada, y un día lo demostraron, creo que por la parte de Fomento o de Manicaragua, al estrechar sangriento combate con los españoles al mando del Coronel Palanca, que era uno de los jefes del Ejército Español que no andaba creyendo en "mambises" guapos, y que los perseguía con verda- dero encarnizamiento.

En esa acción guerrera se llevaron a cabo los acos- tumbrados actos de valor entre los combatientes. El fue- go graneado de los nuestros y las descargas cerradas de los peninsulares sonaban incesantemente; y en medio del ruido ensordecedor de la fusilería sobresalía el estruen- do producido por la artillería española, cuyos proyectiles cruzaban el espacio sin causar daño en las filas cubanas.

El General Bandera ordenó por medio de uno de sus ayudantes, que principiara también a funcionar el cañón insurrecto en que tenía puestas todas sus esperanzas' de victoria, y los servidores de la "formidable pieza" ] tro- cedieron a cargarla hasta la boca, para acabar de una vez con el enemigo. Hecho el primer disparo, sucedió lo que era de esperarse: el cañón "mambí" reventó, ma- tando a sus artilleros y causando enormes heridas a los

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hombres más cercanos, con loa peda/os de hierro, de ma- dera, de clavos etc., que tenia en la panza.

La pelea continuaba ardorosa y cada vez con ma- yores impulsos, y el tronar de la artillería española pp se

callaba un instante.

Aquellos orientales que tenían fanatismo por el Ge- neral Bandera se entusiasmaban mas y más y ae sentían llenos de furiosos ardores oyendo el trepidar de las ar- mas, y combatían a pecho descubierto como verdaderos héroes, creyéndose invencibles en aquella jornada bélica, por que pensaban que su "cañón" acabaría con el ene- migó. Era tanta la alegría en las filas cubanas que un Capitán al escuchar los repetidos disparos de artillería, arengó a su gente, para que avanzara, diciéndoleí

-CUCHA como ETA GASTÓN VTEJO QUINTÍN.

Y fué lanío el fanatismo de aquellos bravos orienta- les, que casi se metieron en el campo enemigo, creyendo que eran cuítanos, sin darse cuenta de que fueran los ca- ñones contrarios quienes hacían temblar la bóveda ce- leste.

Los españoles hicieron unos cuantos prisioneros, y ( ntre éstos se encontraba el abanderado del < ¡eiieral Ran- dera, portando nuestra enseña gloriosa.

Debe suponerse el regocijo que hubo en el campo contrario al conocer por boca de aquellos prisioneros los estragos causados en nuestras filas por el "cañón" mam- bí al reventarse. Y decían, a todo pecho, dirigiéndose al General Bandera.

¡Anda, Quintín sin bandera. Hijo de mono y au- ra. Date, pillo mambí.

Los Caránganos

En los ] trímeros meses de la Guerra de 1895 y aún en todo el primer año transcurrido desde su iniciación paede decirse que los "mambises" disfrutábanles sabro- samente de la vida en lo que se refiere a la facilidad que teníamos para buscarnos la comida y las prendas de ves- tir, las que nos cambiábanlos con relativa facilidad. Re- cuerdo que muchísimas ocasiones después de acampar nos regábamos en pequeños grupos por las sitierías cerca- nas, y le preguntábamos 'a los "pacíficos'' (pie encon- trábamos, sin desmontarnos de los caballos.

-—¿Ciudadano: puede hacernos comida para cuatro o cinco hombres ?

Si la respuesta era satisfactoria inquiríamos enton- ces lo que tuviera para ofrecernos, pues si no nos gus- taba el "menú" continuábamos la marcha hasta encon- trar la sabrosa carnecita de puerco, el pollo, huevos fri- tos y hasta pan, vino, café y tabacos.

Igualmente ocurría cuando una pequeña fuerza acam- paba en medio de algún potrero, donde las casas estaban distantes. Matábamos una novilla de las más gordas y de ella solamente aprovechábamos el filete y la canti- dad de carne que necesitábamos en el momento, dejando allí botado, para que las auras le dieran pico, ef resto del animal.

Después que la cosa se puso estrecha nos comíamos hasta el cuero de todo bicho viviente que caía en nues- tras manos.

De la ropa que cubría nuestros enflaquecidos cuer- pos nada hay que decir, en atención a que la mayoría de los insurrectos carecía de ella y solamente llevaban

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''taparrabos" o verdaderas "ripieras", en cada un?i de las cuales era mayor la cantidad de "caránganos" que la tela. Estos endemoniados insectos tenían la rarísi- ma cualidad de ser españoles e insurrectos al propio tiem- po, como voy a tratar de demostrarlo.

Su condición de hispanos la demostraban Los muy condenados, porque nos chupaban la sangre hasta la úl- tima gota y no nos dejaban un momento de tranquilidad, ya que nos tenían constantemente ocupados en rascar- nos para buscar alivio de sus lancetazos; y la de insu- rrectos la evidenciaban no dejándonos dormir a [tier- nas sueltas, para salvarnos de las sorpresas del enemigo.

Había que ver aquellas escenas de los campamentos, cuando los "mambises" al pié de las hogueras nos entre- teníamos matando "caránganos". Eran, éstos, uno- bi- chitos medio parecidos a las garrapatas; un poco más pe- queños y de color blanco-sucio, con una rayita negra en el centro, que traqueaban bárbaramente al ser compri- midos entre las uñas de los dos dedos pulgares. Había "insurrectos" (pie se entretenían apostando a que sus "caránganos" estaban más gorditos y hermosos; lo que quería decir que en ellos había más terreno abonado para la reproducción y mucha mayor cantidad de "churre" para conservarlos.

En la infantería se criaban mejor y con mayor abun- dancia que en la caballería, quien sabe -i porque en ¡ lia arma, por su pesadez de movimiento ¡n1 ían mejor

y más cómodamente.

Por ahí andan todavía vivitos y coleando, muchos, pero muchísimos "insurrectos" que en la manigua eran una especie de "madre" de los "caránganos", porque te- nían sangre para (pie ellos lucieran "criaderos", que aho- ra no dejan ni que se les pare una mosca encima, y que, hasta se asquean recordando que los bichos se los comían en la manigua.

La Confidente de los Españoles

El pueblecito de Báez, perteneciente al Término Mu- nicipal de Villaclara fué muy célebre durante el período de la Revolución del año 1895 por su "Cabo Ocaña", que era el jefe de las fuerzas españolas que lo guarnecían, y que uo le daba cuartel ni a la madre de los tomates, si ésta caía en sus manos procedente de la manigua insu- rrecta. Pero Báez, nos daba, en cambio, magníficas oportunidades para abastecernos de ropas, comida, ar- mas v municiones que nos proporcionaba Manuel < !ha- viano, el confidente que allí teníamos los "mambises" además de todo lo que sacábamos debajo de las balas, cuando nos colábamos en el poblado durante las horas de la noche.

En los alrededores de Báez existe un lugar llamado "La Manigua" desde donde explorábamos la zona de cultivo y vigilábamos a los pacíficos que salían en busca de viandas.

Yo tenía un compañero de correrías por aquellos pa- rajes, muy conocedor y práctico de todos sus escondrijos por haberse criado en ellos, nombrado Celedonio Más. a quien todos conocíamos y llamábamos por "Cundo", con el <-ual en distintas épocas y ocasiones practiqué explo- raciones y llevé a cabo algunos actos entonces tolerados y que hoy nos hubieran proporcionado grandes quebra- deros de cabeza;

El "Cabo Ocaña" era hombre en extremo sanguina- rio, que gozaba dándole machete a cuantos "majases" o pacíficos tenían la desgracia de ponerse en contacto con su autoridad; sin embargo de que se fajaba muy duro cuando se tropezaba con la resistencia insurrecta.

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Las fuerzas de la Brigada de "Villaclara" le pusie- ron cuantas trampas inventaban, para capturarlo o darle muerte, y el hombre se valía de sus Inicuas confidencias para no caer en la ratonera. Aquello uos tenía verda- deramente consternados.

A "Cundo" se le había metido en la cabeza que era una mujer la confidente del "Cabo Ocaña", y asi me 1<» dijo un día (pie estábamos acampados en "Zuazo", dis- tante un par de leguas de Báez. Decidimos pedirle au- torización al General Monteagudo, para averiguarlo, y una vez que la conseguimos marchamos los dos hacia el pueblo, dispuestos a ponerle término al poderío de Oca- ña en la zona de Báez, aunque tuviéramos que acabar con María Santísima.

Llegamos a la "Manigua", donde escondimos los

caballos, y continuamos a pié hasta ocultarnos en un lu- gar estratégico desde el cual podíamos ver todos los mo- vimientos de la gente del pueblo, y por el (pie tenía (pie pasar precisamente la persona en cuya busca íbamos. No fué muy larga nuestra espera, pues al poco rato -cu- timos unos pasos <pie se acercaban cautelosamente. Pre- paramos nuestras carabinas cebados de bruces contra el suelo, y vimos delante de nosotros a la mujer (pie bus- cábamos, quien al darse cuenta de (pie éramos insurrec- tos dio media vuelta y emprendió la fuga bacía la pobla- ción sin escuchar las voces que le dábamos para qu< detuviera, por lo (pie le lucimos dos o tres disparos sin intención de causarle daño y solamente para (pie se pa- rara; con tan mala suerte para ella*, que uno de los pro- yectiles la alcanzó en medio de la espalda y la derribó sin vida.

Nos acercamos al cadáver y vimos que tenía al la- do un bultieo, en el cual llevaba varios artículos de co- mer, y amarrado en una de las puntas del pañuelo un pa- pel que le servía de "salvoconducto7', firmado nada me- nos que por el "Cabo Ocaña". para que pudiera entran y salir libremente de Baez. Nos comimos los efectos, y des] mes de enterrar el cadáver regresamos al campamen-

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to dándole cuenta al Genera] de lo que habíamos hecho; haciéndole saber que no tuvimos la intención de matar a la confidente de Ocaña. El General nos echó una buena "rociada únicamente", y ' * < 'uimI* > " "" y yo nos fuimos para nuestro rancho segurísimos de que habíamos puesto fin a las fechorías del célebre Cabo Ocaña.

¿í

Echa pa un lao, Teniente, que no sabe camina a pié

Vamos a retroceder :!1 años existencia, para si- tuarnos en "Yaguanabo", que es un lugar muy pinto- resco de la "zona" de Trinidad, de verdor infinitamente hermoso, rodeado por agrestes y empinadas lomas casi en semicírculo y con vista al mar espléndido, cuyo olea- je incesante choca frenético contra la rocosa orilla, don- de se rompe y forma espumantes espirales que después se pierden mansamente, tranquilamente en interminables reflujos.

En aquellos parajes magníficos de belleza y de ve- getación se encontraban acampadas en los primeros días del mes de junio del año 1898, algunas fuerzas pertene- cientes a la Segunda División del Cuarto Cuerpo del Ejército Libertador, al mando del General José de J. Monteagudo, correspondientes a la Brigada de Yilla- clara, que mandaba el General Gerardo Machado, a la de Cienf uegos, cuyo jefe era el General Higinio Esque- rra y a la de Sagua, a las órdenes del General José Luis Robau.

Por las costas trinitarias debía desembarcar una ex- pedición que viniera a sacarnos del estado de penuria en que nos encontrábamos, lo mismo con respecto a co- mestibles que en lo referente a las armas y municiones y al vestuario para cubrir nuestros enflaquecidos cuer- pos.

Llevábamos como diez días de espera, saltando de un campamento para el otro, en contorno de dos o tres leguas, careciendo de alimentos y hasta de palto para la caballería. Cangregos "ciguatos", algunas pomarrosas

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y mangos tiernos, era lo único que teníamos para soste- nernos; y hasta los caballos, en gran abundancia, habían caído a golpes de cuchillo, víctimas de nuestra desespera- ción1.

Una farde lloviznosa me salí del campamento en bus- ca de algo que comer, montado en mi caballito "moro azul", el mismo que me había acompañado durante más

de dos años de campaña, y al que ya le tenía puesto carino y mi confianza. Marché por derriscaderos y bre- ñales cerca de media hora, y me encontré, escondida en- tre unos maniguazos, una matica de mangos, de cuyas ramas pendían los apetitosos frutos, aún fuera de sazón, pero que para representaban el manjar de los dioses. Eché pie a tierra, y principié a tratar de cogerlos a to- letazos y a pedradas, con la desesperación que es de su- poner; y cuando más entusiasmado me encontraba en aquella tarea, detrás de mi una voz que me dijo:

Mira. Teniente: tu no sabe coge mango y te va a cansa tirando tolete; mejó tu subí en mata, menea gajo y yo me pone recoge mango en suelo toitico (pie caiga.

Acepté" la oferta (pie me hacía mi interlocutor, que era un moreno viejo de la infantería, y me subí ;i la ma- ta, deslazándome por los gajos, fija mi atención en aque- llas frutas que iba cogiendo y dejando caer paulatina- mente.

Pasados algunos momentos, sentí debajo de la mata algo así como el lamento de quien se encuentra a las puertas de la muerte, y al dirigir la vista hacia el suelo, presencié el espectáculo (pie más dolorosa impresión me produjo en toda la campaña: aquel moreno de los demo- nios, se aproveché) de que yo estaba entretenido sobre el árbol, para darle una tremenda puñalada a mi pobre ca- ballito "moro azul", dejándolo muerto instantáneamen- te.

Me tiré de la mata convertido en una fiera, y al caer, saqué el revólver enfilándolo contra la cabeza del negro, a quien increpé duramente, casi saltándoseme las lágrimas, mientras que él, por toda respuesta, me decía.

ISRAEL CONSUEGRA 63

—Mata, si quiere, negro viejo, Teniente: manda fu- tu compañero. Yo tenía mucha I ya caba-

llo tuyo i;i morío. .Mira: coge pa filete sabroso, que ya negocio no tien remedio, y yo me (juedá con otra (tar- to caballo, pa que coma gente mi Compañía.

Después de oírlo no piale replicar una palabra, y re- gresé a pié para el campamento, llevando al hombro el filete de mi pobre caballito, al que le dimos diente peco después, convenientemente asado.

A la mañana siguiente me propuse resarcirme de la pérdida, y concebí el proyecto de apoderarme de otro caballo, lo (pie hice rápidamente.

La Escolta del General Esquerra estaba acampada cérea de nosotros, y sus caballos pastaban tranquilamen- te por una lometica cercana. Allá me dirigí, viendo una pareja de bestias sujetas por la misma soga, de la que pude apoderarme sin que nadie me viera. Uno de los caballos lo cogí para mi monta, y el otro lo sacrificamos para la Escolta del General Monteagudo, quien comió de él. sin saber su procedencia. No cómo se enteró, más tarde, de lo que yo había hecho y me llamó a su pre- sencia diciéndome:

Ca . . . nallita: yo te voy a enseñar a ti a robar caballos.

Y sin otra frase más. me mandó para la infantería del Teniente Coronel Bonifacio Sterling, en una de cuyas compañías ocupé mi puesto de oficial.

Pasaron los días sin que la expedición llegara, y sa- limos de marcha rumbo a la zona de Villaclara. Me (pie- rezagado en el camino, porque andaba descalzo y no podía marchar con la libertad y prontitud que lo hacían aquellos hombres ya acostumbrados a esa faena, cuando cruzó por mi lado el General Monteagudo, quien al ver- me sentado en la orilla del camino, se sonrió, preguntán- dome que si me gustaba mucho la infantería, sin que yo me tomara el trabajo de contestarle; más aún: viré la cara para el otro lado.

rx\

64 MAMBISERIAS

La marcha continuaba incesante, y yo me sentía desfallecer en los desesperados esfuerzos que hacía para no quedarme rezagado; pero tuve la suerte de ser visto en aquellas condiciones por el General Gerardo Macha- do, quien aún debe acordarse de la buena obra que ilizo conmigo. Detuvo su caballo, y, acercándose, me «lijo:

;Y tú, qué haces en la infantería, muchacho?

Pues ya usted lo vé. General. Aquí estoy desde hace unos días, por orden del General Monteagudo, que me castigó por haberme cogido un caballo, después que me comieron el mío.

Y el General Machado me mandó a montar a la gru- pa de uno de los hombres de su escolta, asegurándome que él hablaría con "Chucho" para resolver mi situa- ción. Desde aquel día, quedé incorporado al Estado Ma- yor del General Machado, en calidad de Ayudante de Campo, hasta el 31 de diciembre de 1898, que entramos en nuestra querida Villaclara, mandando yo la vanuuar- diá de todas las fuerzas de la Brigada, en atención a qué, como hijo de la Ciudad capireña, la conocía perfecta- mente.

lían transcurrido 31 años desde entonces, y no so me olvida aquella escena de la inatiea de mangos, donde perdió la vida mi pobre caballito moro-azul, ni las frases del moreno viejo de la infantería.

ECHA PA CX LAO, TENIENTE, QUE TU X<> SABE CAMINA A PIE.

Hazme aunque sea un picadillo de Yerba de Guinea

Aunque ya me he referido anteriormente a las peri- pecias que pasaron las fuerzas insurrectas de las Villas, cuando las brigadas de Villaclara, Sagua y Cienfuegos es- peraron inútilmente la expedición que debía desembar- car por las costas trinitarias a mediados del año 1898, tengo necesidad de volver a ocuparme de aquella jorna- da del hambre, para hacer la narración de un suceso muy chistoso y extraordinario del que fué protagonista nada menos que el Coronel José Miguel Tarafa, hoy millona- rio y dueño de los Ferro-carriles del Norte de Cuba.

Tantos días llevábamos acampados en aquellos lu- gares, que ya los teníamos convertidos en verdaderos "peladeros", a tal extremo que se podía contar por muy dichoso el "mambí" que lograba "engullirse" alguna sustancia caliente y alimenticia. Ni donde "amarrar la yegua" habíamos dejado en muchas leguas a la redonda, y ya puede suponerse el lector en que condiciones se en- contrarían las fuerzas que aguardaban la ansiada expe- dición.

Únicamente se encontraban muy contados cangre- jos, casi todos "ciguatos", que produjeron múltiples in- toxicaciones, y algunas jutías cimarronas que lograban atrapar solamente los que fueran expertos en cogerlas, pues las tales estaban tan " juyuyas" que va hasta por el olor nos conocían y se lanzaban desde lo más alto de los árboles al suelo, apenas nos oían decir: "mira una jutía".

66 MAMBISERIAS

Lo único bueno que tenía aquel período de neeesida. des era que el hambre existía por parejo, desde el Gene- ral hasta el soldado y que todos a una sentíanlos sus agui- jonazos. Había, en ese sentido, verdadero 'Vomunisnio'í de ideas y de pensamientos, ya que éstos estaban fijos en un solo punto: LA COMIDA.

En el Estado Mayor del General Monteagudo se en- contraba, de paso, el Coronel José Miguel Tarafa. que <ra un joven de extremada cultura; pulcro y acostumbrada a las sabrosuras de la vida regalada que disfrutan los adinerados, sin embargo de (pie el Coronel ya era vete- rano acostumbrado a sufrir los rigpres de la campaña.

El Coronel Tarafa tenía de asistente a un morenito colorado, nombrado Arturo Crespo, (pie después se hizo "célebre" en el matonismo político de la Repúbliea y murió trágicamente en las Villas. Un día en que el hambre ya no podía soportarse más en el estoniano del Coronel Tarafa, éste le dice a su asistente:

Oye. Arturo: yo no puedo aguantar más esta de- bilidad (pie me consume, y tu me buscas boy algo que comer.

Pero. Coronel; si es que no se encuentra nada que llevar a la boca ; Qué quiere usted (pie yo haga ?

Pues, yo no quiero saber como te las tengas que

arreglar para encontrarme comida: pero me la traes de todas maneras o la vas a pasar muy mal. Ahí tienes dinero para que compres cualquier cosa.

¡Y para que hace falta dinero. Coronel, si no hay aquí quien tenga nada que sea alimenticio ¡

Yo no nada. Tu me buscas comida basta en el fondo del mar, porque yo no puedo soportar más el hambre.

Coronel, por su madre. ; usted se figura «pie si^H pudiera encontrar comida no se la iba a traer, cuando mi estómago está todavía en peores condiciones (pie el suyo?

Y el Coronel Tarafa, convencido al fin de que ewt verdad cuanto le decía Arturo, terminó por expresarle:

ISRAEL CONSUEGRA 67

Bueno; pues hazme aunque sea, un picadillo de yerba de guinea.

Yo no estoy muy cierto, pero si creo recordar que alguien le dijo al Coronel Tarafa, después de escuchar sus últimas órdenes al asistente Arturo.

Oiga, Coronel Tarafa; ¿es que quiere convertirse en caballo?

A lo que Tarafa respondió, filosóficamente.

Cuando la barriga está vacía, como le sucede aho- ra a las nuestras, lo que quiere es llenarse ; y a mi lo mis- mo me que sea de yerba de guinea que de rayos en- cendidos. Lo que a mi me interesa es comer.

Esto una idea de lo que fueron las necesidades y las miserias que se pasaron en la manigua, para hacer la Independencia de Cuba, que ahora- disfrutamos "todos" igualmente ....

Mira, Serafín, lo que dice La Lucha y . . . . ¡ pún !

Villaclara fué un pueblo que supo distinguirse siem- pre por su intransigencia y su amor a la libertad duran- te la dominación española, contribuyendo con gran nú- mero de sus hijos más ilustres a la conquista de la In- dependencia de Cuba en los dos períodos sangrientos de 1868 y 1895.

Guillermo Lorda, Miguel Gerónimo Gutiérrez, Edu- ardo Machado, José de J. Monteagudo, José B. Alemán y el GRAN PRESIDENTE que rige actualmente los des- tinos nacionales, el GENERAL GERARDO MACHADO Y MORALES, son demostración evidentísima de lo que el "PILONGUISMO" representó en la historia revolu- cionaria de Cuba.

Existen, sin embargo, pequeños "lunares" en lo que pudiéramos denominar el historial patriótico de Villa- clara, si se tienen en cuenta algunos hechos aislados que fueron realizados por determinados villaclareños del montón, puestos al servicio de España.

La Guerra del 95, en su período más brillante, iba debilitando día por día el poder de España en Cuba, con los victoriosos combates librados constantemente por el Ejército Libertador; en tanto que, las "guerrillas" es- pañolas integradas por cubanos en su inmensa mayoría, hacían alardes de su pujanza, sin embargo de que eran macheteadas con frecuencia por las fuerzas "mamo- sas".

70 MAMBISERIAS

No recuerdo bien si figuraba en calidad de práctico o de ''gnoriilhro en las columnas enemigas que salían a operaciones en las Villas, un sujeto de apellido Pairol, famoso en Villaclara entre los intransigentes de aquella época, y hombre que sabía ganarse fácilmente la con- fian/a de los peninsulares, valiéndose salte J)i<>s de qué resortes que él empleaba sabiamente.

Este mismo individuo se incorporó a las fuerzas de la Brigada de Villaclara, cuando ya la campaña liber- tadora estaba tocando a su fin en el año 1898, montado en magnífico caballo perfectamente equipado, y portan- do una excelente carabina con mucho parque, así como un cortante máchete, (pie fueron la envidia de cuantos lo veían. Y como en la manigua uo se le preguntaba a nadie de dónde venía, y el (pie ingresaba en las filas in- surrectas era recibido con los brazos abiertos. Pairol si- nos incorporó como cualquier otro individuo y fué a for- mar parte de la unidad a que lo destinaron.

Los días y algunos meses pasaron desde su incorpo- ración, sin (pie nada digno de mencionarse ocurriera al- rededor del hombre que había servido en las "guerri- llas españolas", hasta que llegó el momento culminante, o sea el que determinó, por decirlo así, el desenlace. Pa- rece que Pairol ya estaba cansado de la vida "insurrec- ta" o no podía llevar a cabo quien sabe, el propósito oculto que lo condujo a la manigua; lo cierto fué que, en una hermosa mañana, el hombre tomó una resolución definitiva, y mientras ensillaba tranquilamente su ca- ballo, creyendo de seguro que nadie lo escuchaba, dijo:

¡AY, CUBA, QUE LINDA ERES: PERO QUE TE LIBERTE OTRO!

Aquel día no pudo realizar Pairol el proyecto que bullía en su cerebro, porque al enterarse su Jefe de lo que había dicho, por haberlo oído uno de los soldados, hizo que lo acompañara en una "comisión" a la "Con- fidencia", cerca de Villaclara, de donde esperaba sacar algunos efectos. Allá se fueron, y entre los efectos traí- dos apareció un periódico (pie el Jefe se puso a leer tran-

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quilamente. Pagados unos minutos, llamó a Pairol y le dijo:

Mira, Serafín, lo que dice "La Lucha".

Pairol se acercó, y el Jefe entonces extendió su diestra mostrando la hoja impresa, para (pie Serafín le- yera, en tanto que Lacia la señal convenida a un moreni- to de su absoluta confianza, (pie estaba situado a corta distancia, para que cumpliera la orden que le había da- do: sonando inmediatamente un disparo (pie derribó a Pairol, dejándolo sin vida. Allí quedó el cadáver, y aún no si lo recogiéronlos españoles o se lo comieron las auras tinosas.

Fué un enemigo menos que tuvo la libertad de Cuba.

Oye, Cubano: ¿Poquería de Jutía no hace daño, Chico?

John Caldwell, "El Inglés", o "Yack", prestó sus servicios en el Regimiento de Caballería "ViUadara" del que fué 2do. Jefe, sin embargo de que se alzó en Matan- zas, marchando a las Villas donde inmediatamente se dio a conocer por su valentía, serenidad y arrojo. Se con- quistó las simpatías generales y allí se quedó definitiva- mente.

Mandó primeramente uno de los escuadrones del Re- gimiento siendo Comandante, y después ascendió a Te- niente Coronel.

Sus mejores amigos en la campaña fueron los gene- rales Machado y Monteagudo, el Coronel Roberto Mén- dez, el Capitán Delgado "El Cubano", y otros oficiales cuyos nombres ahora no recuerdo.

"Yack" y "El Cubano", con sus asistentes, salieron un día del año 1897 rumbo a Cruces, de donde debían mandarle al primero una tienda de campaña; llegaron cerca del ingenio "San Francisco" y acamparon a ori- llas del río "Arimao" por Barajaguas, donde comieron y se prepararon para pasar la noche. El "Cubano" de- jó a "Yack" en el campamento y salió con su asistente Simón "Guaneche" a la finca "El Vizcaíno", en cuyo lugar existía un "Hospital de Sangre" dirigido por el Comandante Médico Carlos Trujillo, para buscar un "chinchorro" de pescar; y una vez que lo consiguió hi- zo el regreso al lugar donde había dejado al "Inglés. En el camino sintió "El Cubano" un vivo fuego de fusi- lería rumbo al campamento y apresuró la marcha. Al

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llegar no viendo a nadie allí, se Fué a buscar por los al- rededores, encontrando a " Yack" acompañad»» de su asis- tente, sobre una loma, desde la cual le había entrado a tiros a Los españoles con el mauser que siempre portaba, en unión de las fuerzas dé] Comandante Bellico Leal.

Después que se reunieron "Yack" y " Kl Cubano", fueron los asistentes a buscar algo que comer, y Simón logró matar una jutía. dándole un balazo en el vientre que le perforó los intestinos, dejándole el escremento adherido a la piel. Ca jutía fué asada en una parrilla, y cuando estuvo a punto, "El Cubano", cómo más vivo. Be apoden'» de la parte del lomo, dejándole lo demás al "Inglés", que le fué arriba a la barricada, con tuda la sangre fría sajona (pie corría por sus venas.

('uando ya la digestión estaba en funcione- y se pre- paraban para tirarse a dormir en las hamacas, "Yack" se le acerca al "Cubano" y le pregunta:

—OYE, CUBANO: ; POQÜERIA DE JUTIA NO HACE DAÑO, CHICO? ....

C o li n c he

Si los lectores rio conocen a "Colinehe", yo voy a

tener el gusto de hacerles su presentación, y con ello se ganarán, seguramente, un amigo más, pues el hombre es de los que saben roñarse las simpatías generales.

Procedente de uno de los pueblecitos de las Islas Ca- narias, donde por primera vez vio la luz del Sol, llegó a las playas cubanas cuando era un "rapaeín", acompa- ñado desde luego, por algún familiar o amigo que lo con- dujo ¿asta el pueblo de Camajuaní, en las Villas, que es un lugar famosísimo por el cúmulo de isleños que allí se estacionan. Desde entonces, figuró "Colinche" en el padrón vecinal con el nombre de MANUEL RODRÍ- GUEZ BATISTA.

Él muchacho se adaptó prontamente a las costum- bres criollas, y adquirió celebridad por sus avanzadas ideas liberales.

Al estallar la Guerra de Independencia el 24 de fe- brero de 1895, ya hacía algunos años que residía en Cu- ba el pichón de canario, y se había transformado en un mocetoncito arrogante, que no podía ocultar sus entu- siasmos, y que hacía alardes de sus simpatías por los insurrectos. Tanto se familiarizó con ellos, que un día decidió unírseles y se lanzó a la manigua, perfectamente montado, y equipado con soberbios arreos de guerra.

Durante los primeros momentos de su vida guerre- ra, pasaba como uno de tantos y se le consideraba como un muchacho entresacado; pero se fué espigando y hubo que ponerle atención, porque sus hazañas no podían pa- sar desapercibidas. Se convirtió en una especie de "pi- tirre" detrás de las tinosas, pues siempre andaba bus- cando a los españoles para tirotearlos.

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El Teniente Coronel Gerardo Machado y Morales operaba, con las fuerzas de su mando, por las cercanías de Camajuaní, y un día en que el Comandante español Altolaguirre salió de recorrido por la zona, trabó com- bate con él; y las armas de ambos bandos contendieron denodadamente. "Colincho" se portó en aquella jorna- da como un bravo y fué objeto de la atención que le pres- tara el Teniente Coronel Machado, que lo vio pelear en las líneas más avanzadas. Desde aquel momento lo eli- gió como uno de sus hombres de confianza, y nunca más se separó de su lado. .

En el combate de "Cerro Pelado", sostenido el 15 de diciembre de 1896 por el Teniente Coronel Gerardo Machado, siendo Jefe del Regimiento de Caballería kk Vi- Uaclara", resultó herido de un balazo en una pierna, después de rudo batallar; y al ser conducido en camilla al lugar destinado para su curación, "Colinche" fué uno de los designados para acompañarlo.

Los españoles se enteraron del punto donde el Te- niente Coronel se estaba curando, y allá se fueron direc- tamente, dispuestos a llevárselo vivo o muerto para el pueblo; pero no contaron con la resistencia que se les iba a oponer. Allí estaban "Colinche", el negro Do- mingo Gómez, que era el fiel asistente del herido, y un pelotón de hombres que se jugaban la vida muy gustosos en la defensa de su querido Jefe. Avanzaron los "pan- chos" cautelosamente por dentro del monte, y ya estaban cerca del rancho, cuando fueron sentidos por uno de los hombres, y vistos seguidamente. Domingo, que era un hombre fuerte, se echó a cuestas el cuerpo del Teniente Coronel Machado y se lo llevó, monte a monte, mientras que Manuel Rodríguez, al frente del puñado de valientes que lo acompañaban, se batía como un león, allí, junto al mismo rancho que los españoles pensaban tomar por asalto. La lucha fué encarnizada y no cesó hasta que "Colinche" dedujo, por el tiempo transcurrido, que ya Domingo se encontraba en lugar seguro.

Cuando el General Gerardo Machado mandaba la Brigada de Villaclara, fué "Colinche" el Jefe de su Es-

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colta, ya ascendido a Teniente por sus méritos de guerra; y al terminarse la contienda, convertido en Capitán, con- tinuó al lado de su Jefe, de quien ha seguido siendo el hombre de mayor confianza y por el cual está dispuesto a jugarse la vida en cualquier momento.

En los tiempos malos y en los buenos del Gene- ral Machado, hoy dignísimo Presidente do la República, el CAPITÁN MANUEL RODRÍGUEZ BATISTA fué siempre su hombre leal y de confianza.

Y de aquel "rapacín", que de Canarias vino a Cuba como tantos otros ''emigrantes", en busca de fortuna, tenemos ahora a un valeroso Capitán del Ejército Liber- tador, amante padre de familia e incondicional del Ge- neral Machado, a quien, para estar aún más unido e identificado, se parece en éstas cosas: en que, como él, está blanco en canas, viste siempre de blanco y cubre su nivea cabellera con flamante "jipis", típicamente crio- llo y de escogida calidad.

El Teniente " Brisquilla ' comía con los muertos

Uno de los primeros en marcharse a la Guerra de 1895, desde la ciudad de Santa Clara, fué Manuel To- rres, conocido por ik Brisquilla", nacido en Islas Cana- rias, desde donde vino a Cuba con sus padres cuando empezaba a dar los primeros pasos en la vida. En Vi- llaclara se crió y se hizo hombre, y en ella murió algunos años desames de haber contribuido valientemente a la Independencia de la Patria.

Hizo su ingreso como soldado en el Escuadrón que mandaba el Comandante Ignacio Pérez y en el fué as- sendiendo por méritos de guerra hasta conquistar el grado de Teniente.

Conocedor y práctico de la zona en (pie operaba su fuerza, casi siempre estaba encargado de operaciones di- fíciles contra el enemigo, a quien no dejaba momentos de tranquilidad mientras pudiera estarlo hostilizando. "'Brisquilla" era un tipo verdaderamente simpático; de esos que saben hacerse populares y que como quiera es- tán bien, porque se adaptan a todo y nunca se quejan de nada.

Su mayor alegría era andar por las orillas del pueblo aciéndole maldades a los españoles. Les sacaba los ca- ballos y las reses de las mismas narices: y en muchas ocasiones hasta les arrebató a sus paisanos los isleños al- gunas carabinas de las que ellos colocaban en el yugo de los bueyes mientras araban la tierra en la "zona de cul- tivo". De ahí, que continuamente desapareciera del

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campamento p<>)- espacio «le muchos «lías y no fuera ex- trañada su ausencia.

Pero una vez permaneció más de quince «lías fuera, y licuaron a darlo por muerto, ya que todo el mundo te- nía la seguridad de que " Brisquilla" no se " presentaba" a Los españoles. Cuando va sus compañeros se iban acostumbrando a la idea de su muerte, hizo "Brisquilla" acto de presencia en el campamento, dirigiéndose inme- diatamente a la tienda del Comandante, a quien 1(' dio cuenta de su ausencia en la siguiente forma:

Comandante Ignacjp; le voy a contar 1 « 1 < » 1<> que ha ocurrido desde que me separé de \'d. hace cerca de veinte días.

Vamos a ver. cuéntame, que ya te escucho, pues tu sabes. "BrisquOla", que a mi me interesa todo lo tuyo.

Pues, usted verá. Comandante:

Yo tuve confidencias de que en el pueblo me es- taban haciendo a mi, ciertas cosas que ningún hombre de honor puede consentir, y me dijeron que en el nego- cio estaba mezclado un guerrillero a quien conozco desde haee muchos años; y en seguida pensé averiguarlo va- liéndome de los medios que ahora le he de contar.

Como yo soy muy práctico en los alrededores de Villaelara, fui y me metí una noche en el Cementerio, dispuesto a no salir de él hasta que no averiguara lo que andaba buscando. De día me eolaba en una bé>veda, junto con los muertos, y allí dormía mis siestas a piernas sueltas, seguro de que nadie me encontraría, y cuanto ] »asaban las seis de la tarde en que se acababan los en- terramientos, salía de mi escondrijo y me iba derecho a las tumbas de los chinos, donde me alimentaba con la comida que les ponían los parientes y amigos a los di- funtos, para que se fueran bien gorditos para la China. Salía después que ya calculaba que fueran las nueve o las diez de la noche y me dirigía, tranquilamente al ba- rrio del Condado, poniéndome a observar los movimien-

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tos de la casa donde vivía la persona que vigilaba. Fui al fin descubierto, y si no es que ando tan listo y echo mano del revólver, ahí mismo se queda "BrisquiÜa", y hubiera ido a hacerle compañía a la gente del Cemente- rio donde he permanecido tantos días.

De todas maneras estoy contento, porque me he pasado muchas noches dentro de Yillaclara, codeándome con los "pacíficos"; he engordado con la comida de los chinos muertos y me he puesto más blanco, por estar tanto tiempo a la sombra.

Por poco se come un Tiburón a Cordero

Largio Cordero y Calvo, de profesión dentista, fué, sin embargo, el Jefe de Sanidad que tuvo el General Mon- teagudo en los dos últimos años de guerra, y terminó la campaña con el grado de Comandante. Sus servicios fueron eficientes y nunca dejó de curar a los heridos con el mismo arte profesional que pudiera hacerlo un Doctor en Medicina. Pasó hambres y miserias sin cuen- to y tembló más que una pluma movida por el viento, con las "calenturas de frío" (el paludismo) que a los "mambises" nos atacó con furias propias de un huracán.

Acampados en "San Juan de Boullúa", en las costas trinitarias, esperando la expedición que nunca vino, n ni- chos insurrectos construyeron "nazas", "chinchorros" y otros aparatos de pesca, con bejucos, y Cordero se consi- guió uno de ellos, valiéndose de su asistente que se lo te- jió pacientemente.

Más contento que "veguero con tasajo de puerco" marchó Cordero hacia la playa llevando orgullosamente su artefacto de pescar y se metió mar adentro con la es- peranza de hacer un buen aprovisionamiento de pescado. Tiraba el "jamo" con maestría y lo retiraba con algunos animalitos dentro, que brincaban ansiosos de salirse de la prisión, los que iba lanzando hacia la orilla sin fijarse en que, apenas caían en tierra desaparecían al momento al echarles mano los insurrectos que tenía detrás. Pero el Comandante Cordero estaba muy entretenido en su faena y no se fijaba más que en el "jamo" y en los pes- cados que caían en él. Así estuvo en esa operación más

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de media hora y cada vez caminando mar adentro, has- ta que el agua le Llegaba casi a los hombros.

De pronto, ano de 1<>s insurrectos «pie estaba obser- vando la operación de pesca, vio nadando hacia Cordero a un tiburón de regular tamaño, por Lo que sin poderse contener dio un grito de alarma; pero un compañero le puso la mano en la boca, al mismo tiempo que Le decía:

Cállate pedazo de animal. ¡Tu no ves que si Cor- dero se fija en el tiburón se nos acaba a nosotros la co- mida, pues sale del agua inmediatamente!

Estaba ya tan cerca de Cordero el escualo, que el hombre volvió a gritar:

¡Huiga, Comandante Cordero y salga pronto del agua! Mire que se lo come un tiburón que tiene a dos pasos!

Y Cordero más blanco que un papel se puso a nadar para la orilla, saliendo del agua con los ojos que casi (pie- rían salírsele de las órbitas. Y lo más bonito del caso fué que no encontró un solo pescado.

or un hueso de jamón

Ya puede imaginarse el leetor lo que significaría para cualquier insurrecto en el año 1898, el tener al al- cance de la boca un hueso de jamón nadando dentro de un caldo, en el qnje hubieren además, algunas malangas de las llamadas "cimarronas", que se dan en las orillas de los ríos en no muy abundante cantidad por cierto.

El General Gerardo Machado y Morales, Jefe de la Brigada de "Villaelara", tenía establecida la costumbre en su Estado Mayor, de que todos los oficiales que lo componían comieran con él, alrededor de un caldero grande, donde se cocinaba lo que pudieran conseguir los asistentes. Todo el mundo se sentaba en el suelo, y ha- ciendo uso de cucharas que se fabricaban de lomos de yaguas, comía mientras encontraba algo en el caldero.

Una ocasión, yo no cual de los asistentes se apa- reció en el Cuartel General, portando un hueso de ja- món que se había encontrado en el camino real, dejado allí por alguna columna enemiga en marcha, y cuya sola presencia la del hueso produjo hasta dolores de ba- rriga y palpitaciones en el corazón de muchos. Aquel día hubo banquete, pues la servidumbre multiplicó sus esfuerzos de "raqueo" y consiguió algunas malanguitas de las "cimarronas" y distintas hierbas y raices de las que usábamos los mambises para confeccionar nuestros ajiacos "sirugénicos" (sin carne).

Cuando el caldero acabó de dar los últimos hervo- res fué colocado debajo de una mata de güira que pro- yectaba herniosísima sombra, y todos nos sentamos al- rededor de él. Estaba en el campamento Comandan- te Enrique Machado, Delegado de Hacienda, en compa-

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nía de su Secretario él Teniente Enrique Qitiñoni fueron invitados a comer.

Entre los Ayudantes de Campo del General Macha- do, figuraba el ('apilan José Delgado, más conocido por el Capitán "Cubano", que era, y es todavía, uno de hombres verdaderamente "léperos!' y prácticos en todos

los resortes de la vida, a quien no había Dios que 1»* diera en el sudo, ni Le pasara una bola buena por el frente sin

que él le tirara.

La faena alimenticia principió en seguida que el Ge- neral Machado dio la voz de cargarle al "enemigo", y cada cual metió su cuchara en el caldero y se la Qevó a la boca las veces <|ue pudo hacerlo. Por cierto que, en- tre los Comensales, se encontraba también un muchacho que acababa de salir del pueblo, y el pobre, como no te- nía cuchara, no hacía más que abrir los ojos viendo co- mer a los demás.

Y aquel hueso de jamón permanecía en el fondo del caldero, y sobre él se fijaron todas las miradas, sin que nadie se atreviera a echarle mano. Don Enrique inten- tó hacerlo en distintas ocasiones, y siempre tropezó con los hombros del Capitán "Cubano", (pie se interponían para impedirlo; hasta que don Enrique se puso bravo y se levantó, quedándose en ayunas. Aquel acto llamó la atención de los comensales, y de ello se aprovechó el "Cubano" para sacar el hueso y chuparlo con ansias, hasta que le dolieron las quijadas, pues estaba comple- tamente pelado.

Cuando la comida terminó, aquel pobre muchacho que no tenía cuchara, se le acercó al ''Cubano" pidién- dole que le proporcionara una, y éste, que no le quitaba la vista de encima a una flamante capa de agua que ha- nía traído del pueblo su interlocutor, se la neo-oció por una cuchara que hizo del lomo de una yagua. Y diee "Colinche, que el "Cubano" continúa siendo lo mismo que en la manigua : una fiera.

Las travesuras de Edelmira

Miguel Antonio Torren*, Farmacéutico y "Medico" en la manigua insurrecta, y Serafín López, su auxiliar y ''practicante", llegaron una mañana del mes de junio del año 1895 a una casa de "Vegas Nuevas", donde re- sidía la familia Áralos, precisamente cuando en ella, en la casa, había depositado un buen cargamento armas, que el "confidente", moreno Pedro Castillo, sacara de Villaelara unos días antes.

Fueron recibidos con la alegría consiguiente, y se sentaron muy tranquilos y confiados, en "par" de tabu- retes que colocaron donde pudieran explorar el camino real que estaba cerca de la casa. Tomaron café y fuma- ron buenos tabacos.

En la familia Avalos no hubo nadie que no le pres- tara sus valiosísimos servicios a la Independencia de Cuba; los hombres con las armas en la mano y las muje- res en la medida de sus fuerzas.

Edelmira que era una muchacha amiga de hacer mal- dades y que conocía el carácter pacífico de Don Miguel Antonio y de su compañero Serafín, se propuso darles un susto aquel día y concibió el proyecto, que llevó a cabo, de vestirse de hombre y armarse hasta los dientes, de modo que pudiera ser confundida con un "guerrille- ro". Cogió una carabina, un machete y cartucheras para balas, y así uniformada salió cautelosamente por detrás de la casa y se metió en un platanal cercano, des- de el cual hizo dos disparos al aire, a la vez que daba gri- tos de ¡Viva España!

Al escuchar los tiros y los gritos, saltaron Don Mi- guel Antonio y Serafín de los taburetes y cayeron como

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un rayo sobre sus caballos, emprendiendo precipitada huida, sin que pudieran oír las risotadas de la propia Edelmira que salía del platanal llamándolos, para decir- les que no se trataba del enemigo, sino que era ella.

Y aquellos dos casi ''pacíficos" ciudadanos no vol- vieron a aparecer por la casa de las Avalos hasta que hubo pasado algún tiempo, y cuando lo hicieron, no se olvidaron de pedir informes relativos a lo que ocurrió después que ellos abandonaron los taburetes, al presen- tarse los españoles, pues calculaban que estos tenían que haber hecho pasar un mal rato a la familia; y cuando la misma Edelmira les contó el " episodio", con cara pica- resca y un tanto medrosa, aquellos dos "mambises" sin- tieron algo así como la sensación que produce en el or- ganismo el contacto rápido de una corriente eléctrica; apoderándose de ellos tal nerviosismo que sin poderse contener, y con mayor precipitación aún que la que em- plearon el día del "susto" saltaron sobre los "jamel- gos" y se marcharon sin despedirse siquiera, para rea- parecer a los dos o tres meses, cuando consideraron que nadie se acordaba del asunto.

Lo que a me fastidia son los dientecitos

Yo no puedo, sin ser un ingrato, dejar de dedicarle unas cuantas líneas en estas narraciones positivamente históricas, al recuerdo de un viejo " mambí" a cuyas in- mediatas órdenes presté mis servicios en la Guerra de Independencia, y que allá en la manigua redentora me trataba con muchísimo cariño, al que yo supe correspon- der lealmente. Me refiero al Coronel Severiano Gar- cía, ya fallecido, Jefe del Regimiento de Caballería "Vi* Hadara" desde que tomó el mando de la Brigada de este nombre el General Gerardo Machado y Morales.

_ Severiano, era un hombre alto, de fuerte constitu- ción y de hablar lento y "parsimonioso"; de carácter bondadoso y dulce aún en los momentos de dar una or- den; pero enérgico y duro en el cumplimiento de los de- beres del soldado. Tranquilo y sereno en los combates, nadie lo aventajaba en bravura.

Era de la raza de color y salió a la campaña cuando lo hizo, de Placetas, el General Monteagudo, en calidad de segundo jefe del Escuadrón, v a sus órdenes estuvo hasta que Cuba conquistó su libertad.

Su característica era la pulcritud y el aseo en su persona, sin embargo de que en la guerra hubiera que andar 'cochino" a la brava. El Coronel Severiano ca- si siempre se encontraba en posesión de ropa limpia y nunca le faltaba una muda de repuesto en las alforjas. '

Montaba a caballo y las piernas de lo largas que eran le sobresalían de la barriga del animal; y cuando em-

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prendía la marcha su primer movimiento sobre La mon- tura era inclinar a un mismo tiempo e] busto hacia ade- lante y las piernas para atrás, levantando los pies a fin de hacer USO de las espuelas. Nunca pudo decirle al Genera] Monteagudo, cuando hablaba eon él, de otra manera que "Don Chucho", y fué de sus mejores y más consecuentes amigos.

Como el ( oronel Severiano era un hombre muy

aseado y meticuloso, nosotros, en la manigua, le hacía- mos algunas maldades para gozar viendo 1<> apurado que se ponía. Recuerdo que una ocasión que estábamos

acampados en "Jagüeyes", por donde corre el río de ote nombre, después que se había dado un espléndido baño, se me ocurrió la idea que llevé a la práctica, de sacarme algunos '•caránganos" de mi ropa y echárselos al ( '<>- ronel en la hamaca. Y para que fué aquello; se acostó a dormir la siesta y el "bicho" principió a operar inme- diatamente en aquélla carne aún fresca y limpia, des- pertando al durmiente que saltó convertido en una fu- ria para mandar a su asistente a <pie Inmediatamente le hirviera la hamaca, la frazada y la ropa que llevaba pues- ta, en un catauro de yaguas.

Otra de las cosa.- con qUe el Coronel Severiano <¡ar- cía no podía transigir era con las jutías. a las que res- petaba y guardaba muchas consideraciones: a tal ex- tremo (pie siendo éstas una parte del alimento insurrec- to, para él eran como si no existieran.

Yo quise averiguar el por qué de su repugnancia a

las jutías. y le pregunté una ocasión:

Dígame, Coronel; ¡ que le ocurre a Yd. con las ju- tías que no las come aunque se esté muriendo de ham- bre?

Y él me responde con toda aquella calma (pie ponía en sus palabras.

Mira. Israel: no es que yo le tenga asco al olor ese especial y hasta .repugnante que tiene la carne de ju- tía; lo que a mi no me gusta ver son sus dientécitos.

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Y es que nosotros en el monte asábamos las jutías en las parrillas, abiertas por el medio desde el rabo hasta la cabeza, sin cortarle ésta; y, naturalmente, en el "jo- eiquito" del animal se asomaban los afilados dienteci- tos blancos como el coco, que oran los que fastidiaban al Coronel Severiano.

Estos galones me los gané yo por mis .... condiciones

Un batallón del Regimiento de Infantería " Liber- tad", al mando del Comandante Bonifacio Sterling, se encontraba acampado en "Las Particiones" allá por el mes de julio del año 1897, cuando las fiebres palúdicas habían abierto grandes brechas en las filas insurrectas y la mayoría de las unidades carecían del personal sufi- ciente para cubrir todos los servicios.

El Capitán Ismael Avalos, en funciones de Jefe de Día, se encontró en la necesidad de hacer "cabo interino" al soldado Tomás Díaz Conyedo, para ponerlo al frente de una de las guardias del campamento. El hombre, al ver- se en posesión de aquel grado, se colocó, inmediatamente, una latica en la "bandolera" como distintivo de su ge- rarquía, yendo a ocupar su puesto en el lugar que le des- tinaron. Se le subieron los galones a la cabeza y prin- cipió a dar disposiciones a sus soldados, quienes comen- zaron a mirarlo con malos ojos, porque lo encontraron demasiado recto y quisquilloso; y no había pasado media hora de su "ascenso" cuando los arrestó a todos, por in- disciplinados ....

Aquella pobre gente que no había cometido ningún delito empezó a protestar de lo que ellos entendían que era un atropello, y amenazaban al "cabo", diciéndole:

No tengas cuidado, Tomás: deja que se te acaben los galones de mentiritas que te dio el Capitán Ismael, y ya verás lo que te va a suceder, porque vas a coger golpes hasta que Dios toque el fotuto.

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Esta latica no me la quita a mi ya ni el General Máximo Gómez; primero hay que matarme, para que yo la suelte, pues me la he ganado por los buenos servi- cios que le tengo prestados a la Patria.

Cuando el Capitán Avalos se enteró de lo que pa- saba, lo puso inmediatamente en conocimiento del Co- mandante Sterling, asegurándole que era peligroso "des- tituir" al "cabo" Díaz Conyedo, pues la gente aquella de la guardia lo había amenazado, para cuando volviera a ser soldado. Y el Comandante ante aquel dilema se vio obligado a confirmarlo en el grado, dejándole los ga- lones.

El Cabo Tomás Díaz Conyedo fué una excelente cla- se y ascendió hasta Sargento Primero al terminarse la campaña, teniendo la consideración y la confianza de

sus jefes que se alegraron mucho de haberlo ayudado.

Y él decía a todos sus compañeros, reventando de

orgullo :

—ESTOS GALONES ME LOS GANE YO POR MIS .... CONDICIONES.

Una invitación con desconfianza

El Comandante Telesforo Pérez Alejo era un mo- reno viejo Teniente de la Guerra de los Diez años, que en la del 95 se contó de los primeros en responder al lla- mamiento de Independencia o Muerte, y fué ascendiendo hasta ganarse las estrellas que llevaba orgullósamente; y la jefatura de uno de los batallones del Regimiento de Infantería "Libertad".

Un día del año 1897, cuando el hambre era mucha y el paludismo nos diezmaba atrozmente, se metió, al fren- te de sus fuer/as en la "Zona de los Egidos" de Villa- clara, defendida por los fuertes españoles, sacando de ella dos bueyes viejos, una gran cantidad de viandas y algunos puercos, aparte de las bajas que ocasionó el plomo enemigo en las filas insurrectas; debiendo ima- ginarse el lector lo que toda aquella abundancia de co- mestibles representaba para los sufridos y valientes ve- teranos hambrientos, desnudos y descalzos.

, El Comandante Telesforo invitó ese día al Capitán Ismael Avalos, que era jefe de una de las compañías de su batallón, a almorzar un ajiaco que su asistente había hecho y que humeaba, despidiendo un olor riquísimo, dentro de un gran caldero.

Cuando el Capitán Avalos llegó al pabellón del Co- mandante Telesforo, lo primero que vio fué, (pie dentro de un "güiro" había una buena cantidad de ajiaco, y en otro lugar el caldero humeante, por lo que supuso que sería para algún otro invitado a quien se lo tenían guar- dado. Por curiosidad le preguntó al Comandante, que para quien era el ajiaco guardado en el "güiro", a lo que aquel le contestó:

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Mire "pa" acá, Capitán: aquí, cu mi boca, nuno vé, no tengo nada, y en la suya hay dos "ringleras" de dientes blancos como el coco y afilados como navajas (|no no respetan ni los "guesos"; y yo, como soy insu- rrecto viejo, me "apreven!" con tiempo y saqué una re- serva. Así es que no le d^ pena y coma "hasta gue el manco eche déos" que yo tengo bien cubierta la reta- guardia.

A hay que llevarme muerto para el Pueblo

No todo el mundo sirve en la Guerra para el servicio de las armas: unos por carecer de las condiciones físicas indispensables para resistir los rigores de la campaña; otros porque se hacen necesarios en el "papeleo" de las jefaturas de fuerzas y en las organizaciones civiles, o para ser utilizados en los hospitales, y muchos porque ellos mismos declaran que no pueden acostumbrarse a la idea de morir de un balazo, puesto que el miedo a la muerte los domina con fuerzas irresistibles.

Entre los excluidos para el servicio de armas, por su condición de Farmacéutico, se encontraba en la Brigada de "Vi Hadara", cuando la Guerra de Independencia, el Ledo. Santos Esparza y Arbona, que era hombre de cons- titución débil y de pequeña estatura, aunque un gigante de las ideas revolucionarias para conquistar la libertad de Cuba, como lo evidenciaba la atrevida propaganda que llevó a cabo constantemente en la ciudad de Marta, desde su botica, que era el mayor centro de conspiración, y des- de la cual se marchó a la manigua acompañando al Ma- yor General Manuel Suárez Delgado.

Incontables y valiosísimos fueron los servicios que Esparza le prestó a la Revolución, sirviendo a las órde- nes del General Manuel Suárez, del General José B. Ale- mán, del General Juan Bruno Zayas y del General José de J. Monteagudo; unas Yeces «Mirando los heridos en el mismo campo de la lucha y otras en los hospitales adonde eran conducidos. Por méritos y servicios prestados fué ascendiendo hasta ganarse las estrellas de Capitán. El

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paludismo del año 1897 hizo presa en él y puso término a su existencia. Aún me parece estarlo viendo tendido en su hamaca, en medio del monte, convertido en un saco de huesos, quedándole muy contados soplos de vida y mi- nado su organismo por las fiebres. Allí se iba extin- guiendo paulatinamente con el pensamiento puesto en Cuba Libre y el alma a flor de labios, para aconsejar a sus compañeros que no desmayaran y siguieran luchan- do hasta morir.

Cuando llegó a conocimiento del General Monteagu-

do, que además de su jefe era su pariente, el estado de gravedad en (pie el Capitán Santos Esparza se encontra- ba, fué a verlo, y recuerdo que al contemplarlo en aque- llas tristes condiciones le propuso mandarlo ocultamente para el pueblo, a fin de que allí se curara, y (pie regresa- ra cuando estuviera bueno. Y aquel esqueleto viviente, haciendo un esfuerzo de voluntad se irguió soberbio y or- gulloso, contestándole a Monteagudo:

General: yo no realizo ese acto de indignidad, aunque Vd. me lo ordene. Vine a la manigua para mo- rir en ella: y A MI HAY QUE LLEVARME MUERTO PAKA EL PUEBLO.

Muy pocos días después de esta escena dejó tic exis- tir el Capitán Santos Esparza, y sus restos fueron depo- sitados piadosamente en aquellos mismos montes con los que tanto soñara y que fueron mudos testigos de sus

heroísmos.

Que sii-van estas líneas de cariñoso homenaje que rindo a su memoria.

"Calentura" ahorcaba con las manos

Por "El Triángulo", en la zona de Cruces, operaba el Comandante Aniceto Hernández al frente de un Escua- drón de caballería. Era hombre muy práctico y cono- cedor de aquellos lugares y tenía a su cargo la difícil tarca de estar constantemente sobre la inmensa cantidad de enemigos que lo frecuentaban. Con él estaba un her- mano, que era generalmente conocido por el "Sargento Calentura".

Fueron numerosísimos los hechos de armas realiza- dos por el Comandante Aniceto, y de él se cuentan múl- tiples anécdotas que lo acreditan como hombre valiente y arrojado. Su Escuadrón andaba casi siempre enreda- do entre los españoles, y los machetes de sus hombres y el de él, el primero, abrieron muchas brechas sangrien- tas en las filas de los guerrilleros al servicio de España.

Fueron tantas su bravas acometidas que un día cayó prisionero y fusilado inmediatamente. Desde esa fecha (puede decirse que se operó un cambio radical en el áni- mo de su hermano el "Sargento Calentura", hasta enton- ces considerado como un infeliz y convertido en un tigre al enterarse de la muerte de Aniceto.

Prisionero que caía en poder de las fuerzas en que operaba el "Sargento Calentura", él lo reclamaba y le era entregado si se trataba de un guerrillero.

Le formaba Consejo de Guerra verbal y sumarísimo, haciendo él mismo las veces de Presidente del Tribunal, de Fiscal, de Defensor y de Ministro Ejecutor de la Jus- ticia. EL fallo era siempre igual: "condenado a morir en garrote". Y el "Sargento ( alcntura" amarraba con- venientemente al reo, le echaba las manos al cuello y

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apretaba hasta que lo dejaba sin respiración; entonces decía.

Bueno: ya va uno más <!<■ los que cogieron a Ani- ceto.

Después Le quitaba los zapatos y las ropas al muer- to, que cambiaba entre sus compañeros por lo pHmero que le ofrecieran de comer.

Quintín era Teniente de Voluntarios [ ? ]

Para mejor desenvolverse en la arriesgadísima mi- sión de "confidente" de los insurrectos que voluntaria- mente se había impuesto en Villaclara, en todo el perio- do de la Revolución de 1895, el Sr. Quintín Pino y Pérez, consiguió hacerse Teniente de Voluntarios de los Egi- dos de la ciudad, y de esta manera tenía la facilidad de entrar y salir libremente por los fuertes y trincheras que rodeaban el pueblo.

Usaba una grandísima escarapela en su sombrerón de jipijapa, y relucientes estrellas en las bocamangas de la guerrera, además del revólver calibre 44 y una hoja de "collings" dentro de flamante vaina. Nunca llevaba polainas y se calzaba con recios '/borceguíes" de baqueta; por regla general siempre carecía de una media. Era y es hombre corpulento, recio y fuerte co- mo un roble, con alma de niño y corazón de gigante; cu- bano hasta la médula, no obstante ser descendiente de isleño por línea directa, y honrado hasta donde pueda serlo el que más.

Era dueño de una finca situada en las afueras de Villaclara, y en ella tenía establecida una vaquería, rea- lizando él mismo, diariamente, el trasiego de leche.

Vamos a presentar ahora al "Teniente" Quintín sa- liendo de la población. Lo hacía llevando un periódico en las manos cuando cruzaba precisamente frente a la guarnición de los fuertes españoles, teniendo el buen cuidado de ir leyendo en alta voz las noticias de la gue- rra más importantes y beneficiosas, en las cuales se hi-

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ciera resallar alguna derrota <> descalabro insurrecto; no olvidándose minea de poner algún comentario en contra de los "mambises", para hacerse más español todavía, [ba montado sobre un caballo de mmdia resistencia, para que Boportara además de su cuerpo, el peso del serón, el

aparejo y las botijas, dentro de los cuales siempre saca- ba para el campo las armas y municiones, ropa, zapatos y otros efectos que los clubs patrióticos le entregaban»' No fumaba, y sin embargo era su costumbre no quitarse un gran tabaco de la boca cuando cruzaba las trincheras, porque dentro del mismo iba la correspondencia.

Eran tan frecuentes sus entradas y salidas, que una ocasión se le acercó un sargento, jefe de un fuerte, y le dijo:

Mi Teniente, con su permiso y dispense que lo interrumpa en su marcha; pero es el «-aso que yo qui- siera saber si Yd. no teme encontrarse él mejor día con los "mambises" por esos campos, no llevando a nadie que lo acompañe.

Y Quintín le respondió jactanciosamente:

Conque "mambisitos a mi eli! . . . . ; Y ésto para que me lo ha confiado a mi la Madre Patria ? . . . . Y se llevaba la mano derecha al revólver.

Un día salió Quintín de Yillaelara cargado de pertre- chos de guerra hasta la boca, y estuvo a punto de ser descubierto cuando cruzaba por las mismas trincheras, a consecuencias de haber dado un tropezón el caballo, que cayó arrodillado, lanzando al suelo el jinete y regan- do algunas municiones y una carabina que se salió del aparejo donde iba oculta. Solamente la sangre fría y la astucia desplegada por Quintín en aquellos instantes lo pudo salvar de la hecatombe. Aseguró que todo era para su uso personal y continuó la marcha tranquilamen- te. Si lo hubieran registrado, allí mismo lo fusilan, por- que aquel día llevaba un arsenal escondido.

Xo había andado media legua de camino, cuando fué sorprendido por el ¡Alto! ,; Quien va \ "mambí" y dos disparos que le hicieron casi a boca de jarro. Una pa-

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reja de exploradores lo tomó por lo que era y le entró a tiro?, salvándose milagrosamente de ser herido o muer- to por los disparos; pero Quintín pudo darse a conocer inmediatamente y aquellos insurrectos lo condujeron has- ta el campamento donde fué recibido cariñosamente por el General Monteagudo, a quien hizo entrega de todo lo que llevaba encima.

Después regresó tranquilamente a Villaclara, para seguir exponiendo su vida en la difícil misión de CON- FIDENTE y de hacerse pasar por español cuando toda su alma estaba puesta en la INDEPENDENCIA DE CUBA.

No tiren que soy yo, el Corneta " Tatica

Miguel Oses y Hernández, "Tatica" es de los hom- bres que nacieron a la vida para tirarlo todo al choteo, porque a ello los impulsa una fuerza superior <jue los obli- ga a permanecer eternamente contentos.

La Guerra de Independencia lo llevó a sus filas, y en ellas formó, cumpliendo religiosamente sus obligacio- nes de CORNETÍN DE ORDENES, ganándose a fuerza de pulmones el grado de Teniente.

Su incorporación la hizo en las fuerzas que mandaba el General Manuel Suárez; después pasó a servir a las órdenes del Brigadier Juan Bruno Zayas y muerto éste, prestó sus servicios hasta terminarse la campaña, al lado del General Monteagudo.

En los primeros meses de guerra, estando con el Ge- neral Suárez, acamparon las fuerzas en Manajanabo, y no recuerdo si el Coronel español Segura, o Palanca ata- có el campamento en forma brutal y arrojada, causando en las filas cubanas una confusión tan grande que la gen- te se dispersó en todas direcciones ante la furiosa acome- tida de los españoles.

"Tatica", como muchacho del pueblo al fin, no era todavía muy práctico en las cosas de la guerra y mucho menos en montar a caballo; y aunque no fué de los últi- mos en colocarse sobre la montura, tuvo la fatalidad o la suerte, mejor dicho, de ser lanzado a tierra por el no- ble bruto que se encabritó con los tiros y principió a "corcovear", lanzando patadas a di esto y a siniestro.

Al verse sobre el duro suelo y casi dentro de los "gringos", concibió "Tabica", rápidamente, su proyecto de salvación que llevó a la práctica en seguida: se metió

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dentro de un "matojito" y allí se acostó boca arriba a esperar que se desarrollaran los acontecimientos. Los

soldadas españoles le cruzaban eeiva. y él los veía "gran- dísimos", en su avance sobre los insurrectos, hasta que todo fué pasando y volvió a reinar la calma por aquellos contornos.

Transcurrieron unos quince minutos de tranquilidad y"Tatica" aún permanecía boca arriba, empuñando en la diestra su cornetín de órdenes. De pronto escuchó pa- sos de caballos que se acercaban, y levantando caute- losamente la cabe/a pudo conocer a uno de los jinetes. que era precisamente de los números de la Escoba del General. Principió a silbarle, y al oírlo el hombiv dirigió a él, apuntándole con la carabina en forma ame- nazadora, creyéndole un enemigo.

Al darse cuenta "Tatiea" de que corría entonces más peligros que anteriormente con los es] tañóles, le gritó desesperadamente :

NO TIREN QUE SOY YO, TATIOA: EL COR- NETA.

Bien sabía yo que eran juegos de ustedes

Los hermanos Manuel, Florentino y Pablo Rodrí- guez Ghierra residían en una finca existente en el barrio de Provincial, del Término Municipal de Santa Clara, al estallar la Revolución del año 1895, y en el mes de junio de dicho año se lanzaron al campo de la lucha por la Independencia de la Patria, organizando un buen con- tingente de hombres resueltos que se les fueron incor- porando y poniéndose a sus órdenes. Los tres eran hom- bres de fuerte constitución física, muy conocedores de la vida del campo y prácticos en casi todo el territorio de la comarca.

Se unieron al General Manuel Suárez Delgado que había salido de Villaclara en aquellos días, y los tres fueron nombrados Capitanes y destinados al mando de distintas unidades,. Los dos primeros terminaron Ja campaña y el último murió casi al final del año 1898, en los montes de "La Marota", cerca del pueblo de la Es- peranza; y los tres se ganaron valerosamente las estre- llas de Coronel. "Pablito" tuvo la gloria de acompañar al Titán Maceo en toda la ruda y heroica campaña de Pinar del Río.

En el mes de Agosto del citado año 1895, le fué or- denado al Capitán Pablo que saliera en comisión del servicio a recoger armas y municiones, y lo hizo llevando a sus órdenes al Teniente Ismael Avalos y algunos nú- meros, entre los cuales iba "Goyo" Pozo, un guajiro lépero, práctico y "sabichoso" y nombre siempre alegre y dispuesto para todo. El grupo se puso en marcha rumbo al caserío de Provincial donde existía un fuerte de la Guardia Civil, del que era Jefe un cabo general- mente conocido por el "Cabo Picao", hombre bastante

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valiente, a quien le gustaba hacer frecuentes recorridos

por las sitierías cercanas al fuerte. Acamparon en una finca distante media legua de Provincial, y "Goyo" Pozo pidió permiso inmediatamente para ir a visitar unas amistades. El Capitán "Pablito" se lo concedió y el hombre salió a prima noche del campamento cantando a todo pecho, como tenía la mala costumbre de hacerlo.

La comisión fué cumplida por el Capitán Rodríguez, y regresó al cuartel del General Suárez, dándole cuenta del resultado satisfactorio que había obtenido.

Pasados unos días, el Capitán "Pablito" llamó a "Goyo" Pozo a su presencia, para regañarlo y hacerle presente que el día menos pensado iba a pasar un buen susto por ir cantando de noche por el camino, a lo que "Goyo" le contestó.

Ju, Capitán: bien sabe el puerco donde se rasca: Buen pájaro es "Goyo" Pozo, "pa" caer en una ''em- boscáa,\ yo soy muy listo "pa" dejarme pescar.

Acampadas las fuerzas en "Vega de Jiga", salió el Teniente Ismael Avalos eon dos parejas rumbo a "Mi- nas Bajas", una noche un tanto lloviznosa, y a poco an- dar sintió a "GoyoV que venía por una vereda cantando a grito pelado, y resolvió hacerle una maldad para que pasara un buen susto.

El Teniente Avalos y sus hombres se desmontaron de los caballos, que eseondieron en el monte, y fueron a situarse en un desfiladero que existe en la vereda del "Cajón", que es muy estrecha, y por la cual tenía que pasar "Goyo" forzosamente. Cuando el cantante en- tró en el punto preparado, le gritaron.

¡Alto a la Guardia Civil! ¡Date, pillo!

"Goyo" pegó un salto terrible, y salió disparado de la montura, desprendiéndose barranca abajo hasta co- ger el monte, dejando en poder de Avalos el caballo y la carabina que llevaba en el "portamosquetón".

A la siguiente mañana se apareció Goyo en el cam- pamento, presentándose al Capitán "Pablito", y dicién- dole.

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No te lo dije; anoche nació "Goyo" Pozo; figú- rate que me encontré con el cabo "Picao" en la "verea" del "Cajón", donde me puso una "emboscáa" y me le fui entre las manos, abriéndome paso a machetazo lim- pio.

Pues mira, el Cabo salió ileso en la refriega y al ver tu bravura y arrojo en la pelea, ha tenido la delica- deza de devolverte el caballo y la carabina que se te quedaron olvidados en el lugar del combate.

Cuando "Goyo" vio su carabina colgada del "tes- tero" de la casa y su caballo amarrado a la puerta, se sonrió maliciosamente y le dijo a "Pablito".

Bien sabía yo que eran juegos de ustedes.

Los Majases

No so me vayan a poner bravitos mis compañeros

queridísimos de la manigua insurrecta que de cuando en vez y por cualquier circunstancia se dedicaron por al- gún tiempo al disfrute de la sabrosísima vida del "ma- jaseo", visitando las sitierías en los primeros tiempos de la campaña, y los "ranchos" dentro del monte cuando la "caña se puso a tres trozos", pues voy a tratar de describir la existencia del "majá" en la Guerra; y na- turalmente, a muchos les habrá de corresponder y a mi entre ellos una buena parte de la gloria conquistada, "majaseando" ....

El vocablo "MAJA"— según el DICCIÓN ARIO EN- CICLOPEDIOO-ESPAZA" se aplica en la Isla de Cuba a una culebra parecida a la boa y perteneciente a la es- pecie Epicrates angulifer, de la familia de los boidos; esta serpiente alcanza una longitud de unos 4 m., y se alimenta de aves y de mamíferos de mediana talla: no ataca al hombre".

Nuestros "majases" de la GUERRA DE INDE- PENDENCIA no tienen, sin embargo, absolutamente ninguna semejanza con el descrito anteriormente: como tampoco existe constancia de la palabra "majaseo", (pie es derivada por nosotros del "majá mambí", para signi- ficar que éste hacía la vida apartado de todos los servi- cios de armas y se estacionaba donde pudiera encontrar seguridades y materias alimenticias.

Eran los mayores azotes de la zona o comarca don- de se encuevaban, y desde (pie caían en ella causaban más daño que una tormenta, pues en su misión de esca- par lo mejor posible sin esponer el pellejo a las balas, se llevaban por delante cuanto encontraban, sin mirar nun-

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ca para atrás. Cuando un "majá" se aparecía en una Prefectura y encontraba en ella alguna abundancia de comida, alli se enroscaba y ni con candela brava había manera de ahuyentarlo hasta que n<» engordaba y cria- ba un buen caparazón de escamas. El, siempre tenía algún. Cuento qüfi hacerle al ('apilan Prefecto, para "dor- mirlo" y ponerlo de su parle; pero si se presentaba el

"soldao" nadie le aventajaba en coger el monte primero.

Si una fuerza insurrecta acampaba cerca de la Pre- fectura ya estaba el "majá" en movimiento, temero- so de que le e(diaran piano y se lo llevaran para las fi- las a pasar trabajos. Y si por casualidad lo agarraban, había que oírlo exponer sus motivos para justificarse ante los jefes. Ninguno "majaseaba" por gusto, sino por causas muy serias e inevitables.

Por cierto, que un día llegaron las fuerzas del Ge- neral Monteagudo a un lugar llamado "El Güije", y alli acamparon, después de haber librado un reñido, com- bate con la columna española mandada por el Coronel Palanca, y recuerdo que después de pasada una hora lo hizo una pareja de la Escolta al Cuartel General, pre- sentándosele a mi hermano Ibralñm, que era el Jefe de Estado Mayor, para entregarle un "prisionero" que tra- ía. Era éste, un hombre de alta estatura, corpulento, de ancho pecho, de aspecto saludable y bastante bien vestido ....

Uno de los hombres de la pareja, no si Gertrudis Jimeránez le dijo a mi hermano:

Teniente Coronel; aqui le traigo este ciudadano que acabamos de agarrar en el linde del monte y (pie se dio a huir cuando le dimos el alto. Dice que él es muy buen cubano y tan "mambí" como nosotros; pero como salió corriendo, lo cogimos, y a Vd. se lo entregamos como es nuestro deber hacerlo.

El hombre, al ser interrogado por el Teniente Coro- nel le respondió muy franca y campechanamente:

ISRAEL CONSUEGRA 113

Pues, si señor, mi jefe: ye soy ub insurrecto como otro cualquiera y tengo el mismo derecho de vivir que el que tiene el propio General Máximo Gómez. Estoy "majaseando" desde hace más de año y medio, y es esta la primera vez que me ocurre un caso semejante. Bas- tante llago con sostenerme en la manigua, pues ya lie pe- leado mucho y no me voy a exponer a que el mejor día me dejen frío de un balazo, porque quiero "lograrme".

No es necesario decir que inmediatamente fué incor- porado a la Infantería y que allí llamó la atención entre aquella brava gente, flaca, sucia, desnuda y hambrienta, aunque siempre dispuesta a dar la vida peleando por la libertad de la Patria.

El "majá" tuvo que conformarse con su suerte y en seguida se acostumbró a la vida activa. Un día se le acercó un moreno muy sabichoso y le dijo:

Oye, compañero: tu no deja que ninguno te pase mano de abajo pa arriba en lomo, poque pué quitarte escama que tu tiene ahí prendió como raice de jagüey".

Y no se vayan a imaginar los lectores que el "majá" abundaba únicamente en la clase de tropa; nada de eso; los había muy oficiales y hasta con estrellas de Genera- les, que nunca oían un tiro, y cuya existencia se desli- zaba pacífica y tranquilamente en medio de los más in- trincados montes, o en las alturas más empinadas de las sierras. Se acostumbraron a vivir cómodamente, para "lograrse", y llegaron a la terminación de la campaña libres de todo peligro, para salir después al limpio, dán- doselas de héroes de cien combates y de ... sacrifica- dos ....

; Que no le prestaron buenos servicios a la Revolu- ción y que fueron "parásitos" del Ejército Libertador? Perfectamente: Tiimplieron con su deber de cubanos, y eso, por si solo, es suficiente y meritorio; se marcharon a la manigua, para ayudar a hacer la Independencia y se expusieron a sufrir todas las calamidades y misereas de la campaña. Ellos también contribuyeron, en la me-

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dida de sus fuerzas, a la obra común; sufrieron las mil vicisitudes de la campaña; se mantuvieron firmes en sus puestos de rebeldes; lloraron musirás derrotas y gozaron con nuestras victorias: son, por tanto, LIBERTADORES DE CUBA.

¡ Y es verdad que es el burro !

Rafael Anido o el "Chino" Anido, fué Teniente en la Guerra de los Diez Años y era vendedor de dulces por las calles de Yillaclara al estallar la Revolución. Mar- chó al campo el 23 de junio de 1895 y el General Suárez lo ascendió inmediatamente a Capitán, en cuyo grado se quedó definitivamente hasta la terminación de la cam- paña. Más tarde se incorporó a las fuerzas del Coronel José B. Alemán y en ellas desempeñó el cargo de "Jefe de Dia Perpetuo", no quitándose nunca la banda roja atravesada en el pecho, que llevaba como distintivo del empleo.

En compañía del Teniente Ismael Áválos y de otros individuos salió Anido una tarde rumbo a "Piedras de Amolar", donde estaba situada la finca de un tío de Ava- los, y desde que llegaron principió el Capitán Anido a des- confiar, asegurando que por allí habían pasado los es- pañoles, porque él conocía el "soldao" por el olor, y además se hallaba fresquecito el rastro que estaba vien- do en el camino, y que no era otra cosa que los trillos su- mamente estrechos que hacen los puercos en el monte.

Avalos mandó a buscar comida a la casa de su tío y se quedó dormido en unión del Comandante Bonifacio Sterling, mientras que Anido, más desconfiado se puso de centinela arriba de un árbol. El tío de Avalos, al acercarse, dio algunos silbidos para hacerse conocer, des- pertando a los durmientes; y Anido al escucharlos se tiró de la mata, diciendo:

No ve; igualito que en la Guerra Grande. Por ahí viene el enemigo.

Y los tres salieron huyendo monte adentro como alma que lleva el Diablo, sin detenerse ni a recoger los

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caballos. Pasados unos momentos y viendo que reina- ba tranquilidad, regresaron al lugar de partida donde los estaba aguardando Don Rafael Marrero, el tío de Avalos, provisto de una buena y abundante comida.

Media hora después se pusieron en marcha muy con- fiados, y satisfechos de lo que habían comido. Cada uno iba comentando a su manera el susto que acababan de pa- sar, cuando de pronto escucharon a gran distancia un bu- rro rebuznando que Anido confundió con el toque de cor- netas españolas, y sin esperarse a averiguar la verdad le metió las espuelas al caballo, emprendiendo rápida huida, hasta que sus compañeros lograron detenerlo, conven- ciéndolo del error.

El Capitán Anido quedó, sin embargo, un poco des- confiado, dirigiendo la vista en redondo: basta (pie al fin dijo:

Y es verdad que es el burro.

"Yo quere mete pinchacito tenedó dentro carne sabroso"

La Esperanza es un pueblo de la Provincia de San- ta Clara, y de bastante importancia en el período de la Guerra de Independencia por su situación topográfica, ya que no la separan más que cuatro leguas de la ciudad del Capiro, que era entonces centro de operaciones y re- sidencia de los generales españoles.

En distintas ocasiones y siempre con bastante éxi- to, penetraron en la Esperanza las fuerzas cubanas sin respetar los fuertes que le defendían, ni que hubiera al- guna columna española dentro; y casi en todas las en- tradas sacamos de alli muy rico botín de armas, municio- nes, comida y ropas, además de las dolorosísimas bajas que nos causaba el plomo enemigo.

Recuerdo que una vez que entramos en la Esperan- za, iba en las fuerzas asaltantes un Batallón de Infante- ría que mandaba el Teniente Coronel Bonifacio Sterling, en una de cuyas compañías figuraba, precisamente un moreno viejo. Sargento, que había hecho toda la campa- ña de los diez años.

Nuestra gente penetró en la población llena de en- tusiasmos y "caminaba para arriba del plomo" muy sin novedad, ante la perspectiva magnífica del k4 raqueo", sin preocuparse de los disparos que hacían los defenso- res desde todas partes; su objetivo era llegar hasta don- de estuvieran los establecimientos y sobre ellos iban los insurrectos directamente, a pecho descubierto y hacien- do fuego sin cesar.

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A mi un- tu<-ó mandar un grupo donde el único que cstalia medio presentable era yo, sin embargo de (pie por loria indumentaria llevaba un pantalón desflecado hasta las rodilla- y una guayabera hecha ripios, apestosa a demonios. Ya puede imaginarse como iría el resto de mi gente.

Nos metimos en una bodega cuyas puertas derriba- mos a culatazos, y saltamos mostrador adentro como ti- gres hambrientos sobre su presa. A punta de machete y de cuchillo principiamos a abrir latas de sardinas y de pescado, dándonos un soberano atracón que nos desqui- tó del hambre vieja (pie llevábanlo-.

Allí no existía, en aquellos momentos, la disciplina: •aria cual era su propio .\cU': hacía lo que le daba la uaná y se apoderaba de lo que estimaba conveniente. Kl res- peto a las mujeres era la única consigna que se nos daba cuando penetrábamos en las poblaciones bajo el fuego enemigo, y así cada cual podía proveerse libremente de lo (pie le fuera fácil cargar. Estuvimos algunas horas dentro de la Esperanza, unos peleando en medio de las calles, librando verdaderos actos de beroísmo. otros con- tra los fuertes y las patrullas (pie se presentaban, y el resto entregado a la faena riel aprovisionamiento de per- trechos rionde los pudiera encontrar.

Salimos de la Esperanza en las horas de la madru- gada y emprendimos la marcha satisfechos de la faena; llevando el cordón de camillas donde iban los heridos y los muertos que se pudieron recoger. Acampamos como a las ocho de la mañana en "La Margarita 'V y allí ha- bía que ver las escenas que se desarrollaban haciendo los repartos del botín.

Es digno de mencionarse este episodio, presenciado

por mi en la Infantería, entre el moreno viejo que había estado en toda la Guerra de los diez años, que era Sar- gento de la Compañía que mandaba el Capitán Telesforo Pérez, y un soldado de las propias fuerzas.

Estaba este Sargento sacando sus cosas del "jolon- go", y entre ellas apareció un juego de cubiertos rie los

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de clase corriente, que él con mucho cuidado envolvió en un trapo mugriento, colocándole debajo de un pilón de hierbas.

Un compañero, al ver la operación que estaba reali- zando, le preguntó.

% Se puede saber. Sargento, que cosa va a hacer usted con esos cubiertos, cuando sabe perfectamente que ya no hay ni jutías que comer1?

Y aquel viejo veterano con mucha parsimonia le res- pondió:

Yo lleva ya mucho tiempo comiendo con mano, y queré dame guto come con tenedó y cuchillo lo mimo que gente rica; poque viejo no queré morí sin mete pincha- cito tenedó dentro cañe sabroso

¿Comandante y Capitán de qué? ¡ P . . . !

Comandante y Capitán de Mambises,

hijos de mono y aura

El año 1897 principió debajo de las balas como de- cíamos los "mambises", en el territorio que abarcaba la Brigada de Villaclara mandada entonces por el Coro- nel José de J. Monteagudo; sobre todo desde el 16 de enero en adelante en que " cantó el guariao" sin descanso y hubo que pegar muy duro para contener el empuje de los "panchos".

Don Valeriano andaba por el territorio villareño con media España detrás, y ya puede sujjonerse que por don- de quiera que el insurrecto metía la cabeza se encontra- ba con sus batallones. Estábamos acampados en "Zua- zo", y el Coronel recibió confidencias de que íbamos a ser atacados por varias columnas enemigas puestas en combinación, para caer sobre nosotros por distintos lu- gares, por lo que dispuso inmediatamente que las fuerzas cubanas se situaran en las mejores posiciones y ocupa- ran los puntos más estratégicos, para combatir con re- sultados favorables.

El Teniente Coronel Manuel Rodríguez con su Ba- tallón debía batir a toda columna que se presentara por el rumbo de "Palo Prieto"; el Comandante Bonifacio Sterling con dos compañías del Regimiento "Libertad", situado en "Guachinango", tenía la orden de pelear mientras le quedaran municiones, y el Teniente Coronel Carlos Aguilar con fuerzas de caballería mantendría cons- tante exploración sobre Santa Clara, desde donde parte

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«■1 camino centra] de la Isla, pasando precisamente por el u Asiento de Zuazo" en que dos encontrábamos 3 tuvimos acampados hasta el <lía 10 que nos trasladamos al "Maguey".

Allí se tuvieron noticia d<' la presencia d<d enemi- go, y aeto continuo salimos de marcha hacia "Zuazo" nuevamente.

Al medio día escuchamos nutridas descargas de fu- silería y fuego de cañón rumbo al "Guachinango", y su- idísimos que el Comandante Sterling había entrado en pelea. Próximamente media hora después volvimos a sentir fuego por todo el camino de "Zuazo", y vimos, al poco rato, a los ginetes del Teniente < Jorone] Aguilar que venían peleando cu retirada. Inmediatamente se gene- ralizó <d combate en toda la línea que el Coronel Mon- teagudo había preparado de antemano, cayendo los es- pañoles en las emboscadas que se le pusieron. Hasta el Cuartel General y la Escolta se batieron aquel día co- mo leones tratando de contener la avalancha ....

Y como quiera que 110 es mi propósito describir esta acción guerrera en la exacta forma en (pie fué desarro- llada, sino exjíoner los ''episodios cómicos" ocurridos como consecuencia de la misma, pasemos a narrar el si- guiente, que vale la pena de conocerse.

Cuando todos estos interesantísimos combates habían terminado, favorables en su mayoría para nuestras ar- mas, se presentó en el Cuartel General un moreno de la infantería conduciendo en calidad de prisionero de Gue- rra a un Capitán del Ejército Español, cogido por él mismo en medio de la pelea, para entregárselo personal- mente al Coronel Monteagudo; pero le fué ordenado que lo llevara a presencia de su jefe inmediato el Comandante Sterling, a fin de que éste diera cuenta del hecho, ofi- cialmente.

El Comandante Sterling puso el prisionero a la dis- posición del Capitán Telesforo Pérez con el encargo de que se le guardaran las mayores consideraciones, en tan- to se hacían las tramitaciones del caso. Tlay que tener

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en cuenta que Sterling y Telesforo pertenecían a la raza de color y eran bien prietos por cierto.

Se presentó el soldado al Jefe de su Compañía di- ciéndole:

Capitán Telesforo; aquí le traigo este español he- cho prisionero por mi y que le manda el Comandante Sterling, con la orden de que se le guarden muchas con- sideraciones.

El Oficial español oyendo todo aquello, abría desco- munalmente los ojos y demostraba en los gestos que ha- cía algo que ya lo estaba mortificando. De pronto y sin poderse contener más, echó un terno en acento pura- mente castizo, y dijo a toda voz:

—¿COMANDANTE Y CAPITÁN DE QUE % ¡P . . . . . ! COMANDANTE Y CAPITÁN DE MAMBISES HIJOS DE MONO Y AURA, RECONTRA! .... Y ahora fusilarme si queréis.

Desde Puerto Rico hasta Cuba

Como el escritor tiene la facilidad de poder remon- tarse, para llegar en alas de su imaginación lo más pron- to posible al lugar que le parezca mejor. y<> me voy a to- mar la libertad de dar un salto en las alturas y caer en la isla de Puerto Rieo, precisamente en el año 1887 (man- do era gobernado aquel territorio por el General español Don Romualdo Palacios.

Aquella era una época terrorífica en la que el com- ponte de la Guardia Civil andaba a la "aleta de la albar- da", para los nativos que no le brindaban mucha con- fianza a los gobernantes peninsulares. Entre los com- ponteados, según me cuenta el Brigadier José Semidey que es puertorriqueño y fué actor en el episodio que na- rro, figuraba un obrero llamado Eusebio Bonilla, hombre valiente y exaltado, y que, por eso mismo, estaba muy mal visto por la Guardia Civil. Un día lo compontearon bár- baramente, y estando amarrado hubo de tratar de co- bardes a los guardias que lo castigaban, entre los cuales figuraba uno nombrado José Ferrería, quien al conside- rarse ofendido, le dijo:

Para probarte, miserable, que no soy ningún co- barde estoy dispuesto a batirme lealmente contigo en cualquier momento.

El duelo fué concertado y meses después se iba a llevar a cabo con la intervención de los señores José Se- midey y José María Pietriantoni en calidad de nadrinos de Bonilla,y dos guardias civiles representando a Fe- rrería.

La noche en que el lance debía verificarse, fueron Semidey y Pietrantoni en busca de su representado a

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la casa en que vivía, y allí no pudieron encontrarlo, «•<»- nio tampoco en los distintos Lugares que frecuentaron.

El cadáver de Bonilla apareció a la mañana siguien- te en la puerta del Cementerio, donde se constituyó el Juzgado por mera fórmula, sin llevar a cabo Las inves- tigaciones del caso. Semidey las practicó por su cuenta y supo que Bonilla había sido asesinado por la Guardia Civil; hizo la correspondiente denuncia y dejó en el .Juz- gado su declaración escrita, sin (pie tampoco se esclare- cieran los hechos.

Años después, en 1892, se trasladó Semidey a la Re- pública de Santo Domingo, afiliándose al Partido Revo- lucionario Cubano, hasta que salió para Cuba en mayo de 1895, a las órdenes del General "Mayía" Rodríguez, en una expedición que no pudo desembarcar en las costas cubanas. Pudo lograrlo, más tarde, en otra expedición mandada por los generales Carlos Roloff y Serafín Sán- chez, que desembarcó por Sanctí Spíritus el 24 de julio del mismo año.

Aquel puertorriqueño expedicionario era Teniente

Coronel en el año 1897, y prestaba sus servicios en la Brigada de Sagua, al mando de un Regimiento de In- fantería. El General José Luis Robau que era su jefe le dio la comisión de trasladarse a Camagüey en busca de armas- y municiones, y al llegar al campamento del General Javier Vega, que era quien debía entregarle los pertrechos de guerra, se fijó en un individuo con insig- nias de Cabo y le dijo:

Me parece que lo conozco á usted, Cabo, desde ha- ce mucho tiempo.

Y yo a usted también. Teniente Coronel.

; Xo es usted, Ferrería el Guardia Civil de Ya neo, en Puerto Rico?

Si. señor, el mismo; me licencié del Cuerpo a que pertenecía y me vine para Cuba a pelear por su libertad; pertenezco a la Escolta del General José Maceo a quien me incorporé desde mi llegada a la manigua.

ISRAEL CONSUEGRA 127

Cuando terminó la campaña supo el Coronel Seini- dey por boca de un oriental que había sido compañero de Ferrería en la Escolta del General José Maceo, que aquel había muerto peleando bravamente por la Indepen- dencia de Cuba.

Y el hoy brigadier José Semidey y Rodríguez, Jefe del Departamento de Administración del Ejército de la República, todavía se siente conmovido al recordar aque- llos episodios de la contienda libertadora en la que él par- ticipó de manera muy sobresaliente.

Y Cástulo sigue en

"El Laurel de Pendas

Cástulo Martínez nació bace más de ochenta años, en una finca perteneciente al Término Municipal de San- ta ( 'lava, donde se crió y aún vive todavía Labrando la tie- rra y entregado a todas las labores del campo.

Mocetón de 18 ó 20 años se lanzó a la manigua el año 1868, cuando lo hicieron desde Villaclara JVÍiguel Geró- nimo Gutiérrez, Guillermo Lorda, Gerardo, Eduardo y Enrique Machado y tantos otros "pilongos" que presti- giaron las filas del Ejército Libertador. Terminó aque- lla larga jornada de diez años de constante batallar con el grado de Comandante.

Cuando el General Carlos Roloff operaba en los úl- timos tiempos de aquella campaña por la zona de Villa- clara. Cástulo fué su compañero. La persecución era tan encarnizada que se internaron en la "Sierra del Es- eambray", por las faldas de la loma "El Mogote", y en ellas sembraron unas cuantas matas de mangos. Desde allí mismo salió Cástulo un día del año 1878, para reali- zar su "capitulación" en Villaclara.

"Pacífico" ya, regresó a su "Laurel" para entre- garse a la vida de calma y tranquilidad que tanto nece- sitaba, y así vivió esperando siempre que el grito de gue- rra volviera a vibrar en los campos de Cuba, para regre- sar a ellos a pelear por la libertad e independencia de la Patria.

Tan pronto sonó en Baire la corneta llamando a los patriotas, y Cástulo escuebó sus vibraciones, fué de los primeros en empuñar nuevamente las armas y lanzarse

130 MAMBÍ SERIAS

a la manigua insurrecta, arrastrando a un grupo de hom- bres como él resueltos a jugarse la vida. A los pocos días el Teniente Coronel rástulo Martínez se hacía sentir en el territorio villareño que recorría victoriosamente, estre- chando combates con el enemigo cuantas veces se lo en- contraba en su camino. Su fuerte eran las cargas al ma- chete y las peleas en guerrilla.

Conocía palmo a palmo la zona en que operaban las fuer/as de Yillaclara, y una ocasión se lo demostró al < le- ñera! Monteagudo, sacándolo monte a monte, cuando éste con las fuerzas de su mando se encontraba casi copado por los españoles. Subiendo por lomas empinadas y por entre breñales de sabanas, existía un caminito conocido únicamente por el Teniente Coronel Martínez, y por él burló al enemigo, llevando sin novedad a la columna in- surrecta hasta "La Solapa".

Muchos fueron los hechos de armas en (pie participó ( ¡ástulo durante la Querrá del 95, primeramente al frente de un Escuadrón de Caballería y últimamente mandando un Batallón de Infantería del Regimiento "Libertad".

Tuvo la satisfacción y la gloria de comer de los mis- mos mangos por él sembrados en compañía del General Roloff en las faldas de la loma "El Mogote" en 1 año 1 s 7 7 . que boy son conocidos por los "Mangos de I y que de ellos comiedan sus compañeros de arm

Y aquel vie.jito de hierro, largo y flaco como un be- juco, todo nervios y astucia mambisa, montado siempre sobre su jaca alazana, parecía un centauro al frente de sus hombres, y llegó a convertirse en el terror de b>< gue- rrilleros al servicio de España.

Y allá en el "Laurel de Pendas" a cuya sombra pro- tectora acampé, dormí y me alimenté muchas s compañía del Tenienl onel <

la friolera de treinta y tantos años, vive tranquilamente el heroico mambí entregado a las faenas agrícolas y re- memorando diariamente, continuamente, sus épicas ha- zañas, sari- de su ol querid< tado por cuantos lo rodean.

Se le Pasó el Susto

a los Tres Días

El Teniente Coronel Cástulo Martínez recibió la or- den del General José de J. Monteagudo, de marchar a la Provincia de Matanzas a recojer unas armas y muni- ciones procedentes de la expedición que había desem- barcado por Cárdenas el General Collazo, y salió para dicho lugar acompañado de unos treinta hombres, entre los cuales iban el Capitán Pedro Valdés Fuentes y un individuo conocido por "Uga" o "Buchinche".

Fueron tantos los contratiempos esperimentados en la travesía, por la tenaz persecusión de las guerrillas y columnas españolas, que se hizo imposible al Teniente Coronel Martínez cumplimentar la orden recibida. Los

continuos fuegos sostenidos con el enemigo le produjeron muchas bajas en sus filas y se vio obligado a regresar al lugar de partida.

La última hecatombe ocurrió entre Amarillas y Me- lones mientras almorzaban y daban descanso a la caballe- ría. Una guerrilla los atacó brutalmente, dispersándo- los en distintos grupos. Fué tan bárbaro el empuje de los guerrilleros, que resultaron infructuosas las líneas de fuego (pie se les pusieron: el pánico se había apoderado de todos los ánimos y se impuso el sálvese el que pueda. Hubo insurrectos, y "TTga" entre ellos, que no paró su carrera hasta el pueblo, donde hicieron su presentación.

En este hecho de armas se salvó el Capitán Valdés Fuentes por habérsele reventado la correa de la bando- lera.pues un guerrillero quiso hacerlo prisionero y se la

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arrebató, mientras que él continuaba dándole espurias al caballo. Y como en la cartera iba su diario de opera- ciones !<• dieron por muerto, y en el periódico "La Lu- cha'' salió publicada la noticia.

El Hambre no Respeta Nada

De marcha por unos desfiladeros profundos, y sobre las empinadas lomas de Trinidad, marchaba un día de lluvia la Brigada de Villaclara rumbo a la zona de sus operaciones, anhelantes las fuerzas que la componían de hacer rápidamente el viaje de regreso, para reponerse un tanto de las miserias y necesidades pasadas es] (erando la ex] >edición que debía desembarcar por las costas trinita- rias.

Una compañía de infantería al mando del Capitán Pedro Valdés Fuentes iba cubriendo la retaguardia, y éste oficial tuvo necesidad, muchas veces, de poner en práctica hasta procedimientos violentos, para que la gen- te no se le insubordinara, pues se resistía a continuar marchando, a consecuencia de los aguijonazos del ham- bre.

En un recodo del camino que seguían, vio el Capi- tán Valdés Fuentes a un grupo de hombres, y entre ellos al Teniente Pedro Mariani, entregados a la faena de en- tresacar de un mulo muerto y apestoso, picado ya por las auras, los trozos de carne que podían aprovechar. El Capitán llamó a un lado al Teniente para reprenderlo por el mal ejemplo que estaba dando con aquel acto que realizaba; y el Teniente le respondió, que solamente el hambre lo obligaba a ello.

Dos días después, y cuando las fuerzas estaban acam- padas en el potrero "Alberieh" cerca de Maniearagua, el Capitán Valdés Fuentes se estaba muriendo de ham- bre, y buscando comida llegó hasta el pabellón del Te- niente Mariani, viendo a éste atracado con un trozo de carne humeante y olorosa. Se le hacía la boca agua y se le salían los ojos detrás de aquel espectáculo.

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Al verlo, Mariani, le dijo: Capitán; yo qo lo convido porque ésta ea la carne de aquel mulo muerto y apestoso que me encontré en el camino y yo me supongo que usted

rio se atreverá a meterle el diente.

A' el Capitán Valdés Fuentes sintiéndose enterne- cido le respondió al Teniente Mariani:

Aquello fué en el camino, por causa de la discipli- na, pero ahora la escena cambia <!<• ¡ispéete. Yo me es- toy cayendo a pedazos de la debilidad y lie venido a (pie me des un pedazo de esa carne, pues el hambre no res- peta nada.

La Muerte de su Caballo

Salvó la Vida al Coronel

Roberto cjTWéndez Péñate

A principios del mes de agosto del año 1898 estaban acampadas en el potrero "Dinamarca" cerca de Villa- clara, las fuerzas de esta Brigada y las de Sagua, en una concentración ordenada por el Jefe de la División Gene- ral Monteagudo. Eran unos 500 hombres en condicio- nes de pelea.

El Comandante Manuel Trujillo recibió la orden de extraer ganado de los Egidas de la ciudad y salió al fren- te de unos 60 hombres a realizar la operación que llevó a efecto después de librar reñida lucha con las guarni- ciones de los fuertes. Detrás de él, por el rastro, mar- chó una columna hasta el mismo campamento de "Di- namarca", y allí se entabló la contienda durante más de hora y media.

La lucha fué encarnizada y se peleó bravamente por ambas partes. Los cubanos, perfectamente atrinchera- dos detrás de unas cercas de piedras, resistieron brava- mente el empuje de los españoles.

Las escoltas de los Generales Monteagudo, Gerardo Machado y José Luis Roban pelearon hasta gastar los cartuchos que llevaban encima, procurando desalojar al enemigo que se había hecho fuerte en las márgenes de un río.

El Coronel Roberto Méndez Péñate al frente de su Regimiento Infantería "Libertad", estaba situado sobre una lometa, acompañado de su Plana Mayor y una pe-

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quena escolta, dando las órdenes pertinentes; y después de duro combatir, casi al terminarse la contienda, poco faltó para que perdiera la vida: su caballo amarillo de más de siete cuartas de alzada, al pararse en dos patas, recibió un hala/o en el pecho que le derribó sin vida, arrastrando al ginéte en la caída y salvando con su muer- te, la existencia a su dueño, pues de qo haberse encabri- tado hubiera sido éj3te quien recibiera el disparo. La sangre del noble bruto le manchó el rostro y las manos al Coronel y salpicó al Capitán Valdés Puentes, su Ayu- dante, que se encontraba a su lado.

Un Buen Regano a Tiempo

Como Jefe de un Regimiento de Infantería operaba en la Brigada Sagua al mando de] Genera] José Luis Roban, el Coronel José Semidey y Rodríguez, y se en- contraba acampado al frente de sus fuerzas, en uno de los días del mes de junio 1897, en las márgenes de] río "Sagua la Chica", cuando tuvo noticias de que los sol- dados Pablo Alfonso y Domingo Dreke trataban de ha- cer su presentación al enemigo, porque no había que comer y en el pueblo le pagaban un "centén" por cada arma, y además los alistaban como movilizados. Inme- diatamente le ordenó al Alférez Teodoro Mesa que con- dujera a ambos soldados a su presencia.

Salió este oficial a cumplimentar lo que le habían ordenado, y se encontró conque Dreke ya no estaba en el campamento; detuvo a Alfonso y lo llevó a presencia

del Coronel, quien con frases cariñosas le dijo:

Parece mentira, Pablo, que un muchacho como tu. tan valiente y buen cubano piense cometer la villanía de hacerle traición a la Patria. Cualquiera otro jefe te hu- biera mandado a ahorcar ahora mismo, pero yo quiero ofrecerte una oportunidad, por estar persuadido de tu ignorancia. Te voy a dar el pase para la Brigada de Re- medios y confío en volver a verte muy pronto.

Algunos meses después tuvo necesidad el Coronel Semidey de cruzar por la zona de Remedios hacia Cama- giiey, en cumplimiento de una orden del General Roban, y al acampar en "El Seborucal" se le presentó el solda- do Alfonso portando un pase para sus fuerzas, incorpo- rándosele v continuando a sus órdenes.

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De regreso a Sagua y acanutado el Regimiento pre- cisamente en "Sagua la Chica", se presentó el enemigo, sosteniendo con él vivo fuegp por más <lc media hora, y al ordcnai- el Corone] Semidey la retirada por una ve- reda, se situó en la boca de la misma mientras desfila- ban las fuerzas y se disparaban los últimos cartuchos. En esos momentos le dieron un balazo en el pecho a la muía que montaba, derribándola sin vida y arrastrán- dolo en la caída, dentro de unos maniguazos.

Pablo Alfonso que se había quedado junto al Coro- nel se precipitó sobre él, creyéndolo gravemente herido, diciéndole: "Coronel, aquí estoy yo a su lado para mo- rir juntos" y lo sacó de debajo del animal muerto, lle- vándoselo en los momentos en que los españoles ya es- taban a poca distancia y casi le echaban las manos en- cima. Era el mismo individuo aquel «pie (pieria presen- tarse y a quien le dio el pase para otra fuerza, el que le había salvado la vida.

Alfonso fué soldado de la Guardia Rural a sus ór- denes y aún vive en Sagua disfrutando del retiro, al la- do de su familia.

El Vocabulario de Solano Romero

Operando constantemente por los alrededores de Randiuelo, la Esperanza, y muchas veces hasta Cruces, que está fuera de la zona que comprendía la Brigada de "Villaclara" en la cual mandaba un Escuadrón del Re- gimiento de Caballerea "Zayas", el Teniente Coronel So- lano Romero no se cansaba de hacerle maldades a los es- pañoles, unas veces por medio de emboscadas, otras ata- cando las poblaciones (pie defendían denodadamente, y muchísimas batiéndose con ellos en campo abierto donde se le presentara una buena oportunidad.

Solano Romero es un hombre corpulento, grueso,

simpático, gritón y que habla al mismo tiempo (pie se ríe bárbaramente, escandalosamente, intercalando en ca- da cuatro palabras que pronuncia un: ; Usted me com- prende?. Su gente lo quería con delirio y lo respetaba muchísimo, y él trataba con verdadero cariño de padre a todos los que operaban a sus inmediatas órdenes. Per- dió dos hermanos en la campaña del 95 que juntos con él salieron a combatir por la Independencia de Cuba y vive actualmente en la ciudad de Santa Clara, con el respeto y la consideración que él se merece.

Cuando el Teniente Coronel Solano Romero está ha- blando hay que guardar silencio obligatoriamente, por- que su bozarrón sobresale por encima de las más grandes griterías y él no deja tiempo para que lo interrumpan. Es un guajiro "lépero", al mazo, jaranero y criollo hasta los tuétanos, sin embargo de que emplea ese vocabulario netamente peninsular, de echar ajos y cebollas por la bo- ca con la misma facilidad con que nos disparamos un vaso de auna al coleto.

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Para Solano Romero, puede decirse que no hubo ('po- ca mala en la Revolución, pues ruando todo el mundo se estaba muriendo de hambre, a él no le faltaba que comer; y el General Monteagudo que lo conocía como nadie, le mandaba comisiones al Lugar donde se encontrara para que le remitiera pertrechos de boca.

l'n día del mes de noviembre del año 1897 llegó So- lano con sus fuerzas al Cuartel del General Monteagudo, para darle cuenta de una brillante operación de guerra que había realizado cerca del pueblo de Ranchuelo, al ba- tirse contra una fuerte columna española, a la que, ade- más de las numerosas bajas que logró ocasionarle desde ventajosísimas posiciones, sin recibir ni él ni sus hom- bres sei-ios descalabros, logró arrebatarle una acémila cargada de comestibles, de los cuales llevaba una buena cantidad al General

Aquella escena entre Monteagudo y Solano descri- biendo éste, los hechos ocurridos durante la acción que había realizado, y entregándole los "féferes", había que haberla presenciado. En cada palabra del Teniente Co- ronel al General iba intercalado un "TJsted me compren- de" y una ristra de ajos de cebollas y de cuantas

frases sonoras inventaron las malas lenguas. Y el Ge- neral Monteagudo lo escuchaba, desternillándose de risa.

(uando la conferencia hubo terminado, el Teniente Coronel Solano recibió la orden de acampar con su gen- te a corta distancia del Cuartel General; y pasados unos momentos empezaron a escucharse los ecos de su voza- rrón, saliendo estrepitosos por encima de su tienda de campaña, regañando a unos oficiales. Aquello parecía un Cuartel peninsular de las poblaciones ....-.; todas las especies .... del vocabulario castellano salían de allí, del mismo modo que ahora lo hacen por medio del "Radio" las conferencias científicas, los discursos, los cautos, la música y los anuncios de empresas, comercios y neo-ocios particulares.

En el Cuartel del General Monteagudo se encontra- ba aquel día. el Teniente Coronel Marco Aurelio Cervan- tes, muerto hace poco tiempo siendo Magistrado del Tri-

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bunal Supremo de la República, quien al escuchar aque- lla fraseología especial de Solano, se levantó muy asus- tado de la hamaca. fija la mirada en el General Montea- gudo, quien al verlo de esa manera, le «lijo:

Teniente Coronel: me parece que por ahí debe es- tar acampado algún Oficial del Regimiento "Tarragona" c de "San Quintín". Vaya a ver que ocurre y vuelva a darme cuenta inmediatamente.

Marco Aurelio salió de su tienda y volvió al po<?o rato, diciéndole a Monteagudo:

Xo hay novedad, General; al salir me di cuenta inmediatamente que era Solano Romero, pues conozco demasiado su manera de expresarse.

Yo también lo sabía ; pero como lo vi a Vd. levan- tarse de la hamaca un poco alarmado, quise que saliera del error en que estaba.

Las Sardinas del General Esquerra

Nos encontrábamos acampados en "El friglés", ju- risdicción de Trinidad, en el mes de junio 1898, espe- rando la expedición que nunca vino, pasando hambres y calamidades hasta para "hacer dulce/", y no conozco de que medios se valió el General Higinio Esquerra, Jefe de la Brigada de Cienfuegos, para guardar, dentro de las al- forjas, una lata de sardinas en tomates.

Mi hermano Ibrahim que era Teniente ( 'oronel Jefe de Estado Mayor del General Monteagudo, se enteró de la noticia por boca del Comandante Ramón Cordovés, y entre los dos concibieron el proyecto de "raquearle" a Esquerra el comestible, poniendo inmediatamente en práctica su plan. Le dieron orden a un asistente, para que se fuera al pabellón del General Esquerra y armara una bronca con el asistente de éste: y al entabláis»' la lucha y acudir Esquerra al lugar de los hechos. Cordovés que se encontraba oculto, aprovechó la ocasión y se apo- deró de la ansiada latica. Hay (pie tener en cuenta (pie el Jefe de la Brigada de Cienfuegos sacaba una sardini- ta en cada comida y se la comía, buscando que la ración le din-ara el mayor tiempo posible!

Y como entre cielo y tierra no hay nada escondido. Esquerra se enteró de lo que le habían hecho, formando un escándalo mayor aún que el de los dos asistentes, sin que el asunto pasara a mayores consecuencias porque

fué tomado como broma de buen género, en atención al estado de cosas en a/piellos momentos calamitosos.

El General Esquerra no s<- olvidó nunca más de la maldad que le hicieron y se la guardó a los aut< eternamente, pues ya en Jos tiempos de la guerra como

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después de la República, aprovechaba toda oportunidad que se le presentaba para soltarles sus '^puyitasV a [bra- liim y a Córdovés, demostrando que todavía no les per- donaba que le hubieran comido las sardinas.

Cuando ej General Esquerra fué nombrado Coronel de la Guardia Rural y Jeíe de la Provincia de Santa Clara, a hermano Ibliabím que era Teniente Coronel lo destinaron al mismo lugar en calidad de segundo Jefe, y a los pocos días gestionó y obtuvo su traslado para Santiago de Quba, porque sabía que a Esquerra oo se le olvidaba nunca su latica de sardinas del campamen- to "ÍL IXGLES".

Coronel : ' Su Caballo Camina como un cTWagistrado ':

•Habíamos bregado bárbaramente para llegar hasta

.Mantua, que era el límite de la jornada gloriosa en el ex- tremo occidental de la Isla, y el (leñera! Antonio Maceo dispuso que todas las fuerzas en correcta formación lu- cieran su entrada en el poblado, y desfilarán a banderas desplegadas y a los acordes bélicos del "Himno Inva- sor", tocado por la Banda del Cuartel General. Mar- chamos ordenadamente, en dos filas, entre loa Víctores y aclamaciones de las multitudes frenéticas de entusias- mo patriótico, y el incesante sonar de las campanas de la Iglesia echadas al vuelo, para saludar a los que ve- nían desde Oriente, peleando diariamente para llevar la guerra con todos sus horrores hasta el ('abo de San An- tonio?

Aquel día, memorable para la historia de Cuba, el Lugarteniente General convocó en el Ayuntamiento a

las autoridades del pueblo, a las que confirmó en sus res- pectivos puestos, y crin ellas suscribió el acta que fué le- vantada para dar de su arribo victorioso a aquel te- rritorio basta entonces desconocedor de las hazañas gue- rreras del Titán.

Las fuerzas acamparon en las afueras del poblado, y en cada campamento existía entusiasmo indescriptible al ser visitado por los vecinos que querían compartir al- gunas horas con las huestes revolucionarias, a las que llevaban la alegría por medio de las divinas mujeres vu citaba jeras, sencillamente ataviadas y sobresalientes de donaire y gentileza.

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En las lmras de] medio día, el Brigadier .luán Bruno Zayas comisionó a su Jefe de Estado Mayor, el Coronel Francisco López Leyva, para que se presentara en «'1 Cuartel General del General Maceo a recibir órdenes, y el Coronel, perfectamente equipado y orgulloso <le la mi- sión que se le confiaba mandó ensillar su hermosa ¿acá moromosqueada, saltando ligeramente sobre ella para dirigirse al Cuartel General.

Iba el Coronel a la marcha del caballo, fija la men- te en el eneargo que tenía que cumplir y mirando nada más que para el frente del camino (pie dejaba atrás. De pronto, escucha una voz que lo llama por su grado y que le dice:

Ave María, Coronel: su caballo camina como un Magistrado. El Coronel López Leyva se vio obligado a detener la marcha, y no pudo menos que sonreírse ante lo que escuchaba; preguntándole a su interlocutor, que

era un moreno alto y corpulento, con estrellas de Capi- tán.

¡Y por qué me dice usted eso. Capitán?

Ah Coronel: porque su jaca camina con mucha sa- brosura y contoneo.

Un Sombrero para Varios Usos

Cuando solamente contaba quince años de edad, en junio de 1896 ya Juan López Ibáñez se sentía con brios suficientes para convertirse en un Libertador de la Pa- tria irredenta, y empezó a dar los pasos necesarios que lo condujeran hasta la manigua heroica. Los "esbirros" al servicio de la "Madre Patria" le "sorprendieron el cam- pamento", y cargaron con él hasta la Jefatura de Poli- cía habanera situada entonces en la calle de Cuba Nro. 24, donde lo introdujeron acusado del delito de rebelión.

Allí fué sometido a un interrogatorio por el Coronel de Orden Público Don Manuel de la Barrera y metido, incomunicado, en una sucia bartolina hasta nueva orden. para resolver su situación. Era una habitación oscura y húmeda de unos dieciseis metros cuadrados, dentro de la cual existían cuatro cuartuchos, y en los que única- mente había, para todos los servicios, una lata de luz brillante vacía. Estos departamentos o bartolinas te- nían sus correspondientes rejas de hierro, para que el centinela pudiera hacer sus inspecciones, y por las mis- mas se servía el agua a los prisioneros que la solicitaran.

Al día siguiente de la estancia de Juan López en su prisión fué requerido por el cancerbero, para que pro- cediera a "botar el sambullo" en unos inmundos reser- vados que se encontraban al fondo del edificio; y desde luego, realizó la operación bajo la estrecha vigilancia de dos números y un cabo. Vuelto a su "escondite" y cuando descansaba de aquella dulce .... faena, llegó el rancho procedente de la cárcel, y allí fué donde Juan "llamó a Dios por la boca de un güiro".

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Con un hambre espantosa y un asco en el estómago mayor aún, fué Llamado a formar, para recibir su ración de rancho; y como uo tenía a manos oingún recipiente en que echar aquella gazofia, pues se acordó de su som- brero «pie <Ta de pañ<> uegro, y en él le depositaron aquel conglomerado de papas, caldo y garbanz<

Como era lógico que sucediera, el caldo se filtró por el "panza de burro", quedándose en el fondo las papas y los garbanzo», que Juan se disparó, imaginándose «pie aquello era un arroz con pollos a la valenciana. Así. en esas condiciones, permaneció el "prisionero de guerra" doce mol-tales días, hasta que lo remitieron a la Cárcel a la disposición del Sr. .Juez Militar instructor, que lo fué el Teniente Coronel Don Pascual Herrera, el cual cayó más tarde, morlalmente herido, cuando las tropas cuba- nas y americanas tomaron a Santiago de Cuba.

Convertido en un verdadero adefesio, sucio y an- drajoso y llevando, en la cabeza su "panza de burro" famoso, (pie ya parecía un colador de café, y amarrado codo ron codo fué trasladado Juan a la Cárcel de la Ha- bana en unión de otros companeros de prisión, y desde allí, pasado un mes. lo encerraron en el ('astillo del Mo- rro para ser juzgado en Consejo de Guerra formado por treintidos oficiales del Ejército Español, y condenado a la pena de VEINTE AÑOS DE PRESIDIO, por el de- lito de REBTCLIOX, cuando no contaba más que quince años de edad. Afortunadamente cumplió solamente dos años y medio de condena, porque fué puesto en libertad al cesar en Cuba la soberanía española.

Han transcurrido desde entonces a la fecha treinti- tres años, y Juan López se lamenta todavía de su pri- sión, no precisamente por el tiempo y las calamidades que pasó encerrado en las mazmorras de la fortaleza su- friendo las mayores calamidades: oue eso él lo por muy bien servido, porque fué por la libertad de Cuba, sino por el pesar que experimenta en su alma, de no haber podido contribuir personalmente y arma al brazo en la manigua heroica, a hacer la Independencia.

ISRAEL CONSUEGRA 149

Le queda, sin embargo, una gran satisfacción y un recuerdo de aquellos tiempos inolvidables: su famoso sombrero de "panza de burro"¡ donde comía la asquero- sa "iia/ofia" del rancho, que él conserva aún como sa- crosanta reliquia, encerrado cuidadosamente, amorosa- mente, dentro de una vitrina de cristal. Allí está la jus- tificación de sus penalidades: y en esc sombrero vé, .luán, cada un día que transcurre, su contribución a la LIBER- TAD DE LA PATRIA ADORADA.

Celeste CHAMfAGNAT

BIBLIOTECA

SECUNDARIA, VÍBORA

Los Efectos de un Pedazo de Trapo Azul de Rayadillo

Una columna española que salió a operaciones des- de la ciudad de Santa Clara el 16 de noviembre de 1897, dejó rezagado al pasar por "Arroyo Blanco", en las ar- boledas de Agustín Alonso, al soldado Francisco Sal- gueiro, y a los tres días de andar vagando éste, por aque- llos lugares, fué encontrado por las fuerzas del Coman- dante Bonifacio Sterling. Estaba Salgueiro completa- mente descalzo y se le conocía en la cara que había pasa- do mucha hambre. Después de haberlo interrogado le preguntaron que si quería quedarse en la manigua, y él respondió que lo liaría con mucho gusto si le daban un par de zapatos, pues de esa única manera se incorpora- ría a los "mambises".

Pasados algunos meses estaban acampadas las mis- mas fuerzas del Comandante Sterling en "Las Parti- ciones", y allí sostuvieron un violento combate con el enemigo que se presentó resuelto a abrirse paso a des- cargas" cerradas, como era su costumbre hacerlo. En esa acción de guerra murió peleando en las primeras lí- neas, el bravo Teniente Coronel José Mauricio Arseno, dominicano, compañero de expedición y Ayudante de Campo del General Antonio Maceo.

Cerca del lugar de la acción se encuentra la loma de "Barrabás", que está cubierta de monte por una parte, y de yerba de guinea por la otra, y atravesada, enton- ces, en su cúspide, por una cerca de alambres, corriendo por sus faldas un camino carretero, precisamente por el cual marchaba la fuerza española que combatía con los

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insurrectos, a la vez que iba tirando descargas cerradas sobre e] monte que después quemó, suponiendo que en «'I estuvieran los mambises. Cuando las maniguas em- pezaron a arder, se acercó al Capitán [smael Avalos que era jefe de una < 'ompañía de Infantería, el Sargento ( rardo Zabala, diciéndole:

Capitán: la loma está ardiendo y hay que andar muy pronto, porque ya casi n<> queda por donde retirar- nos.

El soldado Salgueiro, aquel mismo de los zapol que aún conservaba su uniforme de rayadillo azul, no esperó la orden de retirada al oír lo que decía el Sargen- to Zal>ala, y emprendió la huida, dejando enganchado entre los pelos de alambres de la cerca, un peda/o de sus pantalones azules: y como el Sargento Zabala estaba te- meroso de ser copado, porque los españoles le podían "echar un flanco" por la loma, hizo lo mismo que Sal- gueiro y siguió detrás de éste, desfilando también el Ca- pitán Avalos con su gente. De pronto, se paró el Sar- gento Zabala y mirando para el frente dijo:

Mire, Capitán, ahí los tiene. Por aquí están los "gringos". Y sin hacer más averiguaciones salió d< pedido loma abajo.

Lo que había visto era el pedazo de tela de rayadi- llo azul dejado por el soldado Salgúéiro entre los pelos de alambres.

Cuando hizo su incorporación como a las dos horas,

todavía estaba azorado, y llevaba impreso en el rostro el efecto que le produjo el pedazo de tela de rayadillo azul.

A Alberto Boix le Sobraron. Piezas . . , . .

En una finca llamada "El Roble", en Pinar del Río, se encontraba acampado el General Maceo descansando de sus estupendas faenas guerreras, y había establecido su Cuartel General en un viejo ranchón medio destarta- lado y cayéndose a pedazos. Con él estaban su Jefe de Estado Mayor General José Miró Argenter, los Ayudan- tes y la Escolta. Llovía bárbaramente y cada uno esta- ba entregado a sus ocupaciones habituales en los campa- mentos.

El Ayudante Alberto Boix limpiaba su Rifle Win- chester que desarmó convenientemente, v engranó* ar- mándolo de nuevo. Cuando hubo terminado aquella me- cánica operación quedó muy satisfecho de su trabajo y movió rápidamente el mecanismo del arma que funcionó a la campana. Se sonrió, y ruando ya se disponía ;i co- locar su flamante rifle en el mismo lugar donde tenía colgados su cintraron, machete y revólver, se fijó sorpren- dido en dos piezas de acero que se encontraban precisa- mente en el lugar donde antes había estado practicando la operación de limpieza y que pertenecían al rifle: no explicándose que éste funcionara sin ellas. (Eran las correderas laterales del Winchester).

Un tanto confuso y sorprendido, se dijo: ¡Caramba! Se me quedaron estas dos piezas sin colocar y no me explico como puede funcionar tan bien el mecanismo del armamento.

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El Coronel Peña que estaba cerca y lo observaba con atención, le preguntó:

¿Que te pasa, Alberto, te sobran?

Si, Coronel, se me quedaron sin colocar.

¡Ab! Chico, no las emplees en ese rifle; guárda- las para otro.

El Teniente Dosisteo ascendió a " Tresisteo '

Las "Lomas de Tapia" están enclavadas en San Diego de Núñez, en la Provincia de Pinar del Río, y en ellas libró el General Maceo durante el año 1896 los combates más rudos y sangrientos de aquella jornada inmortal. El heroico caudillo bautizó esos campos tan famosos por sus proezas guerreras, con el bélico nombre de "EL PELE ADERO", que aún conservan.

En el mes de mayo de ese año 1896, todavía queda- ban por allí algunas casas abandonadas por los pacífi- cos que las habitaron, y que se "metieron monte aden- tro" a prestarle sus valiosísimos servicios a la Revolu- ción. En esas casas se acamparon un día las fuerzas del General Maceo, ocupando él, una, con su Estado Mayor y la Escolta, y otra contigua, los músicos de la "Banda Tnvasora" con su Jefe y Director el Teniente Manuel Dosisteo Aguilera, muerto recientemente y nacido en el pueblo de Holguín. Este Teniente Dosisteo no tenía otra ambición en la manigua que la de acabar la guerra con el grado de Capitán, en tanto que el que más y el que menos ambicionaba entrar en el pueblo con las es- trellas de General.

Por aquellos días y después de muy duro combatir, el General Maceo se estacionó en "La Lechuza", para despachar correspondencia, órdenes y diplomas, y, na- turalmente, en el Cuartel General se hablaba de ascen- sos.

El Coronel Adolfo Peña Rodríguez que fué expedi- cionario con el General Maceo, colombiano y hombre de

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valor temerario, además ser muy culto y <le ingenio, pasó uno de esos días por el rancho que ocupaba el Ca- pitán -lose Antonio. Berna! y López, entonce- Corneta de ordeno del ( leñera] y le dijo:

Oye. BernaJ. Vamos a Voltear por ahí.'

Los dos salieron, dirigiéndose al lugar donde se en- contraba acampado Dosisteo, y al llegar les dio el olor de algo que estuvieran asando. Entraron aventando las narices, para buscar la causa de lo que se olía, y el Co- rone] le dijo a su compañero:

Me parece, Bernal, que aquí vamos a encontrar

comida, y así mataremos un poco el hambre que nos atormenta. Echemos una "exploración".

Efectivamente, nerón que 1<> que estaba a la cande- la era un hermoso boniato y sobre él fijaron la vista, al mismo tiempo que observaron una jicara con miel de abe- jas qué se encontraba cerca del rogón. E] Corone] le hizo una seña al Capitán y le habló muy bajito:

¡V'erás! ....

Dosisteo, (pie descansaba tirado en su hamaca, se levanto rápidamente y dirigiéndose a los visitantes, pre- guntó:

—¿Que hay de nuevo por ese Cuartel General ? Pa- rece que boy no tendremos fiesta. (Se refería al cons- tante combatir con los "panchos").

Pties, nada de particular. Únicamente que el Ge- neral se encuentra en extremo atareado en el despacho de la correspondencia y los diplomas. Por cierto que .tu has ascendido, Dosisteo.

Vamos, Coronel; no juegue con eso.

No, yo no juego, y si te lo digo es porque de ello estaban hablando ayer de tarde: no si fué el General Miró o algnno de los Ayudantes.

El Teniente Dosisteo se sintió tan halagado con el notición ([lie hasta se puso medio tembloroso; y al ver que Peña y Bernal se preparaban para marcharse, los detuvo, diciéndoles :

ISRAEL CONSUEGRA 157

Espérense, caballeros, que 70 tengo aquí un bo- niato asado y un poco de miel de abejas y quiero obse- quiarlos; pero no vayan a figurarse que ésto lo hago por ío de] aséense, pues de hinguña manera 1<>s hubiera de- jado marchar sin Tener el placer de compartir' con lisíe- lo único «pie pose... Kl Corone] Peña le- susurró a Berna] al oído:

-¡Cayó! ..■.*..

Se comieron el boniato con míe] y hasta le tomaron el cafó a Dosisteo. Y cuando se levantaron para mar- charse, éste se dirigió al Corone] Peña, preguntándole :

¿Y, dígame Coronel, cuando podré saber si es cierto lo de mi ascenso.

Pues, en seguida, chico.

¡ Como en seguida, Coronel?

Si hombre. ¿Tu no eres Dosisteo?- Pues ahora eres Tresisteo.

El Muchacho del Chaquetón Prieto

Procedente de una expedición que hizo su desem- barco por las costas matanceras llegó a los campos de la Revolución a principios del año 1896, el joven José Vicente Adot y Rabell, de familia distinguida y acomo- dada, que se hallaba en el extranjero al sonar en Cuba el grito de Independencia o muerte. Por aquellos limpios estuvo operando varios meses en distintas fuerzas, con el pensamiento fijo en Oriente, donde tenía el propósito de unirse al General José Maceo, cuya fama de hombre valeroso y temerario lo tenía verdaderamente sugestio- nado.

Cuando el joven Adot obtuvo su pase, inmediata- mente salió de marcha rumbo a Oriente, completamente solo, sobre un mal caballejo, aunque perfectamente ar- mado de rifle, revólver y machete y cubriendo su cuer- po por un grueso chaquetón prieto, sin embargo de en- contrarnos en el mes de junio en que ya ha entrado en Cuba la época de los calores. Casi al salir de la Provin- cia de Matanzas se encontró con fuerzas insurrectas acampadas en una colonia de caña, presentándose al je- fe que las mandaba, a quien enseñó el pase que lo auto- rizaba para dirigirse hacia Oriente. Era el entonces Teniente Coronel José de J. Monteagudo que regresaba del extremo occidental ya restablecido de la herida que recibió en el combate de "Tirado".

Lo primero que hizo el Teniente Coronel Montea- gudo al enfrentársele el joven Adot, fué preguntarle:

¡ Y tu, quien eres y que has venido a buscar a la manigua, tan joven?

166 MAMBISERIAS

Pues yo soy un cubano 1<» mismo que lo es Vd. y que persigue su mismo ideal. Desembarqué en una ex- pedición hace poco tiempo y ahora me dirijo, convenien- temente autorizado, hacia Oriente para incorporarme al 'General José Maceo.

Conocedor como era el Teniente Coronel Mónteagu- dq de los hombres, se dio perfecta cuenta, eu seguida, «lo lo «pío valía aquel muchacho que tan resueltamente lo contestaba y le replicó:.

Mira, muchacho; mucho me ha gustado esa forma qué tu has tenido do responderme^ sin saber quien soy, y me. alegraría bastante de poder contarte entre los sol- dados a mis órdenes: g, Quieres quedarte conmigo?. A mi'lado harás un hombre do provecho. Tu no me co- noces, pero investiga por ahí quien os el Teniente Coro- nel José de J. MonteagTldo, y cuando lo hayas hecho no te olvides do volver a verme, para que me digas 1<» que lias resuelto sobre lo qué te lie propuesto.

El joven Adot hizo las averiguaciones necesarias y

se presentó de nuevo al Teniente Coronel Monteagudo,

.muy acongojado y pidiéndolo. <pie le perdonara la forma

irrespetuosa que había usado; y el Teniente Coronel le

replicó:

.— Precisamente por esa misma manera que has te- nido de hablarme, sin saber <-on quien tratabas; es por lo que más deseo que te quedes conmigo; pues me mistan los hombres de tu temperamento y de tu entereza de carácter.

Cuando la entrevista ya estaba finalizando se pre- sentó el enemigo, atacando bárbaramente por una de las , guardias del campamento, y el Teniente Coronel Mon- teagudo fijando la mirada en el joven Adot. lo dijo:

Yaya, joven; ahí tiene una buena oportunidad de demostrarme sus ardores: coja quince hombres v salga a combatir a ese enemigo, procurando mantenerlo a ra- ya el mayor tiempo posjble.

Aquella orden fué cumplida al pié de la letra, y pa- sado muy poco tiempo v4ó Monteagudo, por sus propios

ISRAEL CONSUEGRA 161

ojos, que no se había equivocado, pues el muchacho del "chaquetón prieto" era un león en la pelea, y daba al propio tiempo órdenes precisas a sus hombres con la mis- ma facilidad y desenvoltura que había empleado para contestarle, propia de veteranos ya acostumbrados a las faenas de las armas.

El General Monteagudo ascendió hasta General Je- fe de la Segunda División del Cuarto Cuerpo y a su lado como Ayudante de Campo terminó la campaña el joven del "chaquetón prieto" llevando sobre sus hombros las estrellas de Capitán.

Un Oficial Chino que no Suelta el Pvifle

Por las "Tumbas de Estorino" bregaba el General Maceo el 26 de septiembre de 1896 cuando se sintieron tiros rumbo al fuerte de Pañuelos. En el Cuartel Ge- neral se preguntaban todos: ¿Quién peleará por ahí? El General Maceo con su Estado Mayor, Escolta y fuer- zas del Brigadier Torres ocupaba aquellos lugares; el Brigadier Juan Ducassi estaba por "Mana jas"; el Te- niente Coronel "Pancliito" Fleites (villaclareño) se ha- llaba en Francisco. ¿Quién podía ser?

Al medio día llegó al campamento el Alférez Achón, un chino legítimo, del mismísimo Cantón, encontrándo- se con el Capitán Bernal, Corneta de órdenes del Gene- ral Maceo, a quien le dice:

Oye, Capitán, tu no sentí tiloteo glande? Yo mi- mito con lifle tila pañole tlentacinco tilo.

Bernal para oirle la lengua le respondió:

Mira, Achón; a los oficiales les está prohibido usar armas largas.

¿ Qui cosa usa Ficiá ?

Machete y revólver solamente. Es una orden su- perior, y si el General te con ese máuser de infantería que es más grande que tu. vas a pasar el gran apuro.

¿Londi ta Ginilá Maceo, que yo va pleguntá si son vela esi cosa?

Se fué derecho a la tienda del General y le dijo:

Mila, Ginilá, tu licí oficíale no la usa lifle ?

164 MAMBISERIAS

—Si. Achón, yo he dispuesto que solamente useí

volver y máchele

Los soldados son los que usan armas Largas.

¡Ah! la sola paño tien liflé; suido con pitolita,

marlu-Tr no ma .'

Mila, Ginilá; coje titila pa ti, dásela otlo gente, que yo no quiele deja mánse que tu no lo la pa mi, yo quita pan ole.

Yo Creí Honrar a su Hija Bailando con Ella

El Mayor General Antonio Maceo se encontraba acampado el día 16 de agosto del año 1896 en la finca nombrada "Chipi", en la que residía una familia de ese mismo apellido, de la cual era jefe un señor de bastante edad y de respetable semblante. Allí vivía, patriarcal- mente no obstante los horrores de la guerra, acompaña- do de su esposa e hijas, bien agraciadas éstas últimas por cierto.

Toda la oficialidad del Cuartel General, Escolta y de las distintas unidades en aquel lugar acampadas, se puso de acuerdo para verificar, con la correspondiente autorización del General Maceo, un baile en la casa de Chipi; y al efecto hicieron las invitaciones necesarias entre las lindas y simpáticas guajiritas de aquellos con- tornos, quienes aceptaron muy gustosas y contentas, pro- metiendo no faltar a la fiesta.

La noche convidaba a los placeres del baile, y exis- tía verdadero nerviosismo entre la oficialidad, esperan- do oir los acordes de la orquesta, que fué organizada con los músicos de la aguerrida "Banda Invasora". El cie- lo se encontraba completamente estrellado y no se te- nían noticias de los " panchos' '; reinaba absoluta tran- quilidad en la zona de operaciones.

Todos los jefes y oficiales, incluso el Jefe de Estado Mayor General José Miró que en eso de bailoteos no an- daba muy diestro que digamos, tiraron sus sabrosos "in- fanzones" aquella noche, y hasta el propio General Ma-

166 MAMBISERIAS

ceo quiso irse de reda/os al escuchar un sabrosísimo dan. zón que la orquesta ejecutaba brillantemente.

Uno de sus Ayudantes de Campo bailaba con una de las lujas del dueño de la casa, y el General contemplaba lleno de entusiasmos infinitos a la pareja bailadora, si- guiéndola con la vista en todos los movimientos que eje- cutaba, al compás de la música. Se puso de pié rápida- mente y con pasos mesurados se dirigió respetuosamente a otra de las muchachas de la casa que permanecía sen- tada en un taburete al lado del Sr. Chipi, invitándola a bailar; y al escuchar el padre de la joven los deseos que exponía el General, le salió al encuentro, diciéndole:

Perdóneme Yd. General, y disimúleme el paso que voy a dar; pero mis hijas no bailan con gente de color.

Y aquel hombre formidable y magnífico hasta para los menores detalles, sin inmutarse ni demostrar contra- riedad por lo que escuchaba; se volvió respetuosamente

al Sr. Chipi, para decirle:

Tiene muchísima razón el amigo; Yd. es el jefe de la casa y el papá de esta niña y se encuentra en su per- fecto derecho. Yo no me ofendo por ello; sin embargo, déjeme decirle, ciudadano Chipi, que al dirigirme yo con el más grande respeto a su encantadora hija, invitándola a bailar conmigo, entendía que no realizaba ningún acto impropio, porque en este caso ella no iba a salir a bailar con el hombre de piel oscura, sino con el Lugarteniente General Antonio Maceo que se sentía honradísimo tenien- do por compañera a una cubana, y me alegro, además, porque le hemos evitado un mal rato a su hijita, pues le confieso que como bailador yo soy infumable.

¡ A Caballo . . . . ! ¡A Caballo !

Con el nombre belicoso de ''El Peleadero" bautizó el General Antonio Maceo la hacienda "San Diego de Tapia" en la Provincia de Pinar del Río, en atención a que todos aquellos lugares estaban abonados con la san- gre de los "mambises", derramada a torrentes en los in- números combates sostenidos durante el año de 1896 con el aguerrido Ejército Español.

El Cuartel General, la Escolta y algunas fuerzas de infantería se encontraban acampados esperando el ataque de varias columnas que se movían dentro de la zona, y el General Maceo había dado la orden de per- manecer con los caballos ensillados, sin quitar frenos, mientras tanto no se despejara la situación. Todo el mundo permanecía en sus puestos, para estar listos al menor llamamiento.

De pronto, se escuchan voces de ¡A caballo! ¡A ca- ballo! .... que cada vez se dejaban oír más fuertes y angustiosas.

Un grupo al mando del General Miró llegó cerca del lugar de los gritos y se posesionó de una loma, y desde ella pudo conocer la verdad de lo que estaba ocurrien- do, quedando desengañado de que no existía ningún peligro por el momento. No era ¡A caballo ¡A caballo! lo que gritaba aquel individuo que daba las voces, meti- do en una cañada formada por dos lomas, y que obligó a preguntar al General Maceo:

¿Pero quién ordena a caballo? .

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Regresaba en esos momentos el General Miró y al encontrarse a dos pasos del General Maceo, le respondió.

Um No es ¡A caballo! General: es que ( Jarabeo es- tá llamando a Caraballo.

Este Carabeo era uno de los monteros y matarifes del Cuartel General.

No Tiren que yo Soy Luisito

Para hacer la narración de este cómico episodio "mambí" ocurrido por tierras Baracoa, en uno de los días del mes de abril del año 1896, es necesario, prime- ramente, "detener la marcha" para buscar el apoyo in- dispensable al objeto que perseguimos.

Uno de sus actores principalísimos me ha propor- cionado los datos más precisos relativos a la escena de- sarrollada, y es muy humano y es muy lógico que antes de entrar en materia lo presente a mis lectores.

Se trata, sencillamente, de Eduardo F. Lores y Llo- rens, baracoense mil por mil; en la actualidad Briga- dier Auxiliar del Jefe de Estado Mayor del Ejército, Je- fe del Departamento de Dirección y Capitán Ayudante del Regimiento Maisí Nro. 1 en aquella fecha. Terminó la gloriosa jornada con el grado de Comandante, tras "de haber peleado en la manigua por la Independencia de Cuba desde el día 1ro. ele agosto de 1895. En su queri- da tierra natal de Baracoa hizo su incorporación a las fuerzas del Coronel Félix Ruenes.

La Brigada de Baracoa al mando de su jefe el Bri- gadier Prudencio Martínez acampaba el día 18 de abril de ]896 en el demolido cafetal "Monte Verde", y allí es- taban también con buenos contingentes de hombres re- sueltos, el Coronel Cardosa, Teniente Coronel Adriano Galano y Coutín y Coronel Antonio Pérez, éste al frente de una escogida caballería de Guantánamo.

Cuando nadie se lo esperaba ni existían noticias de que pudiera haber enemigo cerca, fueron atacados re- sueltamente por una columna al mando del Comandan-

170 * M A M 'B I.S E R .1 A S .

te de las Escuadras de la ciudad del Guaso, que había

salido cu operaciones con objeto «le recuperar una par- tida <le buey.es que las fuerzas cubanas extrajeron «leí Central "Santa Cecilia". El Jefe 'español era hombre muy práctico y conocedor de aquella comarca y pudo desechar una de las guardias, Ib que dejó momentánea-. mente desguarnecida la posición, atacando de improvi- so dentro del propio campamento. Aquello originó la confusión consiguiente, y aunque los mámbises se de- fendieron con tenacidad, no tuvieron rríás remedio que emprender la retirada forzosa en aquellos momentos y circunstancias, para ir a acampar a unos dos kilómetros de distancia.

•Los españoles se quedaron en ''Monte Verde" y se apoderaron de todo lo que los cubanos no pudieron reco- jger, pasando allí la noche.

Un individuo de las fuerzas insurrectas que había salido en busca de "recado" como le dicen a la comida los gúantanameros por qo haber oído seguramente el fuego que sostuvieron españoles y cubanos, ni tampoco advertido nada de lo ('pie acababa de ocurrir, qttíso en- trar por la misma guardia que había salido, y al recibir el ¡Alto! de la avanzada enemiga, contestó ¡Cuba!, re- cibiendo inmediatamente una granizada de balas que lo obligó a arrojarse a tierra; pero creyendo que eran de los suyos, les gritó:

No me tiren, que yo soy Luisito.

Y como viera que aquella gente desenvainaba sus machetes y se iba sobre él, entonces se dio cuenta de que el caso era apurado y no tenía tiempo que perder*;' se le- vantó dando un tremendo salto y echó a correr con la velocidad que imprime el peligro, poniéndose a buen re- caudo de sus- perseguidores.

Casi de noche logró incorporarse a los suyos, y cuan- do lo hizo se encontró con el Capitán Eduardo F. Lores que le preguntó :

ISRAEL CONSUEGRA 171

—¿Y tu donde andabas metido desde esta mañana. Nos creíamos que te habían matado en "Monte Verde".

Que va, Capitán: Luisito sabe más que eso; por poquito si que me afrijolan esos condenados guerrilleros, pero me les fui entre las piernas. V ese que yo me fi- guraba que eran "mambises". Mal rayo que los parta.

Aquí están los "Panchos". ¡Fuego!

Nos encontrábamos en los primeros días del mes de marzo del año mil ochocientos noventiseis por la Provin- cia de Matanzas, de cuya División era Jefe el General Jo- sé Laeret v Morlot, uno de los Ayudantes de ( lampo del General Antonio Maceo en la contienda de los Diez Años y hombre de mucha cultura y de grandes presti- gios.

La Columna Invasora ya había llegado triunf almen- te hasta los límites de Pinar del Río y contramarchaba rumbo a Oriente, porque el General Maceo deseaba cam- biar sus últimas impresiones con el General en Jefe Má- ximo Gómez, y despedirse de él antes de que el Viejo Caudillo emprendiera su marcha de regreso a las Villas.

El General Maceo sostuvo reñido combate con los es,- pañoles, en el Ingenio "Diana de Soler", antes de unirse al General Gómez, durando la acción desde el toque de diana hasta pasada la una de la tarde. Se peleó briosa- mente por ambas partes y las fuerzas matanceras unidas a la Columna Invasora, se cubrieron de glorias.

Terminada aquella contienda hicimos campamento en el Ingenio " Nieves", en número de tres o cuatro mil combatientes bajo el mando del General Maceo. La co- lumna se puso en marcha, llevando la vanguardia el con- tingente matancero con su Jefe el General Lacret al fren- te: v las patrullas de exploradores fueron informadas por los pacíficos, de la presencia de grandes núcleos de caba- llería enemiga en nuestra vanguardia, siéndole comuni- cada inmediatamente la noticia al General Lacret que la trasmitió al General Maceo por medio de uno de sus ayudantes.

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Acto seguido se establecieron las correspondientes líneas de fuego, para combatir al supuesto enemigo, que

en definitiva resultó ser una fuerza cubana, de impedi- menta o gente desarmada, que se había disgregado dos días atrás de las propias fuerzas del General Maceo y ve- nía escoltada por veinticinco hombres al mando del Te- niente Coronel Enrique Furnier.

Habían salido de la ciudad de Matanzas varias co- lumnas combinadas, para sorprender y destruir a esa impedimenta, cuya situación le fué denunciada, y los es- pañoles marcharon resuelta y decididamente a apode- rarse de ella con toda facilidad. Eran los generales Ber- nal, Vicuña, Prats y Molina (pie querían realizar una operación brillante, cayendo resueltamente sobre aquel montón de hombres desarmados e indefensos.

Pero no contaron con los magníficos medios de con- fidencias de los cubanos, las cuales llegaron inmediata- mente a oídos del General Maceo, para hacer abortar los planes del enemigo. El Lugarteniente situó sus ague- rridos batallones en ventajosas posiciones y esperó a los españoles en "Río de Auras", para combatirlos. Allí se trabó el combate furiosamente por ambas partes, en- tre los verdes cañaverales y las márgenes de un río que corría a corta distancia.

La columna Molina atacó por nuestro flanco dere- cho, y pudo avanzar su infantería que rompió violento fuego por la parte que ocupaban los generales Maceo y Lacret.

Rápidamente se trasmitieron órdenes por los res- pectivos Cuarteles Generales; y el joven Teniente de 16 años, Emiliano Amiell, Ayudante de campo del General Lacret, se destacó del grupo que formaban los Estados Mayores, y sin orden alguna, sólo por esa intuición ca- racterística en el cubano, fué y se adelantó unos cin- cuenta metros, subiéndose en un árbol, desle donde ob- servó la presencia del enemigo que avanzaba, ocultán- dose. Empuñó su revólver y con él hizo un disparo que sirvió de oportuno aviso, al mismo tiempo aue gritaba:

ISRAEL CONSUEGRA 175

' Aquí están los "panchos".

Las descargas surgieron inmediatamente, a boca de jarro; no logrando alcanzar sus propósitos <le sorpresa el enemigó, porque el General Maceo contuvo su avance con estupendas arremetidas y furiosos intentos de car- gas al machete que no pudieron llevarse a cabo.

* En medio de aquella pelea se acercó el Jefe de Es- tado Mayor, General José Miró Argenter al árbol en que. el joven Teniente Amiell estaba subido, ordenándole que se bajara de él, a la vez que, dirigiéndose al General Ma- ceo que estaba sobre una lometa observando al enemigo, le dijo: .

Um, General: ¿Que le parece lo que acaba de ha- cer este chiquillo desde arriba de ese árbol.

A lo que respondió el General Maceo.

¿Y quién es? Nuestra causa está ganada surgiendo elementos como éste.

El Ejército Libertador conquistó al fin el objetó de su organización en los campos de batalla, y aquel joven Teniente de 16 años fué ascendiendo progresivamente^ hasta ganarse las estrellas 'de Teniente Coronel, siempre" al lado de su muy querido y valiente Jefe el General José Lacret Morlot, que mandaba brillantemente la Di: visión de Matanzas. Hoy es Coronal del Ejército Na- cional y manda el Tercer Distrito Militar que compren- de la Provincia de Santa Clara.

Una Novatada

Arqüímedes E. Méntléz y Rodríguez salió al campo de la Revolución, desde la ciudad de Camagüey, el día 6 de junio de 1895 cuando contaba quince años de edad, in- corporándose a un grupo de veinticinco hombres mal ar- mados mandado por el Marqués de Santa Lucía, que estaba acampado en la finca "San Antonio de Mon- talván", al que se unió dos o tres días después Paco Re- cio, c<»n otro pequeño contingente. Con esas fuerzas per- maneció operando hasta el día 11 del mismo mes que se unieron al General en Jefe Máximo Gómez.

Después que el General Gómez tomó el pueblo de "Altagracia", donde murió combatiendo heroicamente el General "Paquíto"Bórréro, acampó en el potr to "Amé- rica", y Méndez, que era soldado a las órdenes del Co- mandante "Paco" Pecio, fué designado para ser uno de los números de la "guardia del rastro".

Una vez que el General Doctor Au,srenio Sánchez Ag-ramonte terminó de hacer la curación de los heridos habidos en la acción de "Altagracia", pasó por esa guar- dia donde se encontraba el soldado Méndez, v al verlo sobre un árbol con la carabina al brazo, al sabulario le preguntó si quería ir para el Estado Mayor como auxi- liar suyo, teniendo en cuenta que era him de farmacéu- tico y algo pudiera saber de sanidad. El soldado Mén- dez acento la oferta y más tarde se nresentó en el Cuartel General, para recibir órdenes del General Sánchez Agra- monte. que lo hizo cargo de sus papeles: indicándole nue su obligación era ayudarlo a curar enfermos y heridos etc., advirtiéndole, que donde viera que se sentaban to- dos a comer, lo hiciera él también y comiera pues en

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aquella época qo había más asistente que Morón, el «Id General en Jefe, y todos participaban de la despensa

del fiel servidor del caudillo.

Al acampar al día siguiente, no se olvidó Méndez de la recomendación que le hiciera su jefe, ni fue de los últimos en sentarse donde vio (pie lo hacían los dcniás (en el suelo) comiendo hasta quedar bien satisfecho. Únicamente el General Máximo Gómez y el Marqués to- maron asiento en unos catrecitos de campaña: entre am- bos jefes puso Morón una media botella, conteniendo un líquido amarilloso, del cual tomaron pequeñas cantida- des; y como Méndez creyera que eso también era del me- nú, al acabar de almorzar echó un buen trago del líqui- do en un jarro y se lo bebió muy sin novedad, sin haber- se fijado (pie dejaba medio vacía la botella.

¡Y para que hizo aquello el soldado Méndez!

El General Máximo Gómez que lo vio cuando se em- pinaba el jarro, lo increpó duramente, diciéndole:

¿Quién le ha dado a Vd. permiso, jovencito, para beber licor en mi presencia, atrevido? ....

Y fué de tal naturaleza el susto (pie se llevó Méndez con aquella "filípica" del viejo, (pie se quedó sin habla durante algunos minutos, y ese mismo día determinó dejar el Cuartel General, para continuar haciendo guar- dia sobre los árboles.

La Soga Quiebra por lo Más Delgado

Ya era Teniente en el año 1897, el jovencito de die- cisiete años Arquímedes E. Méndez y Rodríguez, y Ayu- dante de Campo del Mayor General Javier Vega, Jefe del Tercer Cuerpo del Ejército Libertador, en Camagüey, que había sustituido en el mando al Mayor General Ma- nuel Suárez y Delgado.

El General Vega con su Estado Mayor y Escolta es- taba acampado en "Las Guásimas" y tuvo noticias de la llegada de una expedición al mando del General Ra- fael Cabrera, y marchó apresuradamente para las cer- canías del probable puerto ele alijo. La noche anterior había dado órdenes de que se tocara diana a las dos o a las tres de la madrugada, y fué repartida la "imagina- ria".entre los ayudantes. Al Teniente Méndez le tocó hacer el tercer turno, para el que habría de ser llamado por un anciano Coronel recién incorporado procedente de una expedición, en compañía de Carlos Martín Poey y un americano llamado James.

Los Ayudantes del General Vega tenían estableci- da la costumbre en el Cuartel General, de turnarse en estas guardias, entregándole a su sucesor una lista con un reloj

El Coronel en cuestión, aunque había sido de la Guerra del 68, aún no estaba bien entrenado para la nue- va campaña, aparte de que padecía de hemorroides y siempre estaba quejándose. Cuando Méndez despertó por la mañana ya el sol se encontraba muy alto, y se dio cuenta de que nadie lo había llamado para que hiciera su turno de guardia, y oyó que el General Vega muy co- lérico averiguaba con el Jefe de Estado Mayor la causa

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de que no se hubiera cumplido la orden de tocar diana a la hora por él señalada. Dio principio la investiga- ción por el primer turno, y al llegar al segundo (el del Coronel enfermo), dijo éste:

Yo llamé a mi sucesor a quien hice entrega de la lista y el reloj.

El sucesor, que era el Teniente Méndez, al verse se- ñalado como el cansante de lo ocurrido, exclamó.

Juro por mi honor que nadie me ha llamado.

Parece que el Coroné] se quedó dormido cuando es- taba haciendo su turno y se rindió, y para evitarse res- ponsabilidades, al despertarse, le echó a Méndez, dentro de la hamaca el reloj y la lista. Y como éste no pudo justificar lo contrario, pnes contra él fueron a dar todas las consecuencias originadas por el sueño del viejo Co- ronel.

La soga quebró por lo más delgado y el Teniente Méndez fué culpado en primera instancia: pero como se defendió, todo se redujo a (pie lo arrestará]] anos días en su pabellón y no pasara la cosa a Consejo de Guerra.

Entre un Teniente de diecisiete años y un Coronel de más de (¡0. se tomó el partido por el más viejo y se re- solvió castigar al muchacho, sin más averiguaciones, aparte de que no resultaba tarea fácil saber la verdad, porque los hechos ocurrieron cuando todo el mund< encontraba entregado en brazos de Morfeo, y quien sabe si más de cuatro soñando con los angelitos. . . .

El Primer Muerto

de la Campaña del 95

De la ciudad de Guantánamo salieron para la Re- volución la noche del 23 de febrero de 1895, los señores Rafael Cabrera, vivo Juan Sariol, vivo Germán Du- valón, muerto en campaña Esteban Simonó, muer- to en combate Brígido Ñapóles, muerto en campaña, Tomás Xápoles "Baracoa", muerto en campaña, Eli- gió Bell, vivo y un Capitán del 68 llamado Manuel María, que fué quien sacó el grupo del pueblo y lo incor- poró a las fuerzas que mandaba el General "Periquito" Pérez que acampaba cerca de "El Cuero".

Al día siguiente de la incorporación de esos indi- viduos a las huestes revolucionarias, el General Pérez dis- puso y llevó a cabo una operación de guerra de gran tras- cendencia e importancia, consistente en tomar todas las cordilleras que rodeaban y defendían el fuerte de "EL CUERO", y le ordenó al Coronel Enrique Tudela que llevara a cabo la acción.

Después de rudo combatir y a costa de mucha san- gre derramada, los insurrectos se fueron posesionando de los reductos españoles, haciendo prisioneros a sus de- fensores que inmediatamente fueron puestos en liber- tad por el General "Periquito". Se cogieron doscientos mausers y más de 15,000 tiros. Los cubanos no tuvieron ningún muerto en el combate.

Cuando las fuerzas libertadoras tomaron el primero de los fuertes de "El Cuero", fué el Capitán Manuel Ma- ría uno de los primeros en entrar en su recinto; y por

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cierto que en la puerta se encontró con un soldado que estaba pelando una gallina, al que le «lijo al mismo Tiem- po que le apuntaba con la tercerola:

No te muevas, "pancho" porque te afrijolo. ; Qué

haces ahí ?

Pues, ya lo veis; {telando este animalejo para co- merlo. ¿Y vosotros qué hacéis y por uué peleáis, re- contra ?

Para hacer a Cuba independiente. ¿Quieres acompañarme !

Ala mambí. ¿Qué os habéis figurado! yo sigo y seguiré siendo español.

Pasaron algunos días de la toma de los fuertes de "El Cuero", y estando acampadas las mismas fuerzas en "Ulloa", se entabló recio combate con una columna española, en el que hubo muchas bajas por ambas par- tes. Allí murió el primer hombre peleando por la li- bertad de Cuba, al recibir un balazo que le partió el co- razón. Era un moreriitó joven, muy alegre, valiente y simpático al que todos sus compañeros conocían por MANDINGA.

Xos descubrimos respetuosamente ante su recuer- do y le dedicamos un pensamiento cariñoso.

Espectacular Evasión de Un Insurrecto

Fuerzas cubanas del Coronel Félix Ruenes atacaron, quemaron y sitiaron en el mes de julio del año 1895, el poblado de Sabana, en Baracoa, que estaba guarnecido por una compañía de infantería del Ejército Español, mandada por el Teniente Alfredo Sosa, cubano de na- cimiento.

Cuando se conoció en Baracoa la noticia de aquel ataque, se puso en marcha hacia el lugar de los hechos una columna a las órdenes del Coronel Zamora, para ir en auxilio de los sitiados que se defendían sin desmayo desde los fuertes, y la cual antes de llegar a la playa de Barigua, que es de arena muy profunda, hizo prisionero a un joven barigüero nombrado Nicolás Estévez, el que, convenientemente atado por la muñeca izquierda, fué entregado a un Cabo de la columna.

Estévez no perdió su serenidad sin embargo de ima- ginarse cual podría ser el resultado de su prisión, y apro- vechando la circunstancia de que los elementos que se encontraban delante del Cabo y detrás de él estaban a distancia favorable para intentar su escape, desenvainó súbitamente el machete que portaba, que no tuvieron la precausión de quitarle, y asestó un tremendo golpe al brazo derecho de su guardián, al mismo tiempo que ins- tintivamente le echaba mano a un fusil, y con él se dio a la fuga hacia los uverales cercanos, escapando ileso de la lluvia de proyectiles que lo envolvían. A los pocos momentos se incorporaba a los suyos, portando un mag- nífico rémington el animoso mambí, que más tarde fué Sargento del Ejército Libertador.

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La Columna de auxilio salida de Baracoa, pudo lle- gar a tiempo para salvar a las fuerzas que estaban sitia- das cu el poblado de Saltana, Librándolas de su apurada y difícil situación, y regresando al siguiente día. despu de haber destruido los fuertes.

Las fuerzas cubanas atarantes eran pocas y muy mal armadas; tendrían a lo sumo unas ochenta armas de todos los calibres y sistemas; la mayoría eran escopetas de caza y rémingtons recortados, y hasta había quien portaba muy orondo una escopeta de salón, de hala re- donda de nueve milímetros. Que valieran la pena sólo podían contarse unos veinticinco armamentos, tercero- las en la mayor parte. El parque era muy poco y atra- sado. El buen éxito de la operación, que éxito fué indu- dablemente porque quedó en nuestro poder el poblado y una extensa y rica zona platanera, se debió a (pie nues- tras fuerzas supieron penetrar con astucia y bravura en la población, poniéndole fuego a varias casas (pie comu- nicaron el incendio a las demás, al mismo tiempo que hostilizaban los fuertes desde los puntos más cercanos.

El oficial español Teniente Sosa, que era hombre valiente, al verse rodeado por aquel incendio que había prendido vorazmente en las casas colindantes, y acome- tido furiosamente por todas partes con incesante y mor- tífero fuego, se decidió a abandonar con la parte de la compañía a sus órdenes aquel débil reducto de la iglesia, donde luchaba desesperada y valerosamente, abriéndose camino a descargas cerradas y a paso de carga, hasta que consiguió alcanzar el refugio del frente, de mayor cabida, que estaba a la salida del pueblo, en dirección a Maisí.

Los insurrectos en aquella acción como en casi to- das las que libramos en la campaña de independencia, al igual que las nueces, siendo pocos, hacíamos mucho ruido.

Ahora Que la Haz Hecho Buena, José

Al desembarcar por la playa de "Duaba", en el mes de abril del año mil ochocientos noventa y cinco, la ex- pedición que trajo a Cuba a los hermanos José y Antonio Maceo, a Flor Crombet y demás compañeros de aquella jornada gloriosa, marcharon los expedicionarios por los montes de Baracoa hacia Guantánamo, sufriendo, como es consiguiente, las calamidades y vicisitudes naturales en aquella arriesgada y penosísima marcha, a través de montañas y serranías, sin conocer los caminos que pu- dieran conducirlos a punto seguro, y solamente guián- dose por medio de la brújula.

Cuando llegaron al corazón de la sierra, en un punto conocido por la loma de "El Sol, y lloviendo torrencial mente, decidieron los expedicionarios hacer campamen- to durante algunas horas, para descansar y alimentarse.

Cada uno de aquellos hombres tendió la hamaca que llevaba encima además de las armas y municiones, y se echó en ella rendido por la fatiga de la jornada. El Ge- neral José, mientras tanto, se puso a examinar una brú- jula de bolsillo que portaba, con objeto de buscar una orientación para las marchas sucesivas; y en el instante mismo en que inclinaba la cabeza para hacer sus obser- vaciones, hubo de caerle sobre el instrumento guiatorio una buena cantidad del agua que todavía conservaba en su sombrero de yarey, interrumpiendo el funcionamien- to del aparato; por lo que, el General que era un hombre de temperamento violento y de muy escasa paciencia, empalmó la brújula en la mano derecha, lanzándola con- tra el tronco de un árbol cercano, donde se hizo mil pe- dazos, al mismo tiempo que exclamaba:

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¡Ah . . . ara . . . mba! Pa lo . . . e tu me vas a servir en lo adelante, mejor es .- . . e rompieras . . . ara- . . mba!

Y el General Antonio que descansaba a pocos pasos de su hermano, y que había estado observándolo desde «que principió a estudiar la -brújula, hasta que La rompió, se echó a reir y le dijo:

Ahora si que la Tiaz hecho buena, José.

El Gran Balazo de la Vida

Por espacio de más de tres horas consecutivas estu- vieron combatiendo en "Galope", cerca de la calzada de Candelaria, en Pinar del Río, las fuerzas cubanas manda- das personalmente por el Mayor General Antonio Maceo, contra una columna española de las tres armas a las órde- nes del General Suárez Inclán. Los dos bandos conten- dientes batallaron heroicamente en defensa de las posi- ciones que ocupaban, defendiendo palmo a palmo el te- rreno; los cubanos haciendo incesante y mortífero fue- ¿ro graneado, parapetados detrás de los árboles, a pecho descubierto y con tremendos amados de carcas al mache- te, y los españoles a descargas cerradas desde los reduc- tos que ocupaban y los cuadros que habían formado, para contener el furioso empuje de nuestra formidable caba- llería.

El combate tuvo su desenlace con sensibles pérdi- das de ambas partes. Los españoles confesaron oficial- mente la muerte de dos capitanes, cinco soldados y cin- co sargentos, y cincuenta y seis soldados heridos; nues- tras fuerzas lamentaron veintitrés bajas entre muertos y heridos.

La jornada fué ruda, sangrienta y bastante difícil para la columna española que experimentó momentos verdaderamente apurados, y que fué hostilizada hasta el último instante de verificar su retirada por la carretera, aunque no en la forma ordenada por el General Maceo, porque la infantería del General Bandera, y una parte de la fuerza del Brigadier Pedro Díaz, no activaron la operación como se les ordenara por el Onertel General.

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Cuando el combate se encontraba en su período de mayor violencia, le dieron un balazo en la copa del fla- mante jipijapa que llevaba, a] Brigadier Vidal Ducassi, a una pulgada de la frente, echándoselo a perder.

Después que cesó el fuego y las fuerzas cubanas taban acampadas tranquilamente en el "Cafetal de Frias", se acercó al Brigadier uno de sus ayudantes, y le dijo:

Brigadier; que dichoso se puso Vd. en el combate

.le hoy. pues si el balazo es un poquito más bajo, le rompe la frente y allí mismo muere Vd.

Pues, mira tu; si me lo dan dos pulgadas más arri- ba no me "abujerean" mi jipijapa que ahora se ha que- dado poeo menos que inservible.

El Prefecto de Jobabos

Por la zona de Las Tunas, corea del río Jobabos, en

Oriente, y en el mes de junio del año mil ochocientos no- venta y siete,_estaba acampado con fuerzas a sus órdenes, compuesta de veinticinco hombres, el ( "a pitan Benito Bar- celó que desempeñaba entonces el cargo civil de Delegado de Hacienda, y que terminó la Campaña con el grado de Teniente Coronel, en el Estado Mayor del General Je- sús Rabí.

Una tarde lluviosa se presentó en la guardia de aquel pequeño campamento, un gran contingente de fuerzas cubanas, de caballería e infantería, a cuyos exploradores dio el centinela el ¡Alto quién va!, respondiéndosele:

¡Cuba! El General en Jefe.

Penetraron las tropas mambisas en el acantonamien- to del Capitán Barceló y allí acamparon inmediatamente; y éste oficial en cumplimiento de su deber hizo su presen- tación al General en Jefe del Ejército Libertador, quien después de recibirlo afablemente, le preguntó acto conti- nuo por el Prefecto del lugar, que lo era a la sazón un su- jeto apellidado Pérez, hombre muy grueso, de tostado cu- tis, guajiro muy listo y que solamente llevaba cuatro o cinco días al frente de la Prefectura, en la cual no ha- bía absolutamente nada qué comer, y sí, "únicamente, muchísimo trabajo originado ñor el enterramiento de los (ine morían víctimas del hambre y de las fiebres pa- lúdicas.

El Capitán Parceló le ordenó al Prefecto Pérez qne se hallaba en el campamento, one hiciera inmediatamen- te sil presentación al General Gómez, la one verificó acto continuo; y éste, al fijar sus ojos en aquel bombretón qué

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tenia delante, joven todavía y lleno de salud y de fuer- za, desempeñando una función civil, le clavó la mirada y le% preguntó.

¿Oiga; es usted el Prefecto de la zona?

. Si, señoi-. G-eneral; el mismo y a sus órdenes.

Bueno; pues yo necesito que me traiga eii seguida

una buena cantidad de carne y de viandas para la comi- da de las fuerzas, y si puede me trae también un poco de

miel de abejas y alguna cera para hacer velas. Pero ande pronto.

-" General; siento muellísimo no poder cumplir sus órdenes, pues en estos parajes no lian quedado ni los rabos de las jutías. Y por otra parte, yo no llevo más que cuatro o cinco días al frente de la Prefectura y toda- vía no estoy muy práctico en estos lugares.

¿Conque esas tenemos? Bueno, pues, mire. Pre- fecto, vaya a su casa, prepárese y regrese pronto a in- corporarle, que yo me lo voy a llevar para Vuelta Aba- jo; porque usted está muy gordo y muy grande para que se pase la vida majaseando por estos montes.

General: yo no tengo necesidad de ir a mi casa a buscar nada; todo lo llevo encima. Estuve en la guerra de los Diez años y la mayor parte del tiempo la pasé des- nudo; con la ropa que traigo puesta, toda hecha girones, me basta para la campaña, si no es que antes me dan un balazo en el corazón.

Tanta fué la gracia nue le causó al General Máximo Gómez la respuesta del Prefecto, por lo qne tuvo de es- pontánea, que lo confirmó en el puesto, le dio la mano y le dijo:

Bien, Capitán Pérez: quédese en la zona al fren- te de Ja Prefectura, v vamos a ver si nara cuando yo re- grese por arpií, ya tiene Yd. mucha vianda sembrada en una buena estancia, v hasta algunos leehones. Los hom- bres como Yd. son los que vo neeesito r>ara sanar la gue- rra y acabar con la dominación española en Ouba.

ISRAEL CONSUEGRA 191 -

El General en* Jefe salió marcha a la mañana si- guiente, dejando al Delegado de Hacienda Capitán Bar- celó y al Prefecto Pérez en el campamento, con el" encar- go de vigilar por el camino del rastro que él había traído, y ordenándoles que no se movieran de allí hasta que no consideraran que ya había marchado algunas leguas.

Cuando hubo trascurrido el tiempo prudencial, Bar- celó también levantó el campamento, marchando a su lado el Capitán Prefecto, al que le dijo:

Pues, de buena se ha escapado Yd. "Prefecto; si el General se lo llega a. llevar se salva, porque él no tran- sige con los civiles, y mucho menos con los que están tan gordos y flamantes como nosotros dos.

Lo que yo siento, Capitán Barceló, es haberme quedado ; pues si la cosa continúa mucho tiempo como está ahora, dentro de poco se nos va a paralizar también la quijada de abajo, por la falta de ejercicios.

Y Rafael (El Aura) Vive Todavía

Todas las tuerzas de la Brigada de "VjHaclara" es- tán hambrientas y casi desnudas. En el Cuartel Gene- ral se hacen preparativos para una próxima operación de guerra, sin que se conozca el lugar escojido por el General Montea gudo paira realizarla; aunque se murmu- ra que vamos a emprender marcha esta misma noche del mes de julio de 1897, para atacar algún pueblo donde podamos proveernos de ropa, comida y algunas armas.

Nos encontramos acampados en el hermoso y limpio potrero "Alcantarilla", debajo de añosas y corpulentas

matas de mamey amarillo, o de Santo Domingo, entre Placetas y Guaracabulla. y no se tienen noticias de la

presencia' del enemigo en algunas leguas en contorno.

Las sombras de la noche han principiado a envol- verlo todo y el corneta de órdenes del Cuartel General lanza al aire las notas de su instrumento tocando forma- ción. Se ponen en- movimiento los soldados corriendo de un lugar para el otro, en busca de sus caballos los que pertenecen al arma de caballería, y de sus armas y " jo- longos " los infantes. Forman correctamente las uni- dades con sus oficiales al frente; se pasa lista y las cor- netas vibran ardorosas al toque de marcha.

Van delante los exploradores en número de nueve, con un oficial valeroso y conocedor de la zona, al frente; detrás, la columna de hambrientos, silenciosamente, con la esperanza puesta en el final de aquella jornada en la que debemos encontrar, o la muerte que todo lo finaliza. o los recursos indispensables para continuar viviendo unos días más.

194 MAMBISERIAS

Transcurren dos o tres horas de camino y nadie ha dado señales de agotamiento, porque el pensamiento per- manece fijo en lo que lodos llevamos impreso en la men- te: atacar algún pueblo de la comarca. Desde manguar- dia va circulando hasta retaguardia la voz de "hagan silencio" y esa orden pone lisonjeras esperan/as en las filas, porque tenemos la seguridad de encontrarnos a la vista del peligro.

Ha hecho alto la fuerza, en medio del camino, y en voz baja se trasmiten rápidas órdenes que se cumplen al pie de la letra; nadie conoce todavía, más que el Ge- neral y algunos jefes, la operación que hemos de llevar a cabo; pero nos imaginamos cual habrá de ser.

Al fin, nos hemos enterado de lo que se propone rea- lizar el General Monteagudo, porque la noticia lia sido dada a conocer. Estamos a un cuarto de legua escasa- mente del poblado de Vega Alta, perteneciente a la ju- risdicción de Remedios, y dentro de pocos momentos nos lanzaremos sobre el, como buitres hambrientos so- bre su presa.

Re ha realizado el asalto al poblado en medio de fu- riosas descargas de fusilería que sus defensores nos ha- cen desde los fuertes y trincheras que 16 defienden. Nuestros hombres responden resuelta y valerosamente a aquella agresión y caen aquí y allá, como la caña al golpe del machete de trabajo; pero el avance continúa hacia el corazón de aquel recinto tan bravamente defen- dido.

Yo soy oficial, joven y entusiasta, y me regocijan las funciones bélicas de ésta índole, sencillamente por (pie, en ellas se expansiona el espíritu y se vive durante unas horas otra vida distinta a la de la manigua, eternamente verde, y sin más alicientes que los que producen las ba- las al silbar sobre nuestras cabezas. En las entradas a los pueblos, aunque expone uno la vida con mayores pro- babilidades de perderla, se reciben otras sensaciones y se consigue, aparte el ideal por el que se pelea, lo que

ISRAEL CONSUEGRA 195

después es provechosamente utilizado para sobrellevar

la existencia. . .

Por un portillo que abrimos en una eerca de alam- bres de "púas" nos colamos en Las calles de Vega Alta, y allá adentro nos desquitamos a entera satisfacción de los peligros de la jornada, "raqueando" los estableci- mientos y algunas casas particulares de las señaladas como habitadas por enemigos de la Independencia de Cuba.

Dos o tres horas estuvimos saqueando a Vega Alta y combatiendo contra sus defensores; costándonos aque- lla operación, dolorosas bajas entre muertos y heridos. La gente se vistió, se hartó a reventar y pudo cargar sus "jolongos" de abundantes pertrechos de boca. Sa- limos del poblado pasadas las dos de la madrugada, al darse la orden de retirada por el Jefe de las fuerzas ata- cantes.

Cuando regresábamos al lugar de partida, donde ha- bían quedado los caballos y el Cuartel General, lo hici- mos por los mismos lugares de la entrada, muy precipi- tadamente, huyéndole al nutridísimo fuego que se nos hacía de distintos lugares; y al cruzar el portillo abierto en la cerca, mis pies tropezaron con un pelo de alambre que había quedado junto a la tierra, y me fui de bruces contra la misma, saliéndoseme de las manos toda la car- ga que llevaba, la cual recogí inmediatamente, tan pron- to me levanté, para continuar la huida.

Tuve que permanecer en aquel lugar de peligro, sin embargo, al escuchar unos quejidos cercanos, de alguien que pedía auxilio; hacia ellos encaminé mis pasos y me encontré con un compañero herido, que me decía.

¡ Será posible, que me vayan a dejar aquí, para que me acaben de matar los españoles ?

Quien así hablaba era Rafael Crespo, (El Aura) un valiente muchacho de la infantería que había recibido un balazo de pierna a pierna, y que le atravesaba ambos tes- tíeulos, dejándolo imposibilitado de andar.

196 MAMBISERIAS

Ordené a dos hombres que se detuvieran, y entre los tres sacamos aJ pobre compañero herido, llevándolo en bra/os hasta <d campamento, donde fué reconocido y curado inmediatamente por el Comandante Manuel Ve- lasco, que era <'l Jefe <!<■ Sanidad <!<■ la Brigada.

Todavía vivé Rafael y está disfrutando la pensión que como Cabo del Ejército Libertador le paga la Repú- blica; y aún alienta también el Comandante Manuel Ve- lasco, sirviendo con el mismo grado de la Guerra, en el Cuerpo de Sanidad del Ejército de la República.

¿El Mulato Soutí es " Guerrillero

Algún tiempo después del incendio y destrucción del poblado de Sabana, en Oriente, por fuerzas del Co- ronel Félix Ruenes, desembarcó por Maisí, al frente de un fuerte contingente de tropas españolas el mismo Te- niente Alfredo Sosa, que lo había defendido anterior- mente.

La nueva aparición del enemigo sobre el antiguo teatro de sus actividades bélicas produjo la alarma y confusión consiguientes entre los pacíficos que se habían quedado con nosotros. Nadie sabía quien era quien; si se trataba del compañero de ayer o del de hoy. La des- confianza era mutua, pues el que no se iba con el adver- sario procuraba agruparse con sus afines, que eran los más, para defenderse y dar tiempo a que se aclarara la situación.

Entre los leales figuraba un joven patriota, discí- pulo del excelso e inmaculado cubano, dos veces Presi- dente de la República, una en el campo de la Revolución y otra al constituirse Cuba en país independiente, Don Tomás Estrada Palma. A su lado, bebiendo en las más puras fuentes del patriotismo y oyendo las prédicas de Martí y de otros esclarecidos revolucionarios, bien en los periódicos, o en los mítines de "Hartman Hall" y "Chikering Hall", templó su alma y abrazó con fanatis- mo de creyente la causa de la libertad de la Patria opri- mida. Este joven se llama Bartolomé Legra y Matos.

Después de estos ligeros datos biográficos referidos al correr de la imaginación, por el campo del recuerdo, cabe narrar un episodio de sabor cómico ocurrido con

198 MAMBISERIAS

ocasión de la perturbación y desconcierto que mas arriba se ha mencionado; pero antes viene al caso referir la bue- na suerte que acompañó al referido joven Bartolomé Le- gra.

La fuerza española desembarcada por Maisí, guiada por alguien que no es del caso señalar ahora, estuvo a pun- to de sorprenderlo en su propia casa, si no es por su espo- sa y valiente compañera (pie velaba atenta, alarmada por las noticias del desembarco enemigo, y presintiendo con ese fino instinto propio de las mujeres, el peligro que se avecinaba, no lo hubiera despertado y aconsejado que se pusiera a salvo antes del amanecer. Así lo hizo el joven Legra siguiendo los consejos de su previsora y valiente esposa; y cuando todavía no había llegado a la morada de un familiar cercano, pudo darse cuenta de la presen- cia de alguna gente armada que saltaba la tranquera del batey, que eran guerrilleros al servicio de España, y pu- do escurrirse a toda prisa internándose en el potrero, con tan mala suerte que perdió los espejuelos en la hui- da, y como era miope, de tropezón en tropezón, cayén- dose aquí y levantándose allá, pasó lo indecible para poder escapar del enemigo.

Reunido más tarde con unos amigos, desarmados todos, continuó con ellos hasta poder orientarse y buscar la manera de salir de aquella situación difícil e incierta. Entre tanto, determinaron dirigirse a un colmenar cuya existencia conocían, para conseguir alguna miel de abe- jas, quedando de vigilancia sobre el camino por donde podía venir el enemigo, el propio Legra. En este ser- vicio de facción y armado de dos piedras como única de- fensa, vio saltar una cerca próxima, machete en mano, al mulato Soutí y desconociendo si éste, que ya figura- ba en las filas insurrectas, se hubiera pasado a las del enemigo, le gritó a sus compañeros con tono interroga- tivo:

¿El mulato Soutí es guerrillero?

Y como aquellos solamente entendieron la palabra guerrillero, se dieron a la fuga creyendo que se acerca- ban los españoles. Legra no pudo quedarse quieto y sa-

ISRAEL CONSUEGRA 199

lió corriendo detrás de sus compañeros, después de ha- berle disparado las dos piedras que portaba al supues- to guerrillero Soutí, quien andaba en busca de noticias de su concubina Genoveva, la cual si que hizo su presen- tación a los españoles y debió encontrar más sabrosos el tocino y los garbanzos peninsulares que el ajiaco vacío. pues se quedó en la población con mucha pena de parte de su amigo Soutí.

El joven Bartolomé Legra y Matos objeto de este cuento positivamente histórico, salió para la guerra con el grado de Teniente, que le fué otorgado como estudian- te de cirugía, carrera que cursaba en los Estados Unidos de Norte América. Vive, actualmente, en Baracoa en la finca de sus mayores.

Muy Bueno, Pero Muy Lejos

Cuando ya habían transcurrido dos o tres días del sitio que el General Máximo Gómez le había puesto al poblado de Guáimaro en compañía del Lugarteniente Ge- neral Calixto García, resolvió emprender marcha para el territorio de las Villas, donde su presencia era necesaria, y dirigiéndose al General García le dijo:

Ahí te queda eso, Calixto, para que tu te las en- tiendas con los españoles.

El General García, desde ese momento dictó las ór- denes oportunas y batalló sin descanso hasta obtener la rendición de los bravos defensores del poblado, a los que inmediatamente puso en completa libertad.

En esa brillante acción de guerra, victoriosa para las armas cubanas, quedó evidenciado una vez más el temple y la pericia del heroico General García, y se puso de manifiesto el valor temerario del insurrecto, al triun- far combatiendo contra un enemigo convenientemente atrincherado que lo superaba en táctica y en elementos guerreros.

A mediados de aquella desesperada contienda y cuan- do era más desenfrenada la lucha entre españoles y cu- banos, hizo acto de presencia en la cúspide de una lome- ta, desde donde se distinguía confusamente el pueblo si- tiado, un General cuyo nombre no viene al caso, acom- pañado de algunos oficiales de su Estado Mayor, y se puso a observar con mucha atención el desenvolvimien- to de la pelea; y acercándosele uno de los ayudantes que portaba unos gemelos de campaña, le dijo:

Tenga, General: haga sus observaciones con estos gemelos, que son muy buenos y de gran alcance.

202 MAMBISERIAS

El General aceptó el ofrecimiento y enfiló los cris- tales hacia el pueblo, sin darse cuenta, seguramente, de que se los había colocado en sentido contrario ante su vista; y así continuó durante un largo rato y cada vez más entusiasmado mirando hacia el frente.

Pasado un buen tiempo, retiró los gemelos de sus ojos, se los devolvió al oficial que se los había propor- cionado, y le dijo como la cosa más natural del mundo:

Muy buenos, pero muy lejos . . . .

En Este Cementerio No Me Entierran a

Fuerzas pertenecientes al Segundo Cuerpo del Ejér- cito Libertador mandadas personalmente por el Mayor General Calixto García Iñiguez, se encontraban acampa- das el día dieciocho de enero de mil ochocientos noven- tiocho, en "Ventas de Casanova", descansando de las ru- das faenas experimentadas algunos días antes, al librar fiero y sangriento combate contra una fuerte columna es- pañola de las tres armas que había salido de operaciones desde el pueblo Guantánamo, y a la que ocasionaron múltiples bajas, al caer en distintas emboscadas que se le pusieron en lugares estratégicos.

En el Estado Mayor del General García, prestaba sus servicios como Jefe de Despacho el Coronel Federico Mendizábal, quien, precisamente se hallaba en la tienda del Lugarteniente General en los momentos de desarro- llarse este episodio ....

Se presentó en el Cuartel General el Comandante Rafael Pullés cuya muerte ocurrió poco tiempo después,, portando un libro titulado "Bola Azul" con la preten- sión de conseguir que cada uno de los Jefes y Oficiales de las fuerzas allí acantonadas le escribiera un pensa- miento, para conservarlo como recuerdo de la campaña. Y el Mayor General Calixto García que fué el primero en complacer los deseos del Comandante Pullés, escribió de su puño y letra las frases siguientes:

"Es una gloria sacrificar la existencia por la li- bertad de la Patria".

204 MAMBISERIAS

Corrió el libro de mano en mano y en él fueron es- tampando sus firmas debajo de lo que Be les iba ocu- rriendo, los jefes y oficiales del campamento; dando la casualidad de que sus ideas giraban alrededor de las expresadas por el General García, o sea que (dios tam- bién se sentían dispuestos a morir.

Cuando aquella "Bola Azul" acabó de rodar por los pabellones de la oficialidad, y llegó a poder del Co- ronel Mendizábal, éste, tal vez más curioso que sus com- pañeros se puso a leer cuantos pensamientos contenían las interesantes páginas del libro; y al darse exacta cuen- ta de que, desde el General García basta el último de sus oficiales existía el mismo deseo de morir por la Patria, empuñó la pluma y trazó rápidamente estas palabras, que firmó.

"En este Cementerio no me entierran a mi".

Al leer el Comandante Pullés lo que Mendizábal ha- bía escrito, lo fué a ver y muy apenado le dijo:

Chico, me has fastidiado el libro.

A lo que Mendizábal respondió.

¿Y que querías tu que yo hiciera después de ol- fatear, tantos cadáveres?

Pues si esto es Mulo,

venga Mulo aunque

me entre a patadas

Transcurría el mes de julio del año 1898. El en- tonces Coronel Dr. Manuel Alfonso en unión del Capitán Francisco Monnar y Codina, el Teniente Ramón Más y. cinco compañeros cuyos nombres lamento no recordar, habían pasado, a caballo, la Trocha Militar de Júcaro a Morón, por el lugar denominado "Quince y Medio", y todos iban afanosos de llegar a la Brigada de Villaclara, a la cual debían incorporarse.

Después que cruzaron la "Trocha" continuaron la marcha rápidamente durante unas dos horas, hasta que se encontraron con fuerzas del Teniente Coronel "Polo" Calvo, quien les facilitó un práctico hasta el Cuartel Ge- neral del General en Jefe establecido en "Trilladeritas". Allí permanecieron unos días, basando bastante hambre por cierto, hasta que los Generales Francisco Carrillo y José Miguel Gómez llevaron a feliz término la toma del poblado de "Arroyo Blanco".

A ese ampo del Coronel Alfonso se unieron los ciu- dadanos Carlos Calderón y Juan Manuel Xavarrete, de- sembarcados pocos días antes por "Palo Alto" y que muy poco o nada sabían avín de las costumbres y peripecias de la vida "Mambí".

Con la correspondiente autorización del General en Jefe salió de marcha muy temprano el Coronel Alfonso seguido de su gente, con el natural deseo de actuar con

206 MAMBISERIAS

más libertad, y más que todo, de comer, con tan buena

suerte, que cómo a las diez de la mañana pasando por. uña vereda cerca del potrero *• La Campana", ae fijó el Capitán Monnar en unos gajos rotos que había en el in- terior del monte, señal inequívoca de haber cruzado por ahí alguna persona; y, de momento echó pie a tierra in- troduciéndose con su asistente en aquella espesura, si- guiendo el "rastro freseo" hasta salir a una cañada, en parte seca, donde se veían algunas pisadas y por cuyas señales continuaron, para llegar a un limpio con bastan- tes siembras, en el medio del cual se levantaba una casi- ta de guano, a la que se dirigieron inmediatamente se- guros de encontrar allí lo que iban buscando. Efectiva- mente, la casita estaba habitada por una Sra. de buena presencia que les dijo ser la del Capitán "TUMBA CUA- TRO", veterano de las dos guerras y hombre muy va- liente.

El Capitán Monnar dio a conocer a aquella patrio- ta el hambre que traían, así como el número de indivi- duos que lo acompañaban, dándole cuenta, al mismo tiempo, de la toma de "Arroyo Blanco" y preguntándole que si podría hacerles almuerzo para ocho hombres, a lo que ella accedió gustosamente. Pocos momentos des- pués llegaba a la casita el Coronel Alfonso seguido del pequeño grupo y todos se sentaban alrededor de una me- sa de "cujes" sobre la cual humeaban dos calderos conte- niendo yucas y maíz salcochados y un excelente picadillo sazonado con tomates y jugo de naranjas agria. Todo fué devorado en un momento por aquellos famélicos que no cesaban de darle las gracias a tan buena patriota por sus atenciones.

Vista la franca y unánime gratitud de los comensa- les, aquella señora quiso extremar su generosidad, para completar su Obra, ofreciéndoles un poco de "CAN- CHANCHARA" que consiste en miel de abejas reque- mada, con agua y sumo de limón, llamando la atención de algunos de los insurrectos de nuevo cuño, aquella pa- labra para ellos desconocida hasta entonces.

ISRAEL CONSUEGRA 207

Antes de marcharse quiso el Capitán Monnar cono- cer la procedencia de la carne con que había sido con- feccionado el tan sabroso picadillo, y al decirle la seño- ra de la casa que era de un mulo que el Capitán TUMBA CUATRO matara pocos días antes procedente de un ata- jo de mulos jíbaros que siempre andaba por los alrede- dores, exclamó el Coronel Alfonso.

Pues si ésto es mulo, venga mulo aunque me entre a patadas.

La " Comisión" de los "Duelistas"

Allá por el mes de marzo o abril del año 1896 se hallaba acampado en el potrero "El Roble", con fuer- zas a sus órdenes, el Jefe de la Brigada de "Villaclara" y entonces Coronel José B. Alemán y Uremia fallecido desgraciadamente para Cuba hace poco tiempo, cuando desempeñaba la Secretaría de Instrucción Pública en el Gobierno del General Gerardo Machado.

Para asuntos relacionados con el servicio, el Coro- nel Alemán designó al Capitán Ayudante Juan Mora- les, para que en unión del Comandante Médico Dr. Agus- tín Cruz* González, actual Senador de la República, un Oficial de apellido García, el Sargento armero de la Pla- na Mayor Heriberto Hernández hoy Teniente Coronel del Ejército Nacional y algunos individuos de tropa, salieran en comisión importantísima que se les confiara. Al día siguiente de haber emprendido la marcha, llegaron al Central "Santa Rosa", cercano al pueblo de Ranchuelo, para notificar el Administrador de aquella finca azuca- rera, que teniendo noticias relativas a los propósitos de fortificar el batey del Ingenio y guarnecerlo con fuerzas españolas, se le llamaba la atención, para que le infor- mara al propietario Sr. Rafael Abren, que debía procu- rar que no se llevara a cabo dicha medida, pues de lo con- trario serían incendiados los cañaverales y las casas del batey.

Esta "Comisión", que yo he querido denominar de los "Duelistas" por lo que se verá más adelante, recibió la orden del Jefe de la Brigada, Coronel Alemán, de incor- porársele inmediatamente en el Cuartel General del Ge- neral en Jefe Máximo Gómez, donde éste se hallare, y acto seguido salieron sus componentes a marcha forza-

210 MAMBISERIAS

da, hasta llegar a "Palo Meto de Madrazo", donde se, detuvieron forzosamente, para darle descanso a la ca- ballería que iba muy extenuada por la aceleración de la jornada.

M<. nicnios antes de acampar y cuando penetraban en una vereda, se separó del grupo el asistente del < lapi- tán Morales, llamado David Machado, que era un ne- grito dicharachero y "catedrático", y además muy "ra- quero", apareciéndose al poco rato cabalgando orgullo- so sobre un caballo de magnífico aspecto y de bastante alzada, gordo y herrado de las cuatro patas. Se dirigió al Capitán Morales, a quien siempre llamaba por Don Juan y le dijo:

Don Juan; me dio el olor de algo Inicuo cuando llegamos a estos parajes y me fui "rastreando" monte a monte, hasta tropezarme con una "guaca" de caballos parecidos a éste, que deben ser lo los "majases" . . . (Ion insurrectos pronunciábamos "majases" en Vez de majaes).

Pues, mira, David, cojo una pareja y tráeme, en seguida todos los caballos que encuentres para cambiar- los por los nuestros que se encuentran muy estropeados, que yo quiero llegar cuanto antes al Cuartel General.

El asistente David cumplió aquella orden sin pérdida de tiempo y la "Comisión" se puso en movimiento, lle- vando caballos "fréseos" y resistentes.

Todavía no habían marchado quinientos metros, cuando se presentó un insurrecto, informando que aque- llos caballos pertenecían al Comandante Colote, Ayu- dante de Campo del General Máximo Gómez, que se en- contraba por allí, curándose de heridas que recibiera en combates de "La Invasión", y el cual deseaba que pa- saran a verlo inmediatamente al batey de "Palo Prieto" donde los esperaba. Después de breve deliberación acor- daron presentarse al Comandante Coleto, y así lo hi- cieron, encontrándoselo en compañía del Comandante Florentino Rodríguez y del dueño de la casa Don* Ygiie- dito Triana, su señora y su hija Aurora.

ISRAEL CONSUEGRA 211

Colete, que era de carácter un tanto violento e im- pulsivo entró en seguida en discusión con el Capitán Mo- rales, expresándose en términos que fueron estimados co- mo ofensivos, dando lugar a que los recién llegados, cre- yéndose ofendidos, mandaran sus padrinos a Colete pa- ra la eoncertación de un duelo. A propuesta de] Coman- dante "Tinito" Cruz se trató de designar a la suerte, la persona del grupo que debía representarlo, ya que las palabras que se tomaron por injuriosas iban destinadas a todos, a lo que se ouuso el Capitán Morales; alegando que siendo él el Jefe de la Comisión le correspondía di- lucidar el asunto y así fué acordado inmediatamente.

Los Comandantes Rodríguez y Cruz fueron desig- nados para que llevaran la representación del Capitán Morales y el 'Coronel Colete eligió a dos oficiales que lo acompañaban. Se concertó el duelo que debía ser a re- vólver, a veinticinco pasos de distancia y avanzando los contendientes, hasta quedar muerto o inutilizado uno de ellos. Cuando se hacían los preparativos para el comba- te, intervino el dueño de la casa, Don Aguedito Triana, exponiendo razones de patriotismo y de utilidad para la causa que defendían en los campos de batalla, que fue- ron oídas y aceptadas, logrando que los adversarios se abrazaran cordialmente.

Mientras la "cosa" se mantuvo en ese terreno iba bien, pero al tratarse de la devolución de los caballos se volvió a complicar y cambió de aspecto la cuestión has- ta tomar caracteres alarmantes, pues ninguno quería "desmontarse" del caballo, triunfando al fin el buen juicio del egoísmo, sin embargo del sacrificio que repre- sentaba para un insurrecto el despojarse de una buena bestia, aunque fuera para coger el monte a pié huyén- dole a los españoles.

Y había que haber oído los comentarios que se hi- cieron después; y, principalmente los del asistente Da- vid que fué un "héroe" en la resistencia que hizo para no devolver el suyo, que escondió con tiempo para recu- perado al pasar el rubicón.

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No me Maten, que soy el Médico

Precisamente el día 20 de febrero del año 1897 esta- ba acampado en la finca "Qoyo Ruíz", distante dos te- guas de la ciudad de Santa Clara, el 1er. Escuadrón del Regimiento " Villaclara" mandado por el entonces Co- mandante Carlos Mendieta y Montefur, siendo Jete de la Brigada el Coronel José de J. Monteagudo.

El General Valeriano Weyler andaba por el territo- rio villareño con CUARENTA batallones de infantería c infinidad de caballería, y las operaciones se realizaban sin tregua ni descanso, porque el Marqués de "Teneri- fe" quería esterminarnos de todas maneras, para evi- denciarle a su antecesor, el General Martínez Campos, que él lo superaba en pericia, en bravura y en estrate- gia militar. . .

Todas las unidades de la Brigada tenían la orden de moverse constantemente y de causarle al enemigo los mayores destrozos posibles, a fin de contrarrestar la intenciones de Weyler.

Ese día 20 de febrero a que me lie referido al prin- cipio, salió de la ciudad del "Capíró" una columna ene- miga compuesta de unos 300 hombres, formada de vo- luntarios de infantería, guerrilla y Guardia Civil, a cu- yo frente iba el Comandante de movilizados Antonio de la Torre. Cuando esta tropa llegó al potrero uGoyo Ruiz" se puso en contacto inmediatamente con el Es- cuadrón del Comandante Mendieta, integrado por ochen- ta o cien hombres, y además un pequeño grupo (pie man- daba el Capitán "Chiche" González.

Se generalizó el fuego inmediatamente entre los ban- dos contendientes por espacio de unos quince minutos;

214 MAMBISERIA'S

y (uaiulo menos lo esperaban los españoles, fueron car- gados brutalmente por los bravos ginetes cuban* s a cu- yo Érente iba el Comandante Mendieta, metiéndose en- tre las filas contrarias después de haber roto el cuadro a machetazo limpio sin respetar las bayon< tas, para ma- tar 59 hombres, herir a infinidad de ellos, dispersar al resto de la columna y cogerle 61 armamentos^ n unicio- nés, medicinas, ropa etc!

Los Capitanes Abelaff i Grómez y "< 'hiclie" Gon- zález, así como el propio Comandante Mendieta se can- saron el brazo derecho aquel día glorioso, a fuerza de dar tantos machetazos. Debe suponerse lo que liizo el resto de la pequeña fuerza mambisa.

Cuando la carnicería encontraba en sn período álgido y el enemigo ponía en práctica los medios de sal- vación que encontraba, se escucharon voces de dolor y de angustia, que decían:

Xo me maten, por su madre, que yo soy el Médico.

Quien así decía era nada menos que el propio .i^U' de la. columna enemiga, el Comandante y villa da* Antonio de la Torre, que se salvó del "macheteo", se dicen, porque un insurrecto, que tío se supo quién l'ué, le proporcionó la manera de escapar.--.

%

ÍNDICE

Páginas.

1.— Dedicatoria 3

2. A cuantos me leyeren 5

3. Prólogo 7

4. Capitán Roqueta: esto es una madriguera

de "soldaós" 15

5. El Bueno de Don Arsenio 19

6. Hecho heroico del Capitán Carlos Macha- do 23

7. Jovencito: ese cal tallo es propio para un Ge- neral 27

8. Yo está corta un cañas 31

9.— El Viejo Gerardo 35

10.— ¡Ah! ¿Entonces Vd. es Gerardito? .... 39

11. El Escudo pintado por " Conchita " .... 43 12. Date, "Mocho", que tu eres de la Reina y

no te pasa nada 45

13. Lo que me pasó con el "Viejo" Gómez . . 49

14. Cucha como etá cañón viejo Quintín . . . 53

15. Los Caránganos ;~>">

16. L,-i Confidente de los españoles 57

216 MAMBISERIAS

Páginas.

11. Echa pa un lao, Teniente, que tu no sabe

camina a pié <>l

18. Hazme, aunque sen. un picadillo de yerba

de guinea 65

19. Mira, Serafín, lo que dice "La Lucha" y . .

I puní -... <>!)

20. Oye. Cubano. ¿Poquería de jutía no bace

daño, chico'? 73

21.— Colincho 75

22. El Teniente "Brisquillá" comía con los

muertos . 79

23. Por poco se come un tiburón a Cordero . . 83

24. Por un hueso de jamón 85

25. Las travesuras de Edelnlira 87

2íi. Lo que a mi me fastidia son los dientecitos. >s9 27. Estos galones me los gané yo,por mis . . .

condiciones 93

28. Una invitación con desconfianza 95

29. A mi hay llevarme muerto para el pueblo . 97 30. Calentura ahorcaba con las manos .... 99 31. Quintín era Teniente de . . . Volunta- rios (?) 101

32. No tiren, que soy yo, Tatica: el corneta . . 105

33. Bien sabía yo que eran juegos de ustedes . 107

34. Los Majases 111

35. Y es verdad que es el burro. 115

36. Yo quiere mete pinchacito tenedó dentro

carne sabrosa 117

ISRAEL CONSUEGRA 217

Páginas.

37.— ¿Comandante y Capitán de quéf ¡P . . . ! Comandante y Capitán de Mambises. Hi- jos de mono y aura 121

38.— Desde Puerto Rico hasta Cuba 125

39. Y Cástulo sigue en el "Laurel de Pendas" 129

40. Se le ]>asó el susto a los tres días 131

41. El hambre no respeta na^da 133

42. La muerte de su caballo le salvó la vida al

Coronel Roberto Méndez Péñate 135

43. Un buen regaño a tiempo 137

44. El Vocabulario de Solano Romero 139

45. Las sardinas del General Esquerra .... 143 46. Coronel: su ('aballo camina como un Magis- trado 145

47.— -Un sombrero para varios usos 147

48. Los efectos de un pedazo de trapo azul de

rayadillo 151

49. A Alberto Boix le sobraron piezas .... 153

50. El Teniente Dosisteo ascendió a . . . Tre-

sisteo 155

51. El muchacho del chaquetón prieto .... 159

52. Un Oficial chino que no suelta el rifle . . 163

53. Yo creí honrar a su hija, bailando con ella . 165

54.— ¡A caballo! ¡A caballo! 167

55. Xo me tiren, que yo soy Luisito 169

56. Aquí están los "panchos" ¡Fuego! .... 173

57. Una novatada 177

58. La soga quiebra siempre por lo más delgado 179

2i8 MAMBISERIAS

\y* Paginas.

59. El primor muerto de la campana del 95 . . 181

60. Espectacular evasión de un insurrecto . . 183

61. Ahora si que la lias heeho buena; José . . . 185

-El gran balazo de la vida 187

-El Prefecto de Jobabos 189

04.— Y Rafael (El Aura ) vive todavía 193

65. ¿El mulato Soutí e? guerrillero? 19t

66. Muy bueno, pero muy lejos 201

67. En este cementerio no mjfcentieíran a . . 203 68. Pues, si esto es mulo, venga mulo aunque

me entre a patadas 205

69.— La ''Comisión" de los ''Duelistas" .... 209

70. No me maten que soy el médico 213

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LOS CHINOS

LA INDEPENDENCIA DE CUBA

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EX-MINISTRO DE CUBA, EN BERLÍN

BIBLIOTECA l

sKcawMfl*. ***** 1

VERSIÓN CASTELLANA

POR

ADOLFO C. CASTELLANOS, LL. B.

(ABOGADO)

IMPRENTA "HERALDO CRISTIANO" SAN MIGUEL 126. HABANA.